El gran apagón, el gran silencio, democracia cero: crónica de un gobierno que no responde

Decía Josep Pla que «Lo que me preocupa no es la política, sino los políticos «. Parece que pensaba en Sánchez, sin conocerle.

En política, como en la pesca, hay quien sale con la red llena y quien se limita a remover el agua. Pedro Sánchez, en su última comparecencia en el Congreso, no pescó nada —ni siquiera la verdad—, pero dejó el río democrático convertido en un pantano.

Con una fidelidad entomológica a su línea de gobierno, se dedicó a desguazar la democracia con una precisión propia de una colonia de hormigas o una colmena de abejas: proclamando que él y solo él es la encarnación viviente, porque él es la vara de medir de toda la buena y la mala política. Así, todo quien le cuestiona es, por definición, antidemocrático. Ya sea la “fachosfera”, los jueces rebeldes o, en esta nueva temporada, “los ultraricos”, que, al parecer, tienen el mal pensamiento de concentrarse en empresas con centrales nucleares.

los consejos de administración de estas compañías están rellenos, como una torta de chicharrones, de ex altos cargos del PSOE

Este planteamiento tan simple como un mensaje de TikTok tiene solo dos problemas prácticos. Primero, que estas mismas empresas concentran también el 52% de la producción solar y eólica, por lo que las renovables también deben ser nidos de plutócratas despiadados. Y segundo, que los consejos de administración de estas compañías están rellenos, como una torta de chicharrones, de ex altos cargos del PSOE. Pero eso, por supuesto, no merece ni un ay.

A ver si nos entendemos: la democracia no es un fin místico, ni un himno que se canta con la mano en el corazón. Es un medio –y solo un medio– para alcanzar el bien común en un Estado de derecho. No se limita a realizar debates de siete horas ni a votar cada cuatro años con gran pompa y poca sustancia. Una democracia que merezca el nombre necesita, como mínimo, leyes aplicadas de forma imparcial, instituciones independientes, un poder judicial que no sea un apéndice del gobierno, mecanismos para controlar al ejecutivo y una ciudadanía que pueda participar en serio, no solo mirar. También exige pluralismo político, protección de los derechos fundamentales y —lo más importante, hoy en día— la separación de poderes. Sin eso, estamos haciendo teatro, y de mal repertorio.

Una vez terminada la sesión, sabíamos exactamente lo mismo que antes: nada. Cero absoluto, como la producción eléctrica ese día.

Pues bien, todos estos pilares tiemblan bajo el paso pesado de la forma de hacer política de Sánchez, como demostró su actuación en el Congreso el pasado 7 de mayo. Siete horas de comparecencia, con el micrófono bloqueado a favor del presidente y el resto haciendo de espectadores. Tenía que dar explicaciones sobre dos cuestiones mayúsculas: el gran apagón, el tercero mayor del mundo por número de afectados (solo detrás de India y EUA), y la inyección extra de más de 10.000 millones de euros en gasto militar. Una vez terminada la sesión, sabíamos exactamente lo mismo que antes: nada. Cero absoluto, como la producción eléctrica ese día.

La oposición, mientras, recibiendo como si tuviera la culpa de todo, desde el cambio climático hasta la caída del Imperio Romano.

Ni una explicación clara sobre las causas del colapso, solo una defensa a ultranza de las renovables (que, oh, casualidad, tienen bastante responsabilidad según todos los dictámenes técnicos), desprecio a las nucleares —que, por cierto, son la columna vertebral eléctrica de Cataluña— y ninguna responsabilidad asumida. La oposición, mientras tanto, recibiendo como si tuviera la culpa de todo, desde el cambio climático hasta la caída del Imperio Romano.

la democracia sanchista ha evolucionado: ya no se necesitan presupuestos, ni debates, ni votos. El Congreso no opina, sólo observa.

En cuanto al gasto militar, el misterio es total. ¿De dónde saldrán esos 10.000 millones? Silencio. ¿Qué pasará en los próximos años? Oscuridad. ¿Cómo puede decidir esto un gobierno sin presupuestos aprobados? Bien, la democracia sanchista ha evolucionado: ya no hacen falta presupuestos, ni debates, ni votos. El Congreso no opina, solo observa. Un puro trámite. Y la negativa del presidente a someter este asunto a votación parlamentaria es la prueba más fehaciente.

El “cero” no solo simboliza la producción eléctrica durante el gran apagón. Es también la cifra exacta de la democracia española, tal y como la concibe el actual ejecutivo.

Y esto no es solo una cuestión de ética constitucional: es una amenaza directa al bienestar ciudadano. Como explican Daron Acemoğlu y James A. Robinson en Why Nations Fail, el progreso económico y social depende, ante todo, de la calidad de las instituciones. Instituciones inclusivas generan prosperidad. Instituciones extractivas, que concentran el poder y parasitan a la ciudadanía, llevan a la decadencia. Daron Acemoğlu, por cierto, ha sido reconocido con el Nobel de Economía en 2024. Una autoridad difícil de descartar como “ultrarico facha”.

lo que está construyendo Sánchez –con el aire beatífico de un salvador y los métodos de un operador político de corraleta– es un modelo institucional que encaja, como un guante, en la definición de “extractivo”.

La luz volvió, pero lo que está claro es que la democracia se ha fundido.

La democracia sanchista ha evolucionado: ya no hacen falta presupuestos, ni debates, ni votos. El Congreso no opina, solo observa Compartir en X

Creus que el govern Sánchez és responsable mediat o immediat de la gran apagada del 28 d’abril?

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