El peligro no viene de Moscú, viene de un continente joven, pobre y abandonado

Europa vive instalada en una obsesión: el fantasma de un ataque ruso. Es la nueva liturgia política del continente, repetida desde Bruselas a Berlín como una homilía civil. Pero ese miedo, amplificado por gobiernos y comisarios que necesitan legitimar una escalada militar sin precedentes, no tiene ningún fundamento sólido.

Una Rusia incapaz de doblegar a uno de los países menos desarrollados de Europa —Ucrania, sustentada por la ayuda occidental— difícilmente puede imaginarse conquistando la UE y desarrollando una guerra con una economía de la dimensión de la italiana, que es el equivalente del PIB ruso. Si Moscú se ahoga por ocupar una pequeña franja ucraniana al precio de decenas de miles de muertos, ¿qué credibilidad tiene la idea de que pueda invadir el continente?

Aun así, la obsesión persiste. El último episodio viene del nuevo comisario europeo de Defensa, Andrius Kubilius -alto cargo creado expresamente por la Comisión-, que ha alertado de que Rusia podría atacar a aeropuertos españoles con drones y hundir el turismo. A partir de este tipo de conjetura casi apocalíptica, Bruselas ya trabaja para llevar el gasto militar hasta el 5% del PIB, una cifra que recuerda más a las economías de guerra del siglo XX que a la Unión Europea del siglo XXI.

Y mientras, el continente da la espalda a su auténtica frontera vulnerable: el sur.

El Sahel, la tormenta perfecta

En la franja del Sahel, donde viven cerca de 400 millones de personas, el desastre ya no es una hipótesis: es un presente permanente. Narcos locales, redes de tráfico y dos grandes ramas de la Yihad (Estado Islámico y Al Qaeda) se disputan territorios, recursos y poblaciones civiles atrapadas en una espiral de violencia. Los países que habían mantenido vínculos históricos con Europa -especialmente con Francia- han expulsado la presencia occidental de su territorio. La “francofonía africana” ha sido liquidada de una patada en el trasero.

Europa ha huido, y el continente africano queda en manos de milicias, regímenes militares e influencias rusas y turcas. El vacío es tan grande como irresponsable. Y más peligroso porque el Sahel es el vestíbulo del Mediterráneo. Libia, estado fallido desde el fin de Gadafi, es hoy la puerta giratoria de las rutas migratorias y de los grupos yihadistas que se extienden como manchas de aceite.

La bomba demográfica y económica que Europa no quiere ver

Mientras Europa envejecida sigue discutiendo sobre presupuestos militares, la pobreza extrema se extiende a un ritmo alarmante en el África subsahariana. Los datos de World in Data son contundentes:

  • 2030: de 793 millones de personas en situación de pobreza extrema en el mundo, 604 millones serán africanas.
  • 2040: de 932 millones de personas en situación de pobreza extrema, 726 millones vivirán en esta misma región.
Cabe recordar que pobreza extrema no es pobreza relativa: significa sobrevivir con menos de 3 dólares al día.

Y, sobre todo, significa juventud. La inmensa mayoría de estas poblaciones son menores de 35 años: millones de jóvenes sin futuro inmediato, empujados a dos opciones extremas y previsibles en cualquier historia humana: la migración masiva o la revuelta.

Europa, que en la misma franja temporal habrá perdido población y será más vieja que nunca, se encontrará frente a un continente inmenso, joven y desesperadamente pobre. Un continente conectado por redes yihadistas y milicias que ya operan en el Sahel y el Mediterráneo.

Y, sin embargo, en Bruselas miran hacia Rusia.

La ceguera europea

La presidenta Ursula von der Leyen y la Comisión han adoptado una política exterior y de seguridad que parece dictada por la geopolítica emocional, no por la racionalidad estratégica. Se escucha más el temor histórico de los países del Este que el análisis riguroso de los riesgos reales. Se invoca a Rusia mientras se desatiende el gran vector de desestabilización que ya toca nuestras costas.

Europa, que se jacta de ser un actor global, ignora la realidad inmediata: su retaguardia es frágil, desprotegida y expuesta al impacto de 700 millones de futuros pobres extremos. El problema no está lejos, ni es abstracto: es demográfico, económico, militar y migratorio. Y no hay muro lo suficientemente alto como para contener lo que vendrá.

Una política europea sensata invertiría en desarrollo, estabilización y diplomacia en el Sahel y en el África subsahariana. No como ejercicio de caridad, sino como estricta política de seguridad continental. Pero la Unión, cegada por miedos ficticios, se empeña en reforzar el flanco oriental mientras abandona el flanco meridional.

Resultado: Europa se prepara para la guerra equivocada. E ignora la tormenta real.

Von der Leyen juega a la Guerra Fría mientras la frontera real se derrumba en el sur. #Ursula #ComisiónEuropea #CrisiAfricana Compartir en X

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