Hay momentos en los que la realidad se impone como una sombra que no puede ignorarse, aunque el gobierno se esfuerce en teñirla de rosa. En Converses hace tiempo que advertimos que el panorama socioeconómico de España es mucho más frágil de lo que indican las consignas oficiales. No es una cuestión de oponer relatos, sino de leer las cifras y aceptar lo que explican, porque los datos tienen la virtud incómoda de no dejarse manipular.
La Comisión Europea acaba de dar un nuevo toque de alerta:
España, por segundo año consecutivo, no ha presentado los presupuestos. Sin esta pieza esencial, Bruselas no puede evaluar la evolución económica previsible, ni puede confiar en un gobierno que incumple de forma reiterada un mandato constitucional básico.
Las cuentas deberían haberse presentado en septiembre, pero seguimos atrapados con los presupuestos prorrogados de 2022; ¡son los de una legislatura anterior! En cualquier democracia madura, algo así habría llevado al gobierno a convocar elecciones o a someterse a una moción de confianza. Aquí, en cambio, se nos dice que no ocurre nada, que “todo va bien”.
Pero no, todo no va bien. Y las cifras lo ponen de manifiesto.
El aparente crecimiento del PIB es un espejismo alimentado por dos factores que no se pueden eternizar: los fondos europeos Next Generation y una inmigración masiva que aumenta la población y, por tanto, el volumen global de actividad.
Pero detrás de esta fachada se esconde un problema doble: los fondos europeos están generando gasto público recurrente, que continuará una vez que las ayudas se esfumen, y el modelo de empleo que se crea —intensivo en mano de obra poco calificada— contribuye a empeorar la productividad. Por lo que se refiere a la inmigración, es sencillamente insostenible mantener los ritmos actuales sin generar tensiones sociales, salariales y de cohesión explosivas. Así, en la previsión del crecimiento del PIB para 2026 más de la mitad corresponde a los Fondos NG y a la demografía, léase inmigración, continuaremos, pues, por un camino sin salida.
Cuando comparamos España con otros países de la Unión Europea, especialmente aquellos que el discurso dominante suele despreciar — Polonia y Hungría —, la radiografía resulta aún más dura.
En los últimos veinte años, de 2004 a 2024, España es el 24º país en crecimiento de renta per cápita sobre 26, con un pírrico 11% acumulado. Mientras, Polonia ocupa el tercer puesto y Hungría el octavo. La distancia entre estos países y España es ya tal que los polacos tienen en el horizonte superarnos en términos de prosperidad.
La causa de fondo es clara: la productividad española es una de las más bajas de Europa. Estamos en el puesto 21 de 26. Incluso Portugal nos supera con claridad. Y, de nuevo, Polonia y Hungría vuelven a quedar en posiciones líderes, en el puesto tercero y undécimo. Nuestro modelo de creación de empleo, basado en trabajos de baja calificación y una elevada rotación, condena al país a un futuro de estancamiento.
Este patrón explica otro de nuestros males endémicos: España es el único país de la Unión Europea con una tasa de paro de dos dígitos, el 10,5%. Polonia tiene un 3,2%; Hungría, un 4,5%. Somos líderes en lo que nadie querría encabezar.
la pobreza infantil ha crecido del 30,5% al 34,6% en los años de Gobierno Sánchez.
Pero hay un dato aún más doloroso, quizás el que mejor define la quiebra de nuestras políticas públicas: la pobreza infantil ha crecido del 30,5% al 34,6% durante los años de Gobierno Sánchez. Solo Bulgaria nos supera, y no siempre.
En España, tener hijos se ha convertido en un factor de riesgo económico objetivo. Las familias numerosas, antes un signo de fuerza social, son ahora un indicador casi automático de vulnerabilidad. Los hijos que en Polonia y Hungría vienen con un pan bajo el brazo, aquí son causa de empobrecimiento. ¿Qué futuro puede tener un país gobernado con tanta ceguera?
La razón es evidente: España no tiene una política familiar digna de ese nombre. No es una cuestión de recursos; es una cuestión de dogmas. Las políticas familiares han sido sacrificadas en aras de un feminismo punitivista que ha convertido el concepto de familia en una sospecha ideológica.
Mientras, Polonia y Hungría —tan criticadas por los guardianes de la ortodoxia progresista— sitúan a la familia en el centro de su proyecto político. Allí, tener hijos es una bendición. Aquí, un problema. Su crecimiento económico es bueno; el de Polonia excepcional, aquí empeoran día a día las condiciones de vida.
Esta es la fotografía real que dibujan las cifras: baja productividad, crecimiento débil, falta de presupuestos, dependencia de fondos externos, desempleo crónico y pobreza infantil al alza. Todo lo que viene después, todo lo que se cuenta desde la tribuna gubernamental, es fanfarronería.
Los datos no mienten. El relato, sí. Y España, desgraciadamente, va francamente mal.
Sin presupuestos, sin rumbo y con un PIB sostenido artificialmente. Esta no es la prosperidad prometida. #Fiscalidad #GobiernoSánchez Compartir en X





