Francia se encuentra fiscalmente a bordo del precipicio. Pero, contrariamente a lo que podría pensarse, quienes le han acercado más a esta delicada posición no son ni la extrema izquierda ni la derecha alternativa que amenazan con dominar la asamblea nacional, sino los sucesivos gobiernos “tecnocráticos” del presidente Emmanuel Macron.
Tal como el editorialista del Financial, Times Gideon Rachman, afirma sin tapujos, «Francia es un desastre financiero».
El ratio de deuda pública sobre el producto interior bruto fue el año pasado del 111%, ya contrasentido de la inmensa mayoría de países de la Unión Europea, la previsión (oficial) es que siga subiendo hasta el 113% del PIB 2025. Asimismo, el déficit público alcanzó el 5,5%, con la previsión de que se mantenga por encima del 5% este año.
Son cifras muy alejadas del 3% que exige el Tratado de la UE, y no digamos ya el ratio de deuda sobre PIB, que debería mantenerse por debajo del 60%.
En unas declaraciones desvergonzadas, el ministro de finanzas francés, el exrepublicano reconvertido en macronista, Bruno Le Maire , advirtió del peligro para los mercados que implica una victoria de cualquiera de los extremos políticos en las elecciones legislativas que tendrán su desenlace el próximo 7 de julio.
Como si él no tuviera nada que ver con el caos financiero en el que se ha convertido Francia desde 2017, cuando Le Maire cogió las riendas del poderoso ministerio de la economía y de las finanzas (más conocido como “Bercy” en Francia , por el lugar donde tiene su sede en París).
Efectivamente, Macron y Le Maire, con sus políticas de gasto social descontrolado y endeudamiento salvaje durante los años de bajos tipos de interés han llevado a Francia a una situación límite que el próximo gobierno (si es que ninguna fuerza política logra formar gobierno, cosa que está por ver), no tiene margen para aumentar más el gasto sin que esto tenga repercusiones gravísimas.
En primer lugar, para la propia Francia, pero, en segundo lugar, para Europa, puesto que Francia es uno de los 20 países que emplean la moneda común europea y la segunda economía del Viejo Continente.
Cierto que desde la última gran crisis del euro, Bruselas se ha dotado de mecanismos para intervenir y comprar bonos.
Pero la cuestión es: tiene a su vez margen al Banco Central Europeo para comprar aún más deuda de un país que es el que tiene ya con Macron el mayor gasto público del mundo (59% del PIB según la OCDE), y ¿que quiere elevarla aún más?
Y en caso de que todavía esté en disposición de hacerlo, ¿habrá voluntad política de ayudar a este Estado en un contexto que el gobierno alemán, por ejemplo, busca desesperadamente miles de millones de euros de ahorro?
Hace ya más de una década, la crisis de Grecia se contuvo en gran parte porque la alternativa al rescate internacional era la salida de Atenas del euro, con la consiguiente destrucción de los ahorros de los griegos. Sin embargo, ahora expulsar a Francia del euro es simplemente inconcebible porque significaría a efectos prácticos el fin de la Unión Europea.
Por tanto, Francia seguiría presente en Bruselas, pero se convertiría en una fuente de problemas y tensiones con el resto de países -que en definitiva es otra manera, más lenta, pero quizá incluso más eficaz, para destruir la UE desde dentro.
Por último, cabe subrayar que estos escenarios apocalípticos tienen más sentido con la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon que con el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen y Jordan Bardella.
Estos últimos han lanzado una campaña mediática de cierta eficacia estas últimas semanas para tranquilizar a los mercados y el establishment de Bruselas. Una estrategia llena de sentido tanto en el ámbito electoral francés (para atraer voto burgués harto de Macron y temeroso de la extrema izquierda) como en el ámbito internacional.