Adolf Tobeña: «En los catañoles están los mejores catalitzadores para una salida de la crisis catalana”

Tobeña, catedrático de Psiquiatría en la Facultad de Medicina del Instituto de Neurociencies de la Universidad Autónoma de Barcelona,  imprime una perspectiva especial del independentismo en su libro «Catañoles. De Arrimadas a Rufián«.

  1. Tobeña, usted es un estudioso del independentismo desde una vertiente que podríamos calificar de académica o científica. Pero todo interés responde a una motivación. ¿Cuál es la suya para dedicar atención a este tema?

La campaña secesionista en Cataluña ha sido el movimiento de masas quizás más notorio en Europa durante la última década. Desde un rincón de España despertó un interés comparable al referéndum de independencia de Escocia y al del Brexit. El «proceso» puso en marcha un fenómeno de psicología colectiva de un alcance formidable, una comunión grupal profunda y prolongada que los análisis históricos, económicos y políticos no lograban explicar de manera convincente. De ahí el interés.

  1. El título de su libro, muy expresivo, Catañoles, viene a definir lo que podríamos llamar una nueva categoría de ciudadano. ¿Cómo lo caracterizaría? ¿Cuáles son los perfiles que mejor lo definen?

El libro parte de una cita de Quim Monzó en la La Vanguardia, que dice: “Aquí hablamos tres lenguas: el español, el catañol y, muy pocos, el catalán”.

Pensé que esa variante lingüística dual o mestiza, el catañol, podría servir para identificar también a la mayoría de ciudadanos que reconocen una doble identidad en su talante, en su manera de ser, en sus costumbres, actitudes, gustos y preferencias: la mezcla de la tradición catalana y la hispana. Cada uno en un cóctel de proporciones diferentes, claro.

Los catañols son la mayoria en Catalunya. Todos los datos firmes indican que son alrededor del 65% de la ciudadanía.

  1. ¿Considera que hay una relación científicamente demostrable entre independentismo y nivel de ingresos? Y en este sentido, ¿podríamos hablar de una especie de «lucha de clases»?

No es necesario acudir a la ciencia para ello. Solo en la contabilidad más sencilla. Todos los datos oficiales, los que publican regularmente las agencias estadísticas de la Generalitat indican que el secesionismo arraigó en los estratos acomodados de la sociedad. Amplísimas capas de clases medias diseminadas por todo el territorio y muy bien instaladas en todos los gremios y actividades profesionales. Ese es el grosor, el alimento esencial del «procés».

Nada de «lucha de clases» tradicional: ha sido un intento disgregador de los privilegiados, llevado a través de trampas para-legales, propaganda encapsuladora y un activismo arrollador al servicio de la marginación de la mayoría de la población no-secesionista. Todo ello bajo la dirección de una poderosa y desleal Administración autónoma.

«Rebeldes privilegiados» es el título de un extenso estudio que hicimos, con colegas de la UPF y la UB, que ha tenido un enorme eco, por cierto, en los círculos académicos internacionales y que ha servido para que el mundo «ilustrado» empiece a ver la «crisis catalana» de otra manera.

  1. En el actual escenario político, social y cultural, ¿qué importancia y papel le otorga a un catalanismo, la concepción que desde finales del siglo XIX ha venido vertebrando mayoritariamente la política y la cultura catalana?

Ni idea. No me atrevo a decir nada al respecto.

Ahora bien, todo nacionalismo ambicioso aspira a la concreción estatal. Visto así, la secesión es la culminación natural del proyecto catalanista. No sé si el catalanismo «re-formulado» saldrá de volver a centrarse en el cultivo de la vitalidad cultural y en la contribución decisiva al marco común de las Españas acogedoras de diversas concreciones nacionales. Quizás el mundo catañol es capaz de hacerlo todo encontrando rendijas para un discurso nuevo. Hace falta imaginación política, tiempo y tener alguna posición de mando relevante, claro.

  1. Hay una parte importante de la población de Cataluña que rechaza toda identificación con España y que es particularmente crítica con ella. ¿A qué causas considera que responde esta visión?

Son el 25%. Ese segmento no rebasa nunca ese umbral. Son los secesionistas irreductibles. Los inamovibles. Los que no cambiarán, vaya como vaya y termine como termine el asunto.

Consiguieron convencer y arrastrar un 20% más de la ciudadanía, en los momentos más álgidos del «procés». Pero esos últimos son secesionistas de conveniencia. «Por si acaso»: se apuntaron por si podían salir ganando, tal como iban las cosas (ellos mismos, los hijos, los nietos …). Ahora, ese secesionismo «oportunista» duda.

Las causas del secesionismo «de cantera» son múltiples y vienen de lejos. Tampoco entiendo mucho de esto y puedo decir muy poco. Pero los que parece que entienden están bastante de acuerdo en que es un problema de integración firme de las Españas. De redondeo bien logrado y bien asumido del marco común de la ciudadanía política. Quizás aciertan.

  1. Durante la transición, y al inicio del modelo autonómico, Cataluña gozó de un gran prestigio en España, como lo constatan los primeros viajes de Pujol, no ya a Madrid, sino a Castilla y León o Murcia. Todo esto se ha perdido. ¿Cree que hay una animadversión en gran parte de la sociedad española contra Cataluña o sólo contra el independentismo?

Los españoles en conjunto han tenido una paciencia de santos ante la larga, terca y tóxica campaña secesionista. Descontando los carcamales bastante minoritarios, el grado de tolerancia, la flexibilidad y la prudencia mostrada ante el odio, el desprecio y las descalificaciones que venían a menudo desde las instancias y los sitiales más elevados de Cataluña, ha sido sorprendente.

Conviene tenerlo presente, a fin de recuperar el prestigio derrochado. En el libro salen cifras oficiales del CEO y del CIS que indican que la estimación del resto de las Españas por los catalanes está en la cola, en la banda baja en todos los indicadores. Por lo tanto, hay trabajo largo por hacer.

  1. Una determinada lectura del trasfondo de su texto podría hacer pensar que hay un punto de contacto importante entre los «catañoles» que quieren quitarse de encima el gobierno español y un espesor no menor de españoles que también desean algo parecido. ¿Es legítima esta interpretación de su texto?

El fondo de descontento profundo con el estilo de gobernación de las Españas se arrastra desde hace dos siglos largos. Toda la modernidad, de hecho. De ahí la tendencia recurrente a la rotura, cuando las cosas van mal. Pero ahora venimos de un periodo de medio siglo casi de quietud, entendimiento y creación de enorme riqueza. De consolidación de una sociedad abierta, dinámica y avanzada. Quizás se necesitan cincuenta años más: dos o tres generaciones añadidas para acabar de sedimentarlo y eliminar así aquel fondo disgregador, sectario y cainita que se afana siempre en resucitar en Cataluña y toda España. En el libro esto, sin embargo, es un sólo un pequeño apunte.

  1. ¿Pueden los «catañoles» ser el sujeto colectivo que permita salir del actual callejón sin salida al conflicto catalán?

Seguro. Sin el sector mayoritario no hay salida viable. Salida amable, quiero decir. Sin el grueso de la ciudadanía sólo hay fracturas y tensiones empobrecedoras o empates atrincherados y corsecadores. Mala vida, en definitiva.

En el dinamismo y la creatividad de los segmentos catañoles están los mejores catalizadores para una salida fructífera de la «crisis catalana» que vivimos. Pero conviene que se actúe sin complejos ni inhibiciones de ningún tipo. No valen para esto «Montillas» o similares como conductores. Y tampoco unos «Aragonés» o «Pascal» reconvertidos, por mencionar nombres del panorama actual. Pero podrían valer gente como Salvador Illa, Alejandro Fernández, Nuria Marín, Manuel Valls o Miquel Iceta y similares. La cantera es larga y rica en todos los gremios, no únicamente en el político. Hay que ponerse.

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