La participación en Europa ha sido la mejor de este siglo, descontando la de 2019 que coincidió con otras convocatorias electorales. Sin embargo, sigue siendo muy baja, ya que no llega al 50%, lo que afecta gravemente a la representatividad y a la participación de la UE, que tiene en este punto un grave problema irresuelto. Para situar una referencia, Sánchez ha obtenido el 30% de los votos, pero en realidad esto significa que ha logrado un apoyo del 15% del total de votantes, y el gobierno en su conjunto tiene poco más del 17%.
Las expectativas siempre marcan los resultados, y Sánchez es un maestro en utilizarlas a su favor. El PSOE ya lo está haciendo. Pero ¿cuáles eran esas expectativas? La media de las 10 últimas encuestas publicadas otorgaba un máximo del 34,5% al PP y un mínimo del 32%. Por tanto, su resultado, con un 34%, se ha situado en máximos de la previsión. El PSOE podía aspirar, según las encuestas, a un máximo del 31,5% y al menos del 29,2%. Alcanzó un 30,2%, un punto prácticamente por debajo del máximo. No tiene mucho sentido, con estos datos, dar un discurso de éxito a partir de las expectativas.
Vox se situó en el mínimo de sus previsiones, y el que quedó peor parado, rompiendo su suelo y hundiéndose, fue Sumar, que alcanzó un punto menos del mínimo. En términos relativos, que señalan mejor la magnitud de la tragedia, esto significa del orden de un 20%. El nuevo partido Se acabó la fiesta consiguió un éxito alucinante, superando en 1 punto al máximo, lo que significa una tercera parte más de votos de los que se calculaban. Y Podemos ha alcanzado exactamente el mínimo que le daban las encuestas. Pero, como su competidor Sumar ha jugado tan mal papel, la interpretación que realiza este grupo es inadecuadamente optimista del resultado obtenido.
Los datos son inequívocos. El PP ha ganado por 4 puntos , 2 escaños, y ha sido primera fuerza en España con la excepción de Catalunya, País Vasco, Navarra y Canarias. Los socialistas han ganado en la zona más poblada de Cataluña, Barcelona y Tarragona, y en Álava y Vizcaya, en el País Vasco, donde en conjunto ha sido Bildu quien ha conseguido la victoria, mientras que el partido gobernante, el PNV, ha quedado relegado a la 3a posición.
El resultado socialista no es bueno. Ha sido el peor de los últimos 15 años, y ha empeorado la distancia respecto al PP, considerando las últimas generales. Por otra parte, su pérdida moderada la alcanza a expensas del voto de Sumar, al que deja en la piel y los huesos, y cuestiona la viabilidad del proyecto de Yolanda Díaz, que en cada elección ha obtenido un peor resultado cuando parecía imposible retroceder más.
El partido nuevo de Alvise Pérez ha logrado casi los mismos votos que toda una vicepresidenta del gobierno, quedando por encima de Unidas Podemos. Sin embargo, esta fuerza también puede consolarse por el insólito resultado en Catalunya, ya que ha superado a la columna vertebral de Sumar, los comunes de Colau. Es posible que, tratándose de resultados tan escasos, haya influido en este éxito el hecho de que una parte de votantes de la CUP, que no se presentaba a estas elecciones, haya derivado hacia esta opción.
Sánchez mantiene la tónica de siempre: él ha ganado y el PP ha perdido. Cada uno es libre de hacer la interpretación que quiera, pero lo que es evidente es que tenemos un gobierno que, con la excepción concreta de Catalunya, ha perdido todas las elecciones que se han convocado desde 2023. Perdió con mucha rotundidad las autonómicas y las municipales, y también fue derrotado en las generales anticipadas, si bien logró formar gobierno con una amplia y heterogénea alianza con todos los partidos independentistas y nacionalistas. Ha quedado reducido a 3ª fuerza en Galicia, se mantuvo como 2ª en el País Vasco y ahora ha sufrido una nueva derrota. Toda la fuerza que mantiene la debe al diferencial de voto que obtiene en Catalunya. Sánchez depende de Catalunya por partida doble: del PSC, por un lado, y de ERC y Junts, por el otro.
En Cataluña, lo más relevante es el derrumbe independentista. Las elecciones europeas no han significado una segunda opción para ERC, permitiendo reivindicar la figura de Puigdemont, si bien hay que decir que no estaba, en este caso, sobre el escenario. El voto por la independencia se ha quedado en casa, lo que ha supuesto que el nivel de participación de Catalunya, del 43%, sea 6 puntos inferior a la media española. Es un pésimo signo.
Ahora, con todos estos escenarios, la incertidumbre sobre la capacidad de gobernar es grande, especialmente en Cataluña, porque todavía no sabemos si tendremos gobierno o iremos a nuevas elecciones. Si se impone la línea de Junqueras, el pacto con Illa puede estar en la esquina. Si ERC quiere dar un paso y recuperar su posición como fuerza independentista, las cosas pueden ser distintas. Y queda el interrogante de Junts. Puigdemont siempre grita con fuerza, pero a la hora de la verdad nunca ha hecho un gesto extraordinario por su potencia o dramatismo. No ha vuelto, pese al revulsivo electoral que podía significar, y en el Congreso de los Diputados nadie cree demasiado que deje caer a Sánchez.
Sin embargo, la debilidad del gobierno para sacar leyes adelante está más acentuada que nunca, porque su amplia coalición parlamentaria se deshace. Sumar y el PNV registran muy malos resultados, lo que abre una incógnita de futuro. Puigdemont mantiene los 6 palmos, ERC debe demostrar que sus votos sirven para algo, y Podemos debe acentuar su papel de partido a la izquierda del gobierno. Todo ello con muchas exigencias para un partido socialista que dispone de una débil fuerza parlamentaria.