La tragedia de los 4 muertos que se ha producido porque una familia vivía en unos bajos ocupados que no reunían condiciones de habitabilidad, pone sobre la mesa un problema francamente escandaloso, no sólo por su dimensión social, sino porque era una de las banderas principales de Ada Colau: la gente que vive sin hogar, bien en la calle, bien en infraviviendas.
Una cosa es la falta de vivienda para que las personas puedan encontrar un piso en condiciones, emanciparse y otras consideraciones de este tipo, y muy distinto son los que viven en un estadio mucho peor, porque no pueden pagarse una hogar o no tienen lugar en el que vivir porque no hay familia que los acoja. El caso más visible es el de las personas que duermen en la calle, pero a estas hay que añadir las que malviven en lugares absolutamente inadecuados, infraviviendas, en definitiva. No se trata de ninguna cifra grandiosa, que haga inasumible el caso. De los primeros, de los homeless, hay como máximo un millar durmiendo en las calles de la ciudad, y de los que viven en espacios sin condiciones, una cifra similar que según el Ayuntamiento son 865 personas y que seguramente con censos más completos superarían al millar.
Colau ha tenido más de 6 años para acometer un proyecto que diera salida a estas 2.000 personas. No parece un requerimiento extraordinariamente difícil, sobre todo porque, además, el Ayuntamiento dispone de finanzas muy saneadas que le permiten mucho gasto discutible y mucha celebración. Las subvenciones abundan pero las que van dirigidas a resolver necesidades vitales de las personas son abiertamente insuficientes. Habría tenido suficiente con establecer acuerdos con entidades que trabajan en este ámbito como Cáritas, Arrels y otros, y aportar la financiación necesaria para llegar al final del segundo mandato con este tema prácticamente resuelto. No es así y es un agravio importante que hay que añadir a la pésima gestión que Colau está haciendo de la ciudad.
Mientras que las personas sufren y se ven en situaciones de extremada dificultad, el Ayuntamiento se dedica a cosas tan interesantes como impulsar la estrategia Gendered Landscape, es decir mirada de género sobre la ciudad. Un proyecto que reúne a Barcelona junto a ciudades europeas tan famosas y de primera línea como son La Rouchelle, Panevėžys, Trikala y Umeå. Si se toma la molestia de buscarlas en el mapa, quizás sabrá dónde caen porque de entrada, excepto la primera, sobre las demás no sabemos qué decir. Es una muestra más de cómo la ideología desvía la atención de los problemas reales de los ciudadanos. Lo interesante de todo es que este programa de género para la ciudad llega a conclusiones tan importantes como que la falta de iluminación es un riesgo. Pero para llegar a estas conclusiones, no hace falta demasiado género, y es evidente que Barcelona presenta también en este ámbito una situación muy deficiente.
Pero la responsabilidad no es sólo de Ada Cola, sino que el PSC es su cómplice necesario y defensor de sus causas cuando es necesario. Ahora mismo la 3a teniente de la alcaldía y concejala de movilidad del Ayuntamiento, Laia Bonet, entrevistada el viernes 26 en La Vanguardia, hacía unas declaraciones que no sólo justificaba todos los desastres sobre la movilidad interna que ha cometido el Ayuntamiento, sino que además, como forma parte del manual de Colau, la responsabilidad era de los demás, de la Generalitat, de Cercanías y de un señor de Logroño que pasaba por allí. Sin duda que estas otras instancias no hacen bien su papel, pero también es evidente que lo que está haciendo el Ayuntamiento castiga duramente la movilidad, y que lo que predican es una entelequia. Cuando dice que la ciudad debe apostar por el transporte público, formula una obviedad y cuando añade que el otro gran instrumento es la bicicleta, Laia Bonet demuestra desconocer la realidad porque ese instrumento que los peatones tienen muy presente por la forma cómo coloniza las aceras, sólo representa un 3% del total de desplazamientos y sin embargo se le otorga por razones ideológicas un papel que no le corresponde. De hecho está claramente siendo ultrapasado por el patinete.
Todo ello dibuja un universo municipal de personas complacidas consigo mismas incapaces de formular la más ligera autocrítica y sin margen de rectificar. Y esto desgraciadamente no sólo afecta a Colau y a los Comunes, sino que también es el mismo problema que presentan los socialistas.