Si entonces lo hubieran sabido, esa primavera del 2017 quizás muchos votantes liberales habrían votado a François Fillon, el candidato conservador que se presentaba como un Thatcher francés y que parecía poder llegar al Elíseo después de un quinquenio de François Hollande que había dejado mucho mal sabor de boca tanto a derecha como a izquierda.
Prácticamente, ocho años más tarde, el ex banquero de Rothschild, que debía convertir a Francia en una “start-up nation”, Emmanuel Macron, ha llevado tanto el gasto como la deuda pública franceses a niveles de récord histórico.
Si observamos el déficit de los presupuestos franceses desde 2011, cuando Hollande llegó al poder, se puede constatar una tendencia decreciente que llega a su colofón en 2018, precisamente el de las protestas de los chalecos amarillos que se iniciaron ese otoño.
Ya en 2019, y pese a unas condiciones económicas y monetarias excepcionalmente buenas (tipo de interés a cero por ciento), el déficit francés repuntó desde el 2,3 al 2,4% . Se trata de los únicos dos ejercicios en los que París respetó el acuerdo de la UE para mantener los números rojos por debajo del 3%.
¿Qué sucedió en 2019? Fue el año de las primeras “medidas sociales” deseadas por Macron para aplacar las protestas que desde entonces se sucedieron: y es que el efecto llamada fue claro y manifiesto. Cualquiera que hiciera suficiente quebradiza tenía derecho a recibir un cheque para que no siguiera perturbando la vida de los millones de franceses que trabajan y de los millones de turistas que el país galo recibe cada año.
La multiplicación de todo tipo de ayudas y subsidios públicos (algunos ejemplos: para comprar gasolina, para la vuelta a la escuela, para tomar el transporte público) han marcado los dos mandatos de Macron en una sociedad que tiende a exigir al estado la resolución de todos sus problemas (véase por ejemplo la anomalía francesa con la vivienda social).
Se ha generado un círculo vicioso en el que la ayuda acordada se convierte en la justificación de otra nueva para un colectivo diferente o para un nuevo ámbito de la vida.
La falta de autoridad (en el sentido de la auctoritas, de la legitimidad colectivamente reconocida del gobernante) de Macron, percibido como un producto de la élite financiera internacional desconectado de la gente, ha jugado un papel importante en esta espiral de endeudamiento.
Sin embargo, muchos periodistas achacan erróneamente la catastrófica situación de las finanzas públicas francesas a malas políticas durante la crisis del coronavirus y la recuperación pospandémica.
También hay que apuntar que durante sus primeros años de mandato, Macron bajó varios impuestos, pero se negó a efectuar los recortes públicos correspondientes, asumiendo sin decirlo que los intereses bajos o incluso negativos se convertirían en la «nueva normalidad» -o quizá simplemente esperando que el problema se lo encontrara su sucesor.
Ya en el 2024, Macron temió que estallara un escándalo político a raíz del agujero fiscal justo antes de las elecciones europeas de junio. El primer ministro de entonces, Gabriel Attal, se unió a Macron contra el ministerio de finanzas para evitar cualquier recorte antes del verano.
Desde entonces, Macron ha perdido las elecciones legislativas que él mismo convocó, y el pasado jueves 10 de octubre, el nuevo primer ministro Michel Barnier presentó un plan de unos 20.000 millones de euros en incrementos de impuestos y 41.000 en recortes. El hechizo de Macron se había deshecho definitivamente, y Francia volvía al mundo real.