Pese a que los diarios gubernamentales han intentado paliarlo, véase en este sentido los editoriales de La Vanguardia y El País del 17 de diciembre perfectamente coordinadas, ni siquiera ellos se atreven a calificar de éxito lo que Sánchez ha hecho en Europa a lo largo de estos 6 meses, que terminarán el 31 de diciembre.
Empezó mal cuando no se dignó a comparecer ante el Parlamento Europeo para explicar las prioridades de su presidencia. Y la ha cerrado con una agria polémica sobre política interior cuando ha acudido este mes de diciembre para informar de sus resultados, que han merecido muy poca atención por parte de los parlamentarios
Por primera vez un presidente del gobierno y al mismo tiempo presidente de turno de la UE utilizaba expresiones insólitas para atacar al líder del PPE, Manfred Weber, cuando le decía que qué le parecería si en su país volvieran a las calles y plazas de Berlín el nombre de los líderes del Tercer Reich. Aquí Sánchez sobrepasó mucho una línea roja de la política alemana, que le ha descalificado como líder europeo. Por si fuera poco, y también en una visita como presidente de la UE, acabó produciendo un incidente diplomático con Israel tenido dos consecuencias. Una, en la política española, dado que Israel ha llamado a su embajadora a consultas y es un incidente aún no resuelto. La otra, porque Sánchez no ha logrado consensuar una posición común en el conflicto de Israel con Hamás y su actuación en la franja de Gaza.
Teóricamente, España tenía situada una de sus prioridades en mejorar la vinculación de la UE con América Latina. Pero la esperada cumbre UE-Latinoamérica pasó prácticamente desapercibida y ni siquiera pudo cerrarse un acuerdo con Mercosur. El éxito más claro que se puede apuntar a España a lo largo de estos 6 meses es haber cerrado en términos positivos la reforma del mercado eléctrico. Pero nada ha logrado en relación con los otros dos grandes expedientes comunitarios, los que se esperaba la presidencia española lograr resolver, porque además en ambos casos sus contenidos son de un claro interés para España. Se trata del pacto inmigratorio y del pacto de estabilidad. Pero llegará el 31 de diciembre y esto seguirá sin resolverse. También ha quedado inédita la prioridad española sobre la reindustrialización en Europa, el avance en transición ecológica, más política social y económica común y reforzar la unidad europea. En todos estos casos la ligereza de la presidencia española, hasta resultar casi un intangible, se ha convertido en total.
Todo el discurso de Sánchez, generador del conflicto en Israel, sobre el conflicto con los palestinos, se ha traducido en un fracaso extraordinario al no poder ni siquiera poner sobre la mesa la iniciativa de celebrar una conferencia de paz. De hecho, a la reunión sobre el Mediterráneo celebrada en Barcelona por primera vez, Israel no acudió.
Pero es que además, y eso lo señala un diario tan favorable como El País, España se ha limitado a gestionar los expedientes abiertos de los que, como hemos visto, salvo el referido al mercado eléctrico no ha logrado resolver nada importante. Y lo que le reprocha el diario es que más allá de esta gestión a caballo entre la administración y la política, España, cuarta economía de la UE, no sea capaz de aportar iniciativas propias de importancia. De hecho, cuando ahora lo ha aprobado, y evidentemente es más una iniciativa de orden interior de relevancia para Europa, ni siquiera ha logrado, pese a disponer del instrumento que significa presidir el semestre, el reconocimiento del catalán, el vasco y el gallego como lenguas oficiales.
La presidencia europea define los perfiles de Sánchez como gobernante. Un personaje extraordinariamente hábil para generar conflicto y polarización y situarse al frente de los dos bloques que esa polarización genera. Sin embargo, una incapacidad más que notable para hacer planteamientos de relieve y para ejecutar los proyectos concretos en tiempo y forma muy fiado a que el discurso, el relato, cubrirá estas carencias. Pero claro, en el escenario europeo hay demasiados focos y demasiadas miradas independientes para que sus fracasos puedan pasar desapercibidos, como ocurre en España.