Mirando a tu vecino y más allá, no parece que los ciudadanos de Europa estén dispuestos a ir a la guerra por Ucrania. Pero, maravillas de las encuestas, el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores nos regala una confusa encuesta en la que afirma que el 62% de los europeos apoyan la defensa armada de Ucrania. Está claro que la encuesta no ha sido realizada en todos los países de la UE, sino sólo en Alemania, Suecia, Francia, Italia, Polonia, Rumanía y el caso particular de Finlandia.
Por tanto, de entrada ya no expresa la opinión de los miembros de la UE, sino de algunos países y en todo caso sus resultados ofrecen dudas que afectan a su credibilidad.
Es dudoso que las poblaciones de Europa apoyaran una intervención militar que obligara a llevar soldados a Ucrania y menos aún si se produjera el riesgo de una guerra nuclear. Porque lo cierto es que Rusia difícilmente puede querer ir a la guerra. De hecho, todas las declaraciones de esta parte han sido en sentido negativo, contrastando con las del presidente Biden que por dos veces ha dado como hecho la próxima invasión de Ucrania por parte de su vecino, hasta el extremo de que el propio presidente de ese país, Volodímir Zelenski, ha protestado por el alarmismo que estas declaraciones estadounidenses provocan sobre la población en su país y afectan a las alianzas económicas.
¿Por qué no puede ir a una guerra Rusia? Pues porque su potencial militar, que se basa en el potencial económico, es modesto. Recordémoslo, el PIB de Rusia es ligeramente superior al español, 1.203 miles de millones de euros por parte de España, por 1.293 miles de millones de euros por parte de Rusia. Rusia es solo 93 millares millones de euros mayor que el potencial español. Es evidente que España no está en condiciones de realizar ninguna guerra.
Otra referencia: la economía de Alemania ella sola es casi dos veces y media mayor que la rusa, y Francia con 2.304 miles de millones de euros, la supera ampliamente. Entonces, ¿por qué este empeño en ver una guerra inminente provocada por una invasión rusa?
¿A quién beneficia esta línea? A EEUU, que, por un lado, vuelve a situarse como el dueño de Europa. El espectáculo de Biden indicando en presencia del primer ministro alemán que el nuevo gasoducto que conecta el país germánico con el ruso no se abriría si había intervención rusa, ante cuyo silencio es el responsable Alemania, señala claramente más que nunca cómo hoy Europa está en manos americanas. Es decir, de la OTAN.
Esto tiene muchas consecuencias negativas. Por un lado, aboca a Rusia a manos de China, y la convierte en un socio necesario. Ya se han producido pasos de gigante en este sentido, cuando por primera vez el régimen de Pekín ha apoyado la posición rusa sobre Crimea y acto seguido por la cumbre entre Putin y Xi Jinping, en la que han establecido importantes acuerdos en los que el caso ruso juega un papel importante.
¿Es que la UE quiere tener en sus canteras el potencial chino instalado? ¿Acaso Rusia no es el aliado natural y lógico de Europa porque sus economías son altamente complementarias y los beneficios serían mutuos? ¿Por qué resulta tan inaceptable que Ucrania sea un país neutral que pueda tener buenas relaciones económicas con tratos con Rusia y Europa? ¿No es éste el modelo de éxito de Finlandia? ¿Por qué se pretende militarizar a Ucrania, que es un país con una economía derrumbada y sin perspectivas, en lugar de dotarla de estabilidad y facilitar su desarrollo económico?
La idea completa de Europa incorpora a Rusia, y si la URSS eso lo hacía imposible, ahora la oportunidad es evidente. Una oportunidad que ya decidió hace muchos años el general de Gaulle cuando hablaba de Europa “del Atlántico a los Urales”, en la que, por cierto y no es un dato menor, no formaba parte el Reino Unido. Si Europa quiere tener algún protagonismo en este nuevo siglo, debe despojarse de la sumisión de EE.UU., que juegan estratégicamente a evitar que el gas ruso alimente a Europa, beneficiando así el precio más caro de su gas producido por el fracking y dando juego a los aliados árabes para que exporten hacia la necesitada Europa.
El proyecto debe ser otro, y la respuesta es tan sencilla como garantizar que no hay fuerza militar que tenga como adversario teórico a Rusia, un absurdo que se mantiene hoy en día con la OTAN. Basta pensar qué pasaría si Rusia empezara a instalar bases militares en Venezuela, Cuba y Nicaragua, y que China se expandiera por los grandes puertos latinoamericanos. EEUU pondría el grito en el cielo y denunciaría la amenaza. Esta amenaza está bajo la que vive Rusia desde hace años, y no tiene sentido que la política hacia ella sea la misma que la que regía las relaciones internacionales europeas cuando mandaba la URSS.