Europa aspira a ser una unidad en la diversidad. El lema de la Unión Europea (UE) es precisamente este: “Unidos en la diversidad” (en latín in varietate concordia). Este lema significa que, dentro de la UE, los europeos trabajan juntos por la paz y la prosperidad, y que las numerosas culturas, tradiciones y lenguas de Europa son un activo positivo en el continente. Es uno de los símbolos de la UE, junto con la bandera (doce estrellas doradas sobre fondo azul), el himno (la Oda a la alegría de la novena sinfonía de Beethoven), la moneda (el euro) y el día de Europa (9 de mayo, conmemoración de la Declaración Schuman de 1951).
«Unidad en la diversidad»: estas cuatro palabras podrían resumir la identidad de nuestro continente, pero desgraciadamente no son todavía una realidad política, sino solo una aspiración. Estamos ante una unidad in fieri, que se está haciendo, y depende precisamente de nosotros, los europeos, que se acabe consiguiendo. El lema de la UE, como tal, es también una divisa in fieri, porque, como veremos más adelante, ni siquiera es totalmente oficial
En palabras del pensador búlgaro Tzvetan Todorov (pronunciadas con motivo de la recepción del Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008), “La identidad de Europa consiste en adoptar una idéntica actitud ante la diversidad”, una identidad que se basa “no en la diversidad en sí misma, sino en el estatuto que se le otorga”, porque la diferencia “se convierte en identidad y la pluralidad en unidad”; si la UE es fiel a su identidad ”servirá de ejemplo para todo el mundo”.
Las dos realidades políticas europeas que probablemente se han acercado más a una identidad europea así definida son, por un lado, el Sacro Imperio Romano germánico, que tenía inicialmente su capital en Aquisgrán (Alemania) con Carlomagno y que duró mil años (desde Carlomagno el año 800 hasta su supresión por Napoleón en 1806) y, por otro lado, el Imperio austrohúngaro. El primero era un mosaico de más de trescientas pequeñas entidades políticas autónomas, pero todas ellas sabían que formaban parte de una unidad. Se trataba de una versión dinámica y pragmática de una “unidad en la diversidad”, una verdadera fragmentación creativa. El segundo ejemplo, el Imperio Habsburgo, conformaba un modelo equilibrado de convivencia, todavía añorado por muchos, entre diferentes pueblos y naciones de la Europa central. Era tan exitoso que incluso un célebre político checo llegó a decir que “Si no existiera, se tendría que inventar, de tan bien que funciona”. Siguiendo las huellas de ambos ejemplos, la capital natural de una Europa unida en la diversidad se tendría que situar lógicamente en algún lugar de Europa Central (la Kern Europa o la Mittel Europa), y el más adecuado podría ser Viena.
Coundenhove-Kalergi, un político y geopolítico checo de ascendencia austríaca y japonesa, lo explica muy bien en su obra «Paneuropa» (1928). Europa es una y diversa, y se tiene que unir respetando sus diversidades si no quiere continuar siendo un campo de batalla permanente. Bajo el impacto de las consecuencias devastadoras de la Primera Guerra Mundial, Kalergi propuso la creación de una Paneuropa, es decir, unos Estados Unidos de Europa de carácter federal. Pensaba, con razón, que sin unidad Europa acabaría volviendo pronto a la guerra. En 1923 ya había publicado el manifiesto «Paneuropa», que inspiró la constitución de la Unión Paneuropea Internacional o Movimiento Paneuropeo, precursor del Movimiento Europeo creado en 1947. En 1926 Kalergi organizó en Viena el Primer Congreso Paneuropeo, con el apoyo de intelectuales de la talla de Thomas Mann, Freud, Rilke, Unamuno, Madariaga y Ortega y Gasset. Sus ideas influyeron, después de la Segunda Guerra Mundial, en los llamados “Padres de Europa” (Konrad Adenauer, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Jean Monnet) que emprendieron un nuevo proceso de integración continental inspirado por las ideas de Kalergi y basado en las Comunidades Europeas.
El proceso de integración europea por la vía comunitaria (Comunidades Europeas), del que la UE es heredera y Kalergi precursor, se caracteriza por su avance gradual y progresivo hacia un objetivo de constitución de una nueva entidad política de carácter federal. Kalergi también se había anticipado a esta estrategia gradual de integración cuando escribió que la creación de su propuesta Paneuropa se tendría que “desarrollar por etapas, empezando por la unión aduanera”.
La integración comunitaria posterior a la Segunda Guerra Mundial empezó a principios de los años cincuenta del siglo pasado con la creación de la primera Comunidad Europea, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) (1951), inspirada por la mencionada Declaración Schuman. Más tarde (1957) surgieron dos nuevas Comunidades Europeas: la CEE (Comunidad Económica Europea) y la EURATOM (Comunidad Europea de Energía Atómica). La estrategia de integración europea por la vía comunitaria, o propia de las Comunidades Europeas, tiene dos almas: una de carácter funcionalista (logro de objetivos concretos, empezando por los económicos) a corto plazo y otra de carácter federalista a largo plazo. A partir de 1951, la estrategia ha conocido fases ascendentes de eurooptimismo y fases descendentes de europesimismo, generalmente coincidiendo con periodos de crecimiento o de retroceso económico, hasta hoy mismo.
La última fase de europesimismo empezó en 2005, con el rechazo en referéndum del Tratado constitucional de la UE por parte de Francia y los Países Bajos, que supuso el naufragio del proyecto. Si aquel Tratado hubiera entrado en vigor, habría coronado el edificio institucional y jurídico de las Comunidades Europeas, puesto que todas ellas se habrían subsumido en el nuevo texto constitucional, y hoy los cinco símbolos de la UE, entre ellos su espléndido lema “Unida en la diversidad”, serían oficiales. El fracaso del Tratado constitucional se superó con la adopción de un texto menos ambicioso que entró en vigor en 2009 y que es conocido como el Tratado de Lisboa. Este nuevo tratado conservó buena parte del contenido del tratado constitucional rechazado en 2005, pero dejó a un lado los símbolos de la UE, que por lo tanto no son jurídicamente vinculantes, excepto para aquellos Estados miembros que así lo declaren expresamente por su cuenta.
Cuando la UE haya logrado el ideal de una Europa unida en la diversidad, se habrá llegado a una situación en la que el principio de subsidiariedad se aplicará extensamente, los entes subestatales tendrán garantizada su participación en un sistema de gobernanza europea multinivel, y la tipología de la pertenencia de pleno derecho a la nueva entidad federal se habrá ampliado y ya no estará solo reservada a los Estados, como hasta ahora, sino que también estará abierta a otros entes políticos.
Esta podría ser una manera de resolver por elevación el conflicto actual entre Cataluña y España. Una perspectiva parecida tendría que insuflar nuevas fuerzas al europeísmo en Cataluña en positivo, en el sentido de ser pioneros desde aquí en abrir caminos hacia una Europa basada en un lema que al final sería oficial: Unidad en la diversidad. El gran periodista catalán Gaziel ya hacía referencia a esto hace muchos años con estas palabras: “Y si un día existen los Estados Unidos de Europa, gobernados por un poder soberano mucho más alto y sereno que los actuales gobiernos nacionales, ya sensiblemente anacrónicos, una infinidad de hechos singulares que para ellos son causa de estorbos, choques y resentimientos de pequeños campanarios engreídos además de parecer legítimos y naturales, serán merecedores de protección y respeto”.
Mientras no se llegue a una UE estructurada en estos términos, el modelo de unidad en la diversidad que inspira a Europa podría servir para encarar el futuro político de España. Aquí también tenemos precedentes históricos, por ejemplo, la época de la Casa de Austria, España en su cenit, cuando los reyes de España se proclamaban Rex Hispaniarum, es decir, reyes de las Españas. Pero el propio Gaziel pone en evidencia las dificultades para avanzar de manera decidida hacia este objetivo…