Los países miembro de la Unión Europea aprobaron el viernes 4 de octubre la normativa que impondrá importantes aranceles a los vehículos eléctricos chinos, a pesar de hacer frente al voto en contra de Alemania (así como de Hungría).
Para detener la iniciativa legislativa de la Comisión hacía falta una mayoría calificada de 15 votos en contra (no a favor) de los estados.
La votación dejó en evidencia las dudas que tienen las capitales europeas por los efectos de las más que previsibles represalias de Pekín sobre las exportaciones de bienes y servicios europeos al gigante asiático, así como la relación económica entre ambos bloques en su conjunto.
En concreto, sólo diez países (entre ellos Francia, gran capitana de la iniciativa) votaron a favor, mientras que cinco lo hicieron en contra y doce se abstuvieron.
Entre estos últimos se situó España, país que en un primer momento anunció estar a favor por razones de carácter ecológico (aunque posiblemente, en realidad por la presión de París sobre Madrid).
Sin embargo, en un segundo tiempo, el gobierno de Sánchez, ya sin el ecologista radical Teresa Ribera (que está haciendo las maletas para irse a Bruselas), se habría dado cuenta de todo lo que España tiene que perder si empeora las relaciones con China.
Efectivamente, España es uno de los países europeos que mejores relaciones comerciales mantienen con el gigante asiático, y compite para atraer a sus centros de producción de automóviles (a menudo contra Hungría e Italia), al tiempo que exporta masivamente carne de cerdo.
Además, España es uno de los mercados en los que las empresas chinas de automoción están invirtiendo más como puerta de acceso a la UE.
Sánchez decidió abstenerse en la votación del 4 de octubre después de haber visitado China unas semanas antes. Parece que España tiene un presidente de gobierno que cambia de posición en función de con quien se reúne (Marruecos, Francia, China). Algo que plantea serias dudas hacia su determinación y habilidad negociadora, y por tanto capacidad para defender los intereses españoles.
La normativa europea aprobada va en la misma dirección que la de Estados Unidos, aunque no es ni mucho menos tan draconiana.
La Comisión ha diseñado un sistema de aranceles en el que los fabricantes chinos deben pagar en función de las ayudas públicas que reciben de Pekín (como si la industria europea no recibiera toda clase de subsidios y exenciones fiscales), y que hechos los cálculos, se sitúan aproximadamente entre el 7% y el 35% del valor del producto importado.
Estados Unidos de Joe Biden, en cambio, aprobó el pasado mayo un arancel del 100% en los vehículos eléctricos chinos, lo que los excluye virtualmente del mercado estadounidense.
Los expertos en el sector del automóvil apuntan a que la barrera europea no frenará la avalancha de marcas chinas que buscan penetrar en el Viejo Continente con un producto tecnológicamente tanto o más avanzado que el europeo, con una calidad de fabricación también equivalente o superior, ya un precio más competitivo.
La apuesta china es demasiado decidida y los fabricantes tienen margen para absorber buena parte del arancel, cargando sobre el comprador el resto y manteniendo la competitividad respecto de los fabricantes europeos.
De hecho, la Federación Europea para el Transporte y el Medio Ambiente ha pronosticado que en 2025, y pese a la entrada en vigor de los aranceles, la parte china del mercado de la automoción en Europa seguiría aumentando a menos que entrase en vigor una reglamentación suplementaria sobre las emisiones de CO₂, como Francia ha empezado ya a aplicar de forma unilateral.
La posición europea respecto al coche eléctrico podría definirse como esquizofrénica. Por un lado, la UE ha impuesto la prohibición de la venta de nuevos motores de combustión en 2035. Pero por otro, su industria se está demostrando incapaz de competir con los fabricantes de baterías y de coches eléctricos chinos y norte -americanos, poniendo en peligro la supervivencia de un sector histórico en el que Europa siempre había liderado.
La votación dejó en evidencia las dudas que tienen las capitales europeas por los efectos de las más que previsibles represalias de Pekín Share on X