Hace pocas semanas, en el centro cultural la Fontana d’Or de Girona, la socióloga Marina Subirats hizo una ferviente defensa del feminismo radical. En su conferencia abundaron razonamientos que ponen de manifiesto la inconsistencia de esta doctrina, del tipo: el sexo es una especie de corsé con el que nacemos; el verdadero sexo no está en el cuerpo, sino en el cerebro; el objetivo a alcanzar es la disolución de los géneros masculino y femenino, y que todo el mundo elija qué quiere ser en cada momento. Según Subirats, no importa que el índice de natalidad de nuestro país esté muy por debajo de la tasa de reposición, ya que el mundo está lleno de personas que quieren venir aquí, basta con abrir las puertas. La catedrática emérita de sociología confesó su sorpresa por el caso de una conocida suya, una mujer culta y moderna en edad de ser abuela, que se derrumbó al descubrir que su compañero sentimental tenía una amante. Y prescribió su remedio: debemos superar el engaño del amor.

La inconsistencia de este tipo de feminismo radica en que ignora o contradice los deseos más profundos de la mayoría de las mujeres, de la mayoría de seres humanos, como es ser amado incondicionalmente por otra persona (no sólo mientras despierto en ella el deseo), y poder tener hijos y educarlos en un entorno familiar estable y armónico. El feminismo radical se sustenta, por un lado, en una antropología que entiende el cuerpo humano como algo puramente material que podemos modelar según nuestros deseos. Como si nuestra naturaleza corporal no nos estableciera normas que debemos respetar. Como si naciéramos sin esencia, y nuestra vida partiera de una página en blanco que se puede escribir y reescribir según nuestro puro arbitrio. Y por otro, en el conflicto permanente entre hombres y mujeres, que dificulta hasta el extremo la convivencia familiar.

Unos días más tarde de escuchar a Subirats, visité en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) la exposición «Feminismos», una recopilación extensa de obras de técnicas variadas propias del arte de los 70 (fotografía, vídeo, performance, happenings …). Según el guion de la propia exposición, las diversas autoras «van deconstruyendo los condicionantes culturales y represivos de la época, así como los mecanismos y automatismos de la opresión a las mujeres». Tienen en común el rechazo a los «roles unidimensionales que se habían asignado a las mujeres: madre, ama de casa y esposa».

La segunda parte de la exposición lleva por título «Coreografías del género». La idea central de esta es mostrar cómo la mayoría de los feminismos del siglo XXI ponen en cuestión la diferencia esencial entre hombre y mujer: «Ser mujer no es natural: Deconstrucción del binarismo de género». Y hacer visibles las personas fuera de la norma, y ​​valorar como posibilidades enriquecedoras todo lo que había quedado relegado a los márgenes, lo extraño, en inglés queer.

A la salida del CCCB, empiezo a andar calle Montalegre arriba. Entro en el siguiente portal que se abre a mano izquierda. En el centro del patio Manning, la antigua casa de Caridad, está la escultura de una monja que acoge y protege dos niños. Pienso en las muchas mujeres que han encontrado el sentido de su vida en el amor y servicio a los pobres y necesitados, en el gran progreso en los ámbitos de la ayuda social y de la educación que llevaron a cabo las miles de religiosas de las congregaciones surgidas en la Cataluña del siglo XIX. Pienso en mujeres jóvenes que conozco que hoy, en nuestro país hipersecularizado, vuelven a optar por la vida religiosa, buscando una plenitud de sentido para sus vidas, que no encuentran en nuestro mundo.

Salgo del patio Manning, sigo caminando y al poco veo un grupo de mujeres magrebíes que charlan alegremente, acompañando a sus hijos de regreso de la escuela. Pienso en las generaciones de mujeres que se han entregado a la educación de los hijos, al cuidado de los ancianos y a las tareas del hogar. No creo que la mayoría de nuestras madres y abuelas se sintieran frustradas por no haber podido trabajar y disfrutar de autonomía económica. Creo que una vida dedicada al amor y el cuidado de los seres queridos no suele ser una vida frustrada.

Afortunadamente, hoy muchas mujeres han logrado un equilibrio entre vida laboral y vida familiar. No es fácil, requiere mucho esfuerzo y la implicación plena del hombre en el hogar. Pero son afortunadas. Porque hoy también hay muchas mujeres que querrían ser madres, crear una familia, poder dedicar una parte no residual de su tiempo a criar a los hijos, disfrutarlos y educarlos, y no pueden. Es una generación de mujeres que ha dejado de depender económicamente de sus maridos o compañeros. Pero muchas de estas mujeres jóvenes querrían dejar de trabajar por un tiempo, trabajar menos horas o tener unos horarios que les permitieran conciliar trabajo y familia, y no pueden. Los salarios bajos de las nuevas generaciones hacen que los dos miembros de la pareja estén obligados a trabajar.

Por suerte, hoy surgen nuevas feministas, como Esther Vivas, que reivindica que debemos tomar conciencia de «como unas prácticas tan relevantes para la sociedades humanas como son gestar, parir, amamantar y criar, han sido relegadas a los márgenes, y de la necesidad de valorarlas, visibilizar públicamente y políticamente y reivindicar la responsabilidad colectiva en el marco de un proyecto social emancipador» («Mama desobediente», 2019, Ara Llibres).

Se abre paso un nuevo feminismo, que parte de la igualdad de mujeres y hombres en valor y dignidad, y que resalta lo que nos diferencia y complementa. Un feminismo que no oculta ni niega lo que muchas mujeres desean para sus vidas, que huye del igualitarismo empobrecedor entre ambos sexos, y de la masculinización de la vida y de las relaciones humanas. Que defiende que las familias y la sociedad necesitan más feminidad. Que somos los hombres los que debemos asumir valores que tradicionalmente se han considerado femeninos, que nos hemos de implicar más en el cuidado de los abuelos, en la educación de los hijos y en las tareas domésticas. De esta manera todo irá mejor, mucho mejor que si, contrariamente, es la mujer la que asume los valores masculinos, según el criterio igualitarista del feminismo radical.

Publicado en el Diari de Girona, el 1 de diciembre de 2019

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