Excepcionalidad y redes sociales

Vivimos una situación excepcional, que nos exige vivir de otra manera.

No es normal llevar mascarilla o guardar distancia con el otro, y cuando decimos que no es normal, queremos decir que no hacemos lo que siempre hemos hecho, es decir, no llevar mascarilla, no guardar distancias, darnos la mano, besarnos o abrazarnos.

Ahora de repente hemos cambiado las rutinas, y nos hemos adaptado aceptablemente bien a la nueva situación. Más presencia en casa, más gestión «on line», menos presencia colectiva, partidos de fútbol sin público … cosas que meses atrás nos parecerían poco menos que imposibles.

La nueva situación exige afinar al máximo nuestra sensibilidad con los demás. Ahora que probablemente estaremos más en casa, los conflictos de convivencia pueden aumentar si somos personas poco tolerantes, poco compasivas, poco justas, poco generosas, poco dialogantes. En definitiva, que no somos lo suficientemente buenas personas. La vida doméstica es como un laboratorio que nos pone a prueba nuestra capacidad de convivir. La cuestión será ver si somos capaces de mirar al otro y aceptarlo tal como es. Si lo hacemos, la relación mejora y gana calidad.

Pero esta relación interpersonal, entre el tú y el yo, tiene como elementos básicos, la palabra, el gesto, la mirada. Y en medio de todo esto,  se ha interpuesto con fuerza un tercer elemento, las redes sociales que nos abren unas posibilidades comunicativas, culturales y educativas inéditas en la historia humana. Pero el mal uso que podemos hacer de ellas, como dedicarles un tiempo excesivo, no desvirtúan el inmenso potencial transformador que tienen. Las redes nos acerca unos a otros, las distancias desaparecen, aquellas relaciones que se habían debilitado por la lejanía, ahora la red las ha reavivado, se comparten experiencias, noticias familiares, fotografías. La diversidad es tan amplia que si no tenemos cuidado podemos caer fácilmente en la frivolidad.

Una pareja relativamente joven, me dice que duerme en habitaciones separadas porque uno de ellos ronca. El gesto puede ser considerado un acto de generosidad para no molestar el descanso del otro, pero decirse las cosas de una habitación a la otra por WhatsApp, con la mentalidad de la «vieja escuela», nos puede parecer una cosa innecesaria y exagerada.

Seguramente con el tiempo no se verá así, pero los que llegamos al mundo en la primera mitad del siglo XX, nos emociona más decir al oído: «Buenas noches, te quiero, que descanses».

La vida doméstica es como un laboratorio que nos pone a prueba nuestra capacidad de convivir. La cuestión será ver si somos capaces de mirar al otro y aceptarlo tal como es Share on X

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