El gobierno nos aseguró que había logrado un éxito con «la isla ibérica» desde el punto de vista de la energía; en otros términos, permitir a España y Portugal un tratamiento excepcional en el mercado que configura el precio final de la electricidad. Para ello se adoptó la medida de situar un tope al precio del gas, que en la forma del mercado marginalista que tiene en la actualidad es la componente que dispara los costes. Se presuponía que al situar ese límite los precios bajarían. La ministra del ramo, Ribera, nos explicó reiteradamente que se produciría una reducción del 30%, si bien después lo redujo a entre el 15 y el 20%. La medida se ha aplicado meses más tarde de lo que Ribera anunció, debido a la lentitud del acuerdo entre el gobierno español y la Comisión en relación a la letra pequeña.
Este martes fue el primer día que se inauguró el sistema, el precio del megavatio hora se situó en los 240 euros. Pero se redujo en 49 euros que era el tope del gas y quedó situado en 165. Es evidente que en relación a los precios de la normalidad sigue siendo una cifra inflacionaria, pero es obvio, como dice el gobierno, que es mejor que la que saldría sin ayuda. «menos da una piedra».
Pero, atención, porque este tope al afectar negativamente a las empresas gasísticas, debe ser compensado. Y la letra pequeña del acuerdo dice que quien paga esta compensación somos nosotros, los mismos consumidores; es decir, lo que nos rebajan por un lado, lo aumentan por otro. En esto ya hay un poco o mucha trampa en el solitario, de maquillaje político. Pero la cosa se hace más gruesa cuando resulta que este miércoles la compensación fue de 59 euros y, por tanto, se incrementó hasta los 224 euros megavatio/hora al precio resultante, es decir, se incrementó un 5% en lugar de reducirse el 15% anunciado.
Es un fracaso que se repitió ayer: reducción por el tope, aumento por la compensación y precio de la electricidad más cara que la del día anterior. La inversa de la medalla del amor sigue siendo verdad lo de “más que ayer y menos que mañana”. Naturalmente, esta situación tiene que ver con factores extraordinarios, como es la ola de calor que obliga a un uso masivo de las plantas generadoras de uso combinado, lo que significa más gas (también alerta sobre las limitaciones de un sistema basado sólo en las energías renovables). Pero, sumado y restado, el hecho es que el precio quizá se reduzca, pero en todo caso si lo hace, algo que todavía no ha ocurrido, será en cifras muy reducidas.
Vivimos una carrera desmedida de los precios de la energía y no sólo de la electricidad, en materia de carburantes ya hemos superado la increíble cifra de los 2 euros por litro, 2,057 para el diésel, 2.147 para la gasolina con fecha de este miércoles. Los 20 céntimos de subvención han quedado absolutamente superados, al tiempo que se multiplican los ingresos del estado, porque al subir el precio crece el ingreso de los impuestos sobre el carburante que son un determinado porcentaje sobre ese precio. El gobierno podría hacer mucho más y además debería hacerlo con finura, es decir no subvencionando el consumo de la gasolina de manera indiscriminada, sino allí donde más duele porque las rentas son bajas y también a la actividad productiva, porque para transportistas y pescadores la situación ya es insoportable y en el horizonte vuelve a aparecer el fantasma de las huelgas de camioneros y pescadores que podrían alterar aún más la frágil situación actual, empeorar los precios y rematar el mal estado en el que vive la agricultura que, paradojas de nuestra gobernanza, en época de crisis y precios de los alimentos muy altos,
Y en este contexto aflora la inflación. El Banco Central Europeo ya se ha apresurado a anunciar medidas para evitar que la prima de riesgo se dispare como está en Grecia, Italia y España, por este orden. Pero todo se vuelve más complicado porque al mismo tiempo la Reserva Federal Americana ha decidido incrementar sustancialmente el interés del dinero en un 0,75, el mayor aumento en mucho tiempo, porque la amenaza de inflación se considera demoledora. ¿Puede compaginarse una situación tan contradictoria entre estos dos grandes bancos centrales? La respuesta es que no y el resultado apunta hacia una nueva crisis del euro que complicaría más la vida de los europeos. Mientras, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, continúa su política, que está derrumbando Europa, de profundizar los compromisos y el futuro de la UE ligándolo a la suerte de Ucrania. Ahora ya quieren plantear la candidatura de ese país a la UE. Es lo que tratará en la comisión mañana. El resultado seguramente será ni carne ni pescado, pero contribuirá a alimentar las expectativas de una guerra prolongada, que es todo lo contrario a lo que interesa a Europa.
Sólo existe una forma racional de controlar el creciente laberinto en el que está situada la economía europea por decisiones equivocadas de los gobernantes, de la comisión en primer término y de aquellos que apoyan decididamente a la presidenta. Esta vía se concreta en dos objetivos. Alcanzar la paz en la guerra de Ucrania, restablecer las buenas relaciones con Rusia, normalizar el mercado del gas y de los hidrocarburos poniendo fin a las exclusiones que se han aplicado en ese país, porque el disparo de precios viene fundamentalmente de aquí, recuperar de este modo también el flujo de productos de alimentos en el mercado internacional procedentes de esos dos países. Y por último, es inevitable que el BCE restrinja el dinero en curso. Por muchos juegos de manos que hagan no puede olvidarse que la causa única de toda inflación es un aumento desmedido de la masa monetaria, que es lo que ahora existe. Si esta situación no se reduce de forma sistemática, aunque prudente y progresivamente, la inflación no nos abandonará durante años.