En el Parlament han prohibido el belén. Hoy, Josep Maria de Sagarra no podría escribir en su Poema de Nadal : “Veuràs la molsa al pessebre, / amb les figures de fang. / Veuràs la muntanya segura, / blanca de bens emblanquinats, / amb la llum dels teus ulls de criatura”.
En el Parlament, ya no es posible el símbolo del buey y la mula, de los pastores yde los ángeles celestiales, de la estrella que anuncia la buena nueva de Jesús, María y José.
Los que mandáis habéis convertido los ríos de papel de plata y las montañas de corcho coronadas de algodón, transformados en paisajes de ilusión, en tierra yerma .
Recita Eliot: “La agonía en parajes de piedra, llantos y confusión, prisión y palacio y reverberación de trueno vernal en las lejanas sierras, aquel que antes vivía ahora ya está muerto. Nosotros que estábamos vivos ahora nos estamos muriendo”. Y es que en sus propósitos, ya no hay sitio para nuestra esperanza, que ensalza el profeta: “Que se alegren el desierto y la tierra seca, que se regocije la estepa y que florezca… Fortaleced las manos lánguidas, afirmad las rodillas vacilantes. Decid a los pusilánimes: ¡Ánimo, no temáis! Aquí tenéis a vuestro Dios que viene para hacer justicia” ( Is. 35, 1-4).
La censura del belén es generadora de una dinámica de destrucción mucho mayor, pues los fundamentos religiosos no han estado confinados en el espacio de lo sagrado. Se han injertado en la dinámica más material de la sociedad, entrecruzándose con la maduración de la racionalidad. Si se pierde esa relación, lo que va quedando es una carcasa sin sustancia interna porque han cegado las fuentes que la alimentaba n. Las mismas que nos han llevado a los principios morales de la interioridad, la emancipación, la dignidad y el amor de donación, para situar cuatro claves de nuestra cultura.
La censura pretendidamente religiosa no solo castiga a la mayoría de los catalanes que nos consideramos católicos, sino que se convierte en exclusión cultural, porque en un país como el nuestro, la cultura y el hecho nacional son inseparables de los signos cristianos. ¿Qué celebramos el 23 y el 27 de abril sino un santo y una virgen? Ciertamente la fe es un don, pero la cultura es un deber.
Dicen que lo hacen por respeto al laicismo –concepto impuesto porque no forma parte ni del Estatut ni de la Constitución–. Falso. No es respeto, sino censura. Es un secularismo rampante, el aliado más poderoso del consumo desmesurado, porque es precisamente el belén, río y montaña de ilusiones inmateriales, su contrapunto popular. Así se liquida la alegría del encuentro familiar, el gozo de los villancicos, el regocijo de los mercadillos navideños, y excluyen de la institución patria el arte de la escuela de Olot, porque tiene la osadía de dar forma a signos celestiales. Sin belén, el Parlament se declara fuera de la tradición catalana, la misma que el Estatut reclama para afirmar los derechos históricos.
Pese a todo, para muchos de nosotros: “¡El camí ens ha portat a Betlem! / Xiscla l’alegria nova!… / Va ser una nit que va florir l’estrella, / i va néixer l’Infant!”.
¡Feliz Navidad!
Article publicat a La Vanguardia