El magnífico escritor libanés Amin Maalouf acaba de publicar un libro sobre geopolítica titulado «El naufragio de las civilizaciones». No hace muchos años (en 2009) publicó otro sobre el mismo tema con el título «El desajuste del mundo. Cuando Nuestras civilizaciones se agotan».
En su último libro, Maalouf hace una descripción más severa que la que hacía en su libro anterior sobre la situación actual del planeta. Hace una década hablaba del agotamiento de las civilizaciones, ahora ya habla abiertamente de naufragio.
Esta vez parte del análisis desconsolado de lo que está pasando en su propia región de origen, el Levante. «La humanidad se transforma ante nuestros propios ojos. Su aventura nunca había sido tan prometedora y, al mismo tiempo, tan azarosa. Cuando los espectaculares avances tecnológicos de nuestros días han facilitado el acceso universal al conocimiento, cuando vivimos más y mejor que nunca, cuando el tercer mundo se desarrolla más rápidamente que nunca y cuando la humanidad por primera vez podría dirigirse hacia una era de libertad y de progreso nunca vivida, es precisamente cuando el mundo parece avanzar en dirección opuesta, hacia la destrucción de todo lo conseguido hasta ahora, como un nuevo Titanic que lleva a bordo una multitud de pasajeros de todos los países y de todas las clases, navegando con pompa hacia su perdición, ignorando que se encuentra a escasa distancia de un choque fatal que lo acabará hundiendo. Mi universo levantino ha sido precisamente el primero en naufragar, mi nación árabe ha sido la que, con su trágico derrumbe premonitorio, ha arrastrado al planeta entero hacia un engranaje destructor».
Amin es periodista, novelista, ensayista y un magnífico analista geopolítico. Sus padres eran periodistas de ascendencia cristiana. Su madre era originaria de una importante familia tradicionalmente católica y francófona que tenía Egipto como patria adoptiva, y su padre, de formación anglófona, procedía de la comunidad melquita, una de las Iglesias Católicas Orientales, que tiene como fin el Patriarca de Antioquia y todo Oriente, Alejandría y Jerusalén, con sede en Damasco (Siria).
Amin cursó estudios de sociología y de economía en una escuela jesuita francesa y en la Universidad de Beirut. Su obra se encuentra marcada por sus propias vivencias: la diversidad de sus orígenes, la convivencia con diferentes lenguas y religiones, el enfrentamiento entre comunidades y el exilio.
No es extraño que una de sus obras más celebradas se titule «Las identidades que matan», publicada en 1998. Allí explica precisamente que el autor tiene muchas identidades y que no está dispuesto a renunciar a ninguna. Maalouf se siente a la vez árabe y francés, libanés y egipcio, cristiano y musulmán, oriental y occidental, mediterráneo, levantino, europeo, escritor francés, inglés, árabe…
Sostiene que «no se puede reducir toda la identidad de una persona a una sola pertenencia, hay que diferenciar entre identidad y comunidad». La identidad es una combinación de pertenencias que evolucionan a lo largo de la vida, que son propias de cada individuo y que están organizadas según una jerarquía variable. Una comunidad se define como un grupo de personas que tienen una pertenencia común. Es normal que un individuo pertenezca, pues, a varias comunidades al mismo tiempo.
El primer naufragio que Amin describe en su último libro sobre geopolítica es el de su región de origen, la región de Levante, situada entre Oriente y Occidente, a lo largo del Mediterráneo.
Él nació en este «universo levantino», formado por el «conjunto de los lugares donde las antiguas culturas del Oriente mediterráneo se tocaban y alternaban con las más jóvenes de Occidente». Amin considera que las luces de Levante se han apagado y que después las tinieblas se han extendido por todo el planeta.
«El ideal levantino es lo que nos exige a todos y cada uno que asumamos el conjunto de filiaciones y también, un poco, las de los demás. Esta aspiración es la que marca en una sociedad humana el paso de la barbarie a la civilización. En mi Líbano, de joven existía una convivencia organizada entre las diferentes comunidades religiosas locales: maronitas, drusos, suníes, chiíes, griegos ortodoxos o griegos católicos, armenios, sirios, judíos, alauitas, ismaelitas… Esta proximidad y equilibrio que imperaba entre las diversas comunidades era el universo de mi infancia, era algo excepcional y, ahora lo vemos claro, muy frágil… Egipto, por su parte, estaba a la vanguardia de su zona por sus escuelas, sus universidades, periódicos, bancos y tradiciones mercantiles. Destacaba por una gran libertad de expresión y una gran apertura tanto hacia Oriente como hacia Occidente. Hubiera podido liderar el universo levantino y el conjunto del mundo árabe hacia una mayor democracia y hacia la modernidad, pero todo se acabó derrumbando.
La ruina de un modelo tan prometedor es lo que me llena de tristeza. El Líbano, quién lo ha visto y quién lo ve. Antes era la Suiza de Oriente Medio.
La desintegración de las sociedades plurales de Levante ha supuesto una degradación moral irreparable que actualmente afecta a todas las sociedades humanas y abre la puerta a barbaries insospechadas en todo el mundo. Los imperios más civilizados están siempre cerca de la barbarie. Europa lo ha experimentado en sus propias carnes, y por eso mismo debería ser clave a la hora decisiva de evitar las amenazas actuales».
Maalouf se pregunta cuál ha sido la clave del desastre de la región de Levante, de su región, que amenaza de extenderse al resto del mundo. La respuesta que encuentra es el autoodio. «Cuando a una persona se le acaban las ganas de vivir, se acerca un suicidio colectivo». «He sido testigo de la transformación de un amplio conjunto de pueblos en multitudes rabiosas, amenazantes, desesperadas. El mundo árabe que yo conocí en la juventud compartía las normas de la época, los mismos debates, las mismas risas y habría podido evolucionar perfectamente de una manera diferente a la que hemos visto. La nación árabe ha tenido proyectos y no se ha autoodiado hasta tiempos recientes.
La guerra árabe-israelí de 1967 es el evento clave, los árabes fueron derrotados y nunca más recuperaron la confianza en sí mismos. El enfermo no se ha recuperado más desde entonces. Ciertamente, antes hubo otros peldaños desgraciados, como el incumplimiento de las potencias occidentales ganadoras de la Primera Guerra Mundial de permitir la creación de un reino árabe, o la derrota de 1948 que permitió la creación del estado de Israel. La desesperación árabe tiene raíces que efectivamente conducen al comportamiento de ingleses y franceses al final de la Primera Guerra Mundial y el nacimiento del estado de Israel en 1948, pero nació en 1967 y se consolidó el 1973, cuando los ejércitos árabes volvieron a ser derrotados por Israel».
Todo esto recuerda algunas opiniones sobre Oriente Medio que he escuchado algunas veces del periodista catalán Tomás Alcoverro, especialista en aquella región, basado precisamente en Beirut, tales como: «Todo allí es complicadísimo; cuando uno se piensa que empieza a comprender algo de lo que ocurre, es que aún no ha comprendido nada; cuando se cree que la situación comienza a mejorar, sigue perdido, porque seguro que está a punto de ir a peor; y cuando se piensa que la situación es tan mala que ya no puede ir a peor, se vuelve a equivocar, porque seguro que todavía irá a peor».
Es una situación que dos grandes especialistas en relaciones internacionales han estudiado ampliamente. El francés Dominique Moïsi tiene un libro titulado «Geopolítica de las emociones» en el que defiende que cada región importante del mundo se caracteriza por determinadas emociones, y la región árabe musulmana, según él, se caracteriza por el resentimiento, que proviene precisamente de su frustración histórica.
El otro analista es un americano de origen japonés, Francis Fukuyama, que en su último libro titulado «Identidad» explica que el alma humana se compone de tres grandes componentes: razón, emoción y thymos. Cree que el tercero es el más importante, a pesar de que hasta hace poco no se le ha prestado la atención debida. Thymos significa dignidad, respeto, necesidad de reconocimiento. Está en la base de todos los movimientos «indignados». Él piensa que es un motor de la historia muy potente, que en el caso del mundo árabe musulmán empuja hacia el lado destructivo, particularmente después de los atentados de los Estados Unidos en 2001.
Escribe Amin Maalouf que «Una de sus grandes tristezas actuales está relacionada con Europa». Reconoce que Europa experimentó un descenso a los infiernos y casi se suicidó entre 1914 y 1945, con las dos Guerras Mundiales. Constata que luego fue capaz de reaccionar con la creación de la Unión Europea. Maalouf piensa que la UE es la entidad política más innovadora y prometedora de la segunda mitad del siglo XX, es un proyecto de alcance universal porque contiene elementos como los siguientes: perdón, reconciliación, paz, prosperidad y unidad en la diversidad. Pero Maalouf también nos dice que esperaba más de la UE: «Yo esperaba que brindara a la humanidad una brújula que evitara su desastre, un proyecto piloto que impidiera la descomposición en tribus, facciones, comunidades y clanes. Para encarnarse en un modelo de referencia, la UE habría tenido que convertirse en un Estado federal dotado de todos los atributos de una gran potencia global en los ámbitos político y militar y no menos en el ámbito económico para poder contar con un peso real en la marcha del mundo. El drama por los europeos es que, en un mundo despiadado como el actual, quien renuncia a convertirse en una potencia fuerte acaba por ser sometido, maltratado y extorsionado. La UE es un edificio frágil, inacabado, híbrido y que ahora mismo se tambalea. Esta es, repito, una de las grandes tristezas de nuestra época. Si no hay finalmente un comandante fiable, el transatlántico de la humanidad se dirigirá inexorablemente hacia el naufragio».
Los «comandantes fiables» hoy escasean. El repliegue de las dos potencias anglosajonas – los Estados Unidos y el Reino Unido – ha sido particularmente doloroso para Europa, pero no somos pocos los que pensamos, con Hölderlin, que allí donde existe el peligro crece también lo que salva. Donald Trump y el Brexit pueden ser transformados de amenazas a oportunidades, de problemas a revulsivos. Mi último libro sobre la UE lleva precisamente este título: «Hacia el relanzamiento de la Unión Europea. El Brexit y Trump como revulsivos» (2018).
Jared Diamond, profesor de la Universidad de California, acaba de publicar un libro que puede animar a los europeístas. Se titula «Crisis» y lleva como subtítulo «Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos». Allí podemos leer lo siguiente: «Antes de dejarnos llevar por el pesimismo sobre la UE, que hoy es moneda corriente, pensemos en las condiciones en que se encontraba Europa en 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial. No podía ser peor, el continente entero estaba devastado. Y después, pensemos en lo que se ha logrado en Europa a partir de la creación de la UE. Es casi milagroso. La situación actual de Europa es infinitamente mejor que la de 1945. Sus retos hoy ciertamente son importantes, pero poco comparados con los de ayer, y sus capacidades todavía son grandes para enfrentarse a dichos retos. La UE dispone de los recursos y de las energías necesarias para acabar siendo lo que se propuso llegar a ser a partir de su creación. Aunque depende de ella misma. Si reacciona a tiempo, evitará que en el futuro otros decidan por ella y la condenen a la irrelevancia».
La UE acaba de comenzar una nueva legislatura (2019-2024) y se propone cumplir un conjunto de objetivos ambiciosos que ya hemos comentado en posts anteriores. Confiamos en que será la legislatura de su relanzamiento, después de un largo período de «crisis existencial» (2005-2019). Aún estamos a tiempo de llegar a ser el modelo de referencia que el mundo necesita para evitar su naufragio y de hacer frente a nuestras responsabilidades históricas en la región de Levante. En Europa sabemos lo que tenemos que hacer. Lo que nos falta es la voluntad política para llevarlo a cabo.