El Consejo Mundial de la Energía publica el índice mundial del trilema energético desde 2010. Aquí puede conocer lo que corresponde a 2021. Este trilema, que es la base del análisis, consiste en considerar que la sostenibilidad energética de un país viene determinada por tres factores simultáneos. Uno, como es lógico, el del impacto en el medio ambiente. Pero hay dos más que son determinantes y que deben mantenerse en equilibrio, como son la economía; es decir, cómo impacta la evolución de la energía en su marcha y en la competitividad de las empresas, así como la seguridad, fiabilidad y calidad de los suministros.
Este planteamiento evita absurdos conceptuales como el que tendría un impacto ambiental cero si no dispusiéramos de energía y la economía se derrumbase.
El problema es que la Comisión Europea, por razones que escapan a nuestra capacidad de análisis, se ha volcado sobre la sostenibilidad energética y ha obviado en gran medida los otros dos factores, y ahora pagamos, y lo haremos más aún, las consecuencias.
En primer lugar, la seguridad del suministro europeo es muy débil. La dependencia de la UE-27 se sitúa en torno al 61%, por tanto, toda quiebra en el aprovisionamiento externo tendría consecuencias traumáticas.
Estos productos externos son, en primer término, los petrolíferos que representan los dos tercios de estas importaciones: el gas natural (27%) y el carbón (6%). En consecuencia, dependemos mucho del petróleo y del gas a pesar de la transición energética y el impulso a las renovables. Y además, sus fuentes están concentradas en pocos proveedores externos. El más importante de éstos es Rusia. Nos exporta el 27% del petróleo que consumimos, a mucha distancia de otros países como Irak (9%), Nigeria y Arabia Saudí (ambos el 8%).
Aún más con las importaciones de gas, ya que aporta un 41%. A su lado, las alternativas son insignificantes. El famoso caso de Argelia, que es la característica singular de España, sólo significa el 8% y Qatar, que es la otra alternativa y que EEUU está negociando con ellos para mejorar sus exportaciones a Europa, sólo nos exporta el 5%.
Y lo mismo ocurre con el carbón. Rusia es el más importante con diferencia con el 47%, seguido de EE.UU. (8%) y Australia (14%). Está clarísimo, pues, que la estabilidad europea de la energía pasa y pasará durante muchos años por Rusia.
La pregunta de fondo es ¿por qué sabiendo todo esto, la UE-27 se alía de una manera tan beligerante con EEUU en lugar de procurar las buenas relaciones con Moscú? El hecho de que siguiendo instrucciones americanas, el segundo gran gasoducto que conecta directamente a Rusia con Alemania y que está terminado y suspendido temporalmente su funcionamiento, es un error de proporciones colosales. Por mucho que escriban los cantores y exégetas de EEUU, ni el gas de Argelia, ni de Qatar son alternativa. Pero es que además existe otro problema, que es el elevado precio del petróleo y del gas.
Existe un notabilísimo desajuste entre la demanda y oferta de hidrocarburos que es consecuencia de la escasa capacidad que debe incrementar la producción, lo que da lugar a una oferta muy inelástica que responde siempre con el alza de precios. Este hecho se debe a que en la época previa a la pandemia, los bajos precios de los hidrocarburos entre 2015 y 2019, unidos a los planes de descarbonización de muchos países occidentales, en primer término la UE, desincentivaron las inversiones para explorar nuevos yacimientos y, por tanto, durante una serie de años tendremos una capacidad de extracción que está en el límite.
Por otro lado, esto determina que los precios suban en una escalada que hacía años que no se veía y que afecta al poder adquisitivo de los consumidores. El nivel de inflación interanual de enero se situó en el 7,5% en EE.UU. y en el 5,1% en la eurozona y, de acuerdo con Eurostat, la energía es el componente del IPC que más ha contribuido al alza de precios.
El gas, por su parte, y como hemos visto, está en manos de Rusia y puede modular el precio en función de la crisis. Es una demostración más de cómo una política colocada daña poderosamente en la economía europea. La vía de aprovisionamiento de Qatar o incluso de EE.UU. de gas licuado como alternativa al gas ruso es muy limitado, y una de las razones fundamentales es que los países asiáticos pagan un mayor precio por este recurso energético.
El resultado es que al menos hasta 2023, y esto dependiendo de cómo evolucione la circunstancia política, tendremos precios elevados y tensiones en la oferta. Y, por tanto, una inflación elevada. En el caso de España y Portugal este hecho aún tiene mayor incidencia porque son los dos países en los que la electricidad depende más del gas.