Si se leen determinados diarios se puede llegar a esta conclusión: el resultado electoral, al menos según las encuestas, lo que hacen es señalar el día del apocalipsis porque el PP gobernará con la colaboración o participación de Vox. No son medios de comunicación cualesquiera quienes lo plantean sino de gran difusión, como El País, La Vanguardia, televisiones como La Sexta, TV1 o TV3, radios como la Ser, y en buena parte RAC1 y Catalunya Ràdio.
Según estas previsiones, esta victoria hipotética, porque todavía no hemos votado, significaría, como escribía Llatzer Moix en La Vanguardia el pasado domingo, que serían “malas noticias para la gran mayoría de mujeres, para los colectivos LGBTI, para los defensores del medio ambiente, para los europeístas e incluso para los liberales de toda la vida”. Con elaboraciones de este tipo no se entiende demasiado como pueda haber una victoria del PP a menos que todo este gentío, que se supone que en el país es mayoritario, sean masoquistas, y que la mayoría de las mujeres, los interesados por el medio ambiente, los europeístas y los liberales voten en contra de sí mismos. En esta misma línea se cuentan sin ningún tipo de empacho ni matiz los grandes éxitos del gobierno: reforma laboral, alza del salario mínimo, freno a la inflación, récord de afiliación en la Seguridad Social, progresos legislativos y sociales. Todo esto no parece suficiente para darle la victoria a Sánchez.
Y por si fuera poco, los que plantean los demás y en contraído Feijoo es, según el propio Llatzer Moix, “una estrategia derogatoria hablar de insidias, medias verdades y mentiras”. Es ciertamente una aproximada descripción del daño. No hay matices, por lo que el apocalipsis puede ser el próximo, como constataban las organizaciones del homosexualismo político en sus grandes movilizaciones en Barcelona y Madrid. Por cierto, y dicho de paso, pero sirve para constatar cómo se interpreta la realidad, existe el hecho de que Collboni no perdió ocasión para situar una gran bandera, enseña del homosexualismo político, en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona sin querer prestar atención a que esta práctica ha sido declarada ilegal por la propia justicia, que considera que en los edificios públicos sólo pueden ondear las banderas institucionales por mucha simpatía que uno tenga por unos u otros. Que fuera Vox quien reclamara la retirada no significa que no tenga razón.
Uno de los problemas de fondo de nuestra política, que Sánchez ha llevado a la máxima expresión, es que la justicia sólo es asumible si se interpreta de acuerdo a sus propios intereses. Luego nos extraña que la sociedad, Barcelona en particular, esté cada vez más desordenada y se pase por el forro toda norma colectiva. Si se hace en cuestiones mayores, cómo no debe actuar por igual en el día a día por parte del ciudadano de a pie.
John Carlin, también en La Vanguardia, no cabe señalar que el actual ministro de Economía es de clase mundial y canta las excelencias de la cifra de la inflación. Es consecuencia de aquellas personas que no miran su cartera cuando van a comprar o sencillamente lo hacen otras. A Carlin también le resulta incompresible que «la política, la serena gestión, no les va a muchos millones de españoles, parece». Aquí se introduce un nuevo elogio a Sánchez, el de hacer políticas serenas. Nadie lo diría viendo sus intervenciones y las de sus ministros en el Congreso de los Diputados, que han dado muestras de muchas y variadas cualidades, pero difícilmente ninguna de ellas es la de la serenidad.
Enric Juliana levanta las elecciones del domingo a nivel cósmico y, valiéndose del antiguo político británico Gordon Brown, considera que las elecciones del 23J son unas elecciones de repercusión europea. Concretamente afirma «que el futuro político de Europa se juega en España». Quién lo iba a decir cuando Sánchez tuvo la idea de convocar elecciones y subraya el paralelismo entre el ex primer ministro Brown y Sánchez. Realmente, el periodismo está muy transformado. Lo remata este domingo el director de La Vanguardia, Jordi Juan, con una entrevista extraordinariamente amable a Sánchez, que insistió una y otra vez en que su fracaso en el debate con Feijoo fue causado por la mentira y la indignidad.
Para redondearlo, Yolanda Díaz acabó afirmando que si gana el PP provocará la recesión económica. Ante todas estas desgracias que pasarán hay al menos tres interrogantes.
Primero. Si todo lo han hecho tan bien, como narran diarios como La Vanguardia, ya no digamos El País, ¿cómo es posible que las encuestas anuncien una derrota electoral de mucha importancia y lo hagan con la reiteración de haberla provocado ya en una primera instancia en las pasadas elecciones municipales y autonómicas? ¿Cómo es posible que la mayoría de los ciudadanos no sepan ver las excelencias del actual gobierno y se dejen llevar por los hechizos del mal?
La segunda cuestión es una derivada de la primera. Si son tan malos los posibles nuevos gobernantes, ¿por qué donde gobiernan y son conocidos no aprovechan esta ocasión para censurarlos? ¿Por qué en Madrid o Andalucía las encuestas dan una clara victoria al PP y representación significativa en Vox si son tan nefastos? ¿Por qué no hay ninguna rectificación en Valencia si el pacto entre PP y Vox tiene tanto rechazo popular?
El problema con la democracia es que si se cargan mucho las tintas sobre el adversario, lo que acaba haciendo es invalidarla porque se le niega toda razón a la parte mayoritaria del pueblo que vota en sentido contrario a lo que uno piensa que es lo bueno.
Tercera cuestión. Si el problema central es Vox, ¿por qué el PSOE no asume la abstención, que tendría múltiples beneficios? Primero, resquebrajaría la necesidad de entenderse entre estos dos partidos y vetaría el acceso al gobierno de Vox. Segundo, aumentaría el antagonismo entre ambos. Tercero, habría un gobierno, pero sin mayoría absoluta en el parlamento y por tanto los socialistas como segunda fuerza con la ayuda de otros partidos tendrían claras posibilidades de influenciar en las políticas y proteger a todos aquellos sectores que, según ellos, serán triturados: las mujeres, las personas LGBTI, los europeístas y tutiquanti. Si el remedio es tan sencillo como éste, ¿por qué no lo aplican?
La respuesta seguramente radica en que la cuestión en último término no va de ideas, proyectos, sino sencillamente de despachos, sillas, moquetas y presupuestos. La cuestión es quién controla el grifo del poder.