Hace unas semanas recibí un correo de la sección de opinión de este diario pidiéndome «un artículo especial sobre el país que se publicará en agosto», formando parte de una serie de apariciones diarias durante todo el mes : cada día un autor diferente. Acepté inmediatamente. Publico desde hace años en estas páginas, cuando el diario pertenecía -por decirlo corto- a La Vanguardia y a Planeta. Formé parte del consejo editorial y escribía un artículo mensual como ahora. Cuando cambió la propiedad, dejé lógicamente el consejo editorial, pero seguí enviando el artículo mensual, que se ha ido publicando sin interrupción hasta ahora mismo. De vez en cuando se me ha pedido una colaboración especial, que también he llevado a cabo. Siempre he escrito lo que he querido, sin ocultar mi pensamiento, y siempre me he sentido respetado. Nunca se me ha dicho nada. También es cierto que, consciente de la diferencia que me separa del ideario del Periódico, he procurado decir sin despropósitos ni radicalidad lo que pensaba siempre en la línea de la tan escarnecida «tercera vía».
Por esta razón, no quiero despachar este artículo de forma tópica, repitiendo una vez más las ideas tantas veces reiteradas: que el problema catalán es el problema político español por excelencia: el reparto del poder; que la iniciativa para afrontarlo debe partir del Gobierno central; que tan sólo hay una salida, que es el diálogo transaccional hecho de recíprocas cesiones; que este diálogo se debe practicar con respeto a la realidad de los hechos, con respeto a la ley y con respeto al adversario; y que debe producirse sin una mala palabra, sin un mal gesto y sin una mala actitud; es decir, con la palabra como instrumento, la ley como marco y la política como tarea. Pero no es eso lo que hoy debo decir, si quiero ser sincero. Tanto he repetido que hay que decir en público lo mismo que se dice en privado, que ahora me siento obligado a hacerlo. Y por eso afirmo que en Catalunya hay, creciendo y arrolladora, una doble desafección.
En primer lugar, la desafección que sienten los nacionalistas catalanes y muchos catalanistas por España como nación , por el Estado que la articula jurídicamente e, incluso, por todo lo que es hispánico. Es la desafección de la que habló -fue el primero de todos- el presidente Montilla, el 6 de noviembre de 2007. No entro ahora en las causas y justificaciones de este sentimiento, ni en su extensión. Es un hecho con el que hay que contar. Si hablo siempre de respeto a los hechos, este es un hecho que se debe respetar.
Y, en segundo término, la desafección que sienten otros ciudadanos de Catalunya por la Catalunya del procés . Una desafección igualmente profunda, que no es por la Cataluña real, sino por la Cataluña imaginada por el procés: los gobiernos de Artur Mas, Carles Puigdemont y Joaquim Torra; por Òmnium Cultural y la Asociación Nacional Catalana; por los medios de comunicación públicos catalanes y por una parte de los privados … No entro tampoco en sus causas y justificaciones, ni en su extensión. ¿Son muchos los que la sienten? ¿Son pocos? Tanto da. En cualquier caso, es un sector de la población catalana. Es un hecho que también se debe respetar.
Esta doble desafección provoca dos reflexiones . Primera. La deriva actual del procés lo lleva inexorablemente -una vez constatada la inviabilidad de un enfrentamiento directo con el Estado a insistir en la táctica de la deliberada desestabilización de España mediante la progresiva internacionalización del conflicto, que ya está en marcha por la vía judicial y por la de la propaganda; una acción desestabilizadora que acentuará con fuerza la mutua desafección. Segunda.No hay comunidad humana, grande o pequeña, que pueda construir un futuro inclusivo y de progreso en base a la desafección recíproca de buena parte de sus miembros; la desafección es el precedente de la fractura social que, una vez se produce, resulta muy largo y problemático revertir. Tengo claro que esta desafección mutua dentro de Catalunya, fruto de unos estólidos errores recíprocos, constituye el más grave impedimento para convivir en paz y construir el futuro.
Publicado en El Punt Avui, el 9 de agosto de 2019