Entre el conflicto y el diálogo

Una vez al año se reúne a la comunidad de regantes de un pueblo del Vallés, para tratar de distribuir las horas de agua que corresponde a cada uno. La sequía ha cambiado los caudales, y algo en teoría tan bonito como repartirse el agua, se transforma en una auténtica batalla campal, fruto de la mala relación y la desconfianza entre unos y otros.

Nos encontramos con la radiografía de una sociedad que no sabe hablar correctamente y tampoco sabe escuchar.

Visto desde afuera parece claramente que no sabemos tratar los conflictos. Las discrepancias, en lugar de encararlas serenamente, las magnificamos y sube el grado de crispación de ambas partes, lo que pone de manifiesto que no sabemos comunicar bien.

Como todo en la vida, es necesario entrenamiento, ya que parece que estamos más dispuestos al enfrentamiento que a las ganas de querer entenderse. Y eso, por supuesto, es un trabajo que no es fácil.

Exige audacia, competencia y el coraje de estar convencidos de que el mundo lo necesita. Y el primer paso es comunicar bien, por eso hace falta que el comunicador sea capaz de explicar de forma serena y clara lo esencial, pero también implica un receptor dispuesto a escuchar. Sin estas dos condiciones, la comunicación resulta imposible.

Y aquí vendría la pregunta clave. ¿Cómo deshacer la capa de prejuicios que dificultan escuchar el mensaje? ¿Cómo podemos transformar la indiferencia en deferencia?

En primer lugar, es necesario establecer relaciones de confianza. Es importante que nos tratemos por nuestro nombre, ya que esto personaliza el trato. Habrá que hablar con sentido común y sensatez, pero siempre con el respeto que merece el otro.

Debemos poner en común las cosas en las que estamos de acuerdo, pero también aquellas otras con las que no, pero siempre con la idea de que pensar diferente, no es motivo para dejarnos de respetar.

Es una oportunidad para abrir espacios de diálogo y escucha recíproca. Es un camino que tiene la capacidad de cambiar el mundo, aunque no siempre estamos dispuestos a ponerlo en práctica, porque no sabemos estar delante del otro con la atención que merece, y en lugar de establecer una cooperación con él, se establece una confrontación, y esto siempre dificulta el entendimiento.

Empieza por hacer el esfuerzo de entrar en su universo mental para afianzar unos vínculos de confianza y de diálogo. Cuando entramos por este camino, el corazón se pacifica y habremos colaborado al dar un paso más en la cultura de la paz.

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