La Unión Europea ha dado recientemente un giro que, por su calado histórico, solo puede compararse con las grandes encrucijadas del siglo XX: por primera vez, desde su fundación, opta decididamente por el rearme masivo en detrimento de sus políticas sociales, de cohesión y de desarrollo. No es una afirmación ligera.
El aumento del gasto militar europeo, que superará por primera vez los 300.000 millones de euros anuales, contrasta con los recortes anunciados o silenciosos en los fondos estructurales, la Política Agrícola Común (PAC) y los instrumentos de cooperación al desarrollo. La llamada transición ecológica o digital, antaño caballos de batalla comunitarios, parecen haber pasado a un segundo plano.
El motivo alegado para este cambio de prioridades es la amenaza rusa. Pero no deja de ser paradójico que esa amenaza se personifique en un ejército, el ruso, que, tras más de dos años de guerra, no ha sido capaz de imponerse con claridad a unas fuerzas ucranianas improvisadas y sostenidas con ayuda exterior.
Y aun así, los gobiernos europeos —con tonos que van del alarmismo grandilocuente a la mesura estratégica— invocan una y otra vez la defensa de Europa frente a Moscú, mientras renuevan su compromiso con la OTAN, aumentan el gasto en armas y vuelven a hablar, con nostalgia mal disimulada, de la conscripción obligatoria.
en esa misma Europa que clama contra la brutalidad rusa, hay un silencio atronador —casi obsceno— cuando se trata de juzgar las acciones del ejército israelí en Gaza.
Ahora bien, en esa misma Europa que clama contra la brutalidad rusa, hay un silencio atronador —casi obsceno— cuando se trata de juzgar las acciones del ejército israelí en Gaza. No solo no se denuncia públicamente la masacre, sino que ni siquiera se ha planteado suspender el tratado de asociación con Israel.
Estamos hablando de ataques que matan a cientos de civiles cada semana, muchos de ellos niños, mujeres, ancianos; de bombardeos sistemáticos sobre hospitales y campos de refugiados; de un asedio que impide la entrada de alimentos, provocando literalmente la muerte por inanición de miles de personas, incluidos bebés. No es un error ni una consecuencia colateral: es una estrategia deliberada. Una hambruna provocada. Y, sin embargo, Europa calla. Mira hacia otro lado.
Todo contra Rusia. Nada contra Israel. Todo por Ucrania. Nada por los hambrientos de Gaza. Se diría que los principios fundacionales de la Unión han sido enterrados bajo una montaña de cinismo.
Pero no acaba aquí la grotesca paradoja. Mientras el Parlamento Europeo y la Comisión son incapaces de ofrecer una respuesta política unánime y digna a la catástrofe humanitaria en Palestina, sí encuentran tiempo, recursos y convicción para impulsar… una pasarela de drag queen en Pekín. No es una hipérbole. Ocurrió hace pocas semanas en la Delegación de la Unión Europea en China, en el mismo salón donde Úrsula Von der Leyen compareció para hablar de la política de “reducción de riesgos” con el régimen de Xi Jinping.
Allí se celebró, con fondos europeos y bajo el pomposo título de Semana de la Diversidad, un acto oficial con artistas drag locales y europeos. Una docena de representantes del colectivo LGTBIQ+ —españolas, belgas, chinas— desfilaron, compartieron experiencias y fueron recibidas por el consejero de Derechos Humanos de la UE en Pekín, Luis Melgar, que no dudó en destacar el “glamour” del evento.
dedicar recursos a fomentar la cultura drag en un país donde la libertad de expresión es una quimera y los derechos humanos brillan por su ausencia.
No es un sketch de sátira política. Es la realidad. Con dinero del contribuyente europeo. Con el aval de las instituciones. Con cobertura oficial. Y nadie ha preguntado a los ciudadanos de la Unión si ese es el uso adecuado de su dinero, si tiene algún sentido estratégico, político o humanitario, dedicar recursos a fomentar la cultura drag en un país donde la libertad de expresión es una quimera y los derechos humanos brillan por su ausencia.
Mientras tanto, Europa continúa su cruzada moral… pero no contra el terrorismo yihadista o el fanatismo identitario. No. El último informe impulsado por los grupos mayoritarios del Parlamento Europeo (populares, socialistas, liberales y verdes) bajo el nombre de Next Wave, advierte con preocupación del auge del “extremismo religioso”.
El peligro —según este informe— reside en asociaciones cristianas de corte tradicional, muchas de ellas vinculadas a movimientos provida y de atención a personas con discapacidad
Uno podría pensar que se refieren al islamismo radical o a las sectas destructivas. Pero no. El peligro —según este informe— reside en asociaciones cristianas de corte tradicional, muchas de ellas vinculadas a movimientos provida y de atención a personas con discapacidad, como la prestigiosa Fundación Jérôme Lejeune, dedicada a los niños con síndrome de Down.
Su pecado: defender la vida humana desde la concepción, preocuparse por los más débiles, ofrecer alternativas al aborto. Para los burócratas de Bruselas, eso es “extremismo”. Para el PP también… en Bruselas Y no estamos hablando de grupúsculos marginales, sino de redes internacionales con décadas de trabajo humanitario. ¿Es esto lo que amenaza a Europa? ¿Es esta la nueva definición de intolerancia?
Por cierto, representantes del Partido Popular español han respaldado este informe. No sea que alguien los acuse de no estar a la última en lo políticamente correcto.
Y así llegamos a la gran contradicción: se nos pide que defendamos con armas, presupuestos y legitimidad moral, una Europa que ha dejado de defender a los débiles, que calla ante las masacres, que persigue a quienes salvan vidas y celebra a quienes promueven el narcisismo como forma de disidencia cultural. Se nos pide lealtad, cuando los principios que deberían justificarla han sido vaciados de contenido.
Y luego se extrañan del desapego, del escepticismo creciente, de la desafección de millones de europeos que, sin necesidad de grandes discursos, sienten que esta Europa ya no les representa.
Porque tal vez la pregunta que deberíamos hacernos no es quién amenaza a Europa desde fuera, sino qué han hecho con su alma desde dentro.
Tal vez la pregunta que deberíamos hacernos no es quién amenaza a Europa desde fuera, sino qué han hecho con su alma desde dentro Compartir en X