Porque China triunfa y Europa pierde (y II) Europa o la civilización de la desvinculación: el precio de la libertad sin deber

Europa siempre ha tenido debilidad por la libertad. De Sócrates a Kant, de la Reforma en el liberalismo, ha hecho de la conciencia individual su templo. Pero en el tránsito de ideales a prácticas, esa libertad se ha convertido a menudo en un deseo de independencia absoluta.

Nos hemos liberado de Dios, de la comunidad, incluso de la familia, como si cada vínculo fuera una cadena. Y así, el Viejo Continente que un día ha predicado los derechos humanos, vive hoy obsesionado con los derechos individuales, olvidando que toda libertad sin deber es solo una forma elegante de soledad.

La modernidad europea nació con una promesa: liberar al individuo de toda autoridad que no fuera su propia razón. Pero la razón sola es un mal compañero de viaje.

Kant quería que cada uno fuera legislador moral de sí mismo; nosotros hemos convertido esa autonomía en un derecho a la definición ilimitada. Somos lo que queremos ser, hasta que nos cansamos de serlo. La palabra “identidad” ya no describe un origen, sino un estado de ánimo. En este universo líquido, el deber estorba. La moral se reduce a procedimiento y la convivencia a contrato.

Quizás este es el triunfo y, a la vez, la tragedia de Europa: haber confundido la libertad con la desvinculación. Las instituciones siguen funcionando, pero cada vez más como mecanismos técnicos de un cuerpo sin alma. Y cada vez más con una creciente anomía que hace inválido su funcionamiento. El derecho sustituye a la virtud; el consenso, la fe; la gestión, la política. Y cuando un sistema vive solo de normas, sin valores compartidos, su eficacia es inversamente proporcional a su sentido. Nos hemos hecho expertos en regularlo todo, menos lo que nos mantiene unidos.

En este contexto, la democracia se convierte en frágil. Su fuerza proviene de la confianza y la responsabilidad, dos palabras que hoy suenan casi arcaicas. El ciudadano se ha convertido en consumidor de estado: exige servicios, pero rehúye compromisos. Nos movemos entre la protesta y la indiferencia, como si todo fuera culpa de otro. Tocqueville lo había previsto: la democracia necesita virtudes que ella misma no puede garantizar. Y, sin embargo, Europa ha decidido vivir como si las virtudes fueran un prescindible lujo.

El resultado es un vacío amable, una especie de cansancio moral que se disfraza de tolerancia. Hemos sustituido la fe por la gestión y la tradición por la opinión. Nos gusta creer que somos pluralistas, pero confundimos pluralidad con dispersión. La palabra “comunidad” nos da miedo porque nos recuerda que no somos autosuficientes. Y así, mientras defendemos la libertad individual con un fervor casi religioso, olvidemos que las sociedades solo perduran cuando existe algo que vale más que nosotros mismos.

También la economía refleja esa fractura. Mientras el confucianismo sostiene que el beneficio debe servir a la armonía del conjunto, el capitalismo europeo —y su hijo americano— vive del deseo perpetuo. El consumo ha sustituido a la trascendencia, y el mercado se ha convertido en el gran dispensador de felicidad. Pero la felicidad de mercado tiene la misma duración que una actualización de iOS. Al día siguiente hace falta otra dosis. Detrás del progreso tecnológico se esconde un malestar difuso: la sensación de que avanzamos mucho, pero ¿hacia dónde?

Quizás por eso la cultura europea actual parece vivir de una nostalgia muda. Hablamos de valores, pero ya no sabemos cuál es su fundamento. Defender “nuestros valores” es, a menudo, una forma de disimular que no tenemos ninguno en común. La idea de bien se ha convertido en materia de opinión y la verdad en cuestión de estilo. MacIntyre lo dijo con la precisión de un cirujano: la moral moderna es un lenguaje roto, lleno de fragmentos de palabras que han perdido su contexto. Y Habermas, con mayor optimismo, propuso sustituir la fe por la razón comunicativa. No ha salido adelante. Pero el consenso, sin creencia, se desvanece tan pronto como el silencio después de un debate televisivo.

En comparación, China puede parecer un organismo sólido, un cuerpo con orden. Pero tampoco hace falta idealizarla. Donde ellos tienen cohesión, nosotros tenemos conciencia crítica. Donde ellos tienen deber, nosotros tenemos libertad. Quizás el error europeo no es haber roto los vínculos, sino no haber sabido qué hacer después. En lugar de reconstruirlos desde la responsabilidad, hemos preferido vivir entre fragmentos. Somos herederos de una civilización que enseñó al mundo qué significa pensar, pero ahora no sabe mucho qué significa creer.

Aun así, Europa conserva una virtud que quizás ninguna otra cultura posee del todo: la capacidad de autocrítica. Esta ironía suave, esta tendencia a reírse de sí misma, es quizás su última forma de sabiduría. Nos queda la duda, y la duda es una forma de lucidez. Quizás la redención europea no venga de un nuevo dogma, sino de un nuevo tipo de humildad: la de reconocer que la libertad necesita un fundamento, una tradición, unas fuentes culturales, que si en China ha sido el confucianismo en Europa es la cultura cristiana, como el cuerpo necesita huesos. No por esclavizarla, sino por hacerla habitable.

Alguien podría decir que la historia nos ha llevado hasta aquí por simple agotamiento. Quizás sí. Quizás era inevitable que el Viejo Continente, después de siglos de luchas y revoluciones, llegara a este punto. Pero también es posible que, tras tanta crítica, quede la posibilidad de un renacimiento: una manera de entender la libertad no como ruptura, sino como reciprocidad, como compromiso y deber.

El futuro de Europa dependerá, tal vez, de ese redescubrimiento. Si sabrá o no volver a unir lo que ha separado: el derecho y el deber, el individuo y la comunidad, el pensamiento y la vida. Nadie sabe la respuesta. Pero quizá, en el silencio de tanta palabra, todavía queda un hilo de voz dispuesto a preguntarse qué significa hoy ser libre juntos.

Europa ha convertido la libertad en una forma elegante de soledad. #Europa #Libertad #CrisisMoral Compartir en X

Comença el judici del Fiscal General de l'Estat al Tribunal Suprem. Creus que serà condemnat?

Mira els resultats

Cargando ... Cargando ...

Entrades relacionades

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.