La OTAN y Sánchez: crónica de un despropósito anunciado

El presidente Sánchez compareció un lunes cualquiera en la sala de prensa de la Moncloa. Lo insólito fue que no había periodistas. Ni uno. Solo cámaras. Todo parecía preparado para que no se notara la ausencia, como esas funciones de teatro donde falta el público, pero el actor interpreta igual, por dignidad, por rutina o por desesperación.

En ese marco de cartón piedra, el presidente anunció a bombo y platillo un acuerdo con el nuevo Secretario General de la OTAN, Mark Rutte. Un acuerdo singular, beneficioso, inesperado, casi milagroso: España, dijo, cumpliría sus compromisos con la Alianza Atlántica sin necesidad de elevar su gasto en Defensa al temido 5% del PIB. Bastaría, según él, con el 2,1%. Ni más, ni menos.

A cualquiera con un poco de olfato político –o de sentido común– aquello le sonó raro. No tanto por lo que decía, sino por cómo lo decía. Demasiada solemnidad para tan poco consenso. Pero ya se sabe que en estos tiempos el teatro precede a la verdad, y cuando un presidente monta un espectáculo, uno duda antes de reírse. Porque podría ser verdad. Porque uno todavía conserva algo de respeto por las instituciones, aunque sea por inercia.

El famoso acuerdo era humo. Más aún, una interpretación creativa de una carta protocolaria

Pero no. Al día siguiente, en La Haya, Mark Rutte desmontó la farsa con precisión neerlandesa: “En la OTAN no existen cláusulas de exclusión, ni acuerdos paralelos”, sentenció. Todos los países, incluida España, habían aceptado el nuevo objetivo del 5%. El famoso acuerdo era humo. Más aún, una interpretación creativa de una carta protocolaria. Un trampantojo diplomático.

A Rodríguez Zapatero, como era de esperar, le faltó tiempo para chapotear en el charco. Afirmó con entusiasmo que gracias al “coraje” de Sánchez se salvaban las pensiones, la sanidad y el Estado del Bienestar. Nada menos. Ni la Virgen del Pilar habría obrado semejante milagro presupuestario.

Pero la realidad es más terca. Desde el 5 de junio, los ministros de Defensa de la OTAN habían aprobado un documento confidencial –el Objetivo de Capacidades– que reparte entre los aliados las tareas militares necesarias ante amenazas previsibles. Para España, entre otros: defensa antimisil, guerra electrónica, sistemas contra drones, satélites… La fiesta de la tecnología bélica. Nadie se libra, y España, mucho menos.

El problema es que mientras la OTAN estima que será necesario invertir en torno al 3,5% del PIB para cumplir con esos objetivos, Sánchez insiste en el 2,1%. ¿Quién tiene razón? ¿Y lo más importante: quién pagará la diferencia?

Pasar del 2,1 al 3,5% del PIB supone más de 20.000 millones de euros. Y eso sin presupuesto ni debate parlamentario. Aquí no hablamos de cañones o mantequilla, sino de algo más concreto: ¿cómo se protegerán nuestras ciudades si algún día los drones o misiles deciden visitarlas, como ya lo hacen en Ucrania o en Oriente Medio?

Es una pregunta seria, que merecería una respuesta seria. Pero en lugar de eso, tuvimos un anuncio vacío, una impostura diplomática y una chapuza comunicativa.

Claro que, si uno observa el momento político, entiende el porqué. En el fondo, todo esto no era más que una cortina de humo. Un frente exterior para desviar la atención de los escándalos de corrupción que le aprietan el cuello. Una maniobra para ganar tiempo. Otra más.

El problema, ya lo decía mi tío mientras leía el diario con los pies sobre la silla, no es que los políticos mientan, sino que lo hagan con la cara tan dura. Y lo grave, añadía, es que lo hagan sin pudor, como si no nos importara. Porque en eso consiste el verdadero deterioro: no en que nos engañen, sino en que empecemos a no esperar otra cosa.

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Creus que és democràtic i legítim aprovar nova despesa militar sense passar pel Congrés?

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