¿Nos encontramos ante el fin de la época de los líderes guaperas que inauguró Obama? Todo parece indicar que sí. Este presidente de Estados Unidos, que ganó la presidencia por primera vez en el 2008, marcó el inicio de una estética distintiva de poder personal liberal de izquierdas. Joven, guapo, elocuente y negro. Cuando votaban por Obama, muchos no lo hacían por entusiasmo hacia el Partido Demócrata o por su plataforma política. La persona era el mensaje.
Todos los principales movimientos izquierdistas occidentales han intentado replicar la autoridad carismática progresista de Obama, su cesarismo de izquierdas. El mundo está ahora lleno de políticos y ex-políticos que son imitaciones de Obama: Emmanuel Macron, Jacinda Ardern, Pedro Sánchez, Sanna Marin, etc. Todos encajan en un molde similar. Son pulidos, progresistas y guaperas. Están por encima y, en ocasiones, desprecian el aparato de su propio partido político, hasta el punto de que se les acusa de centralizar el poder, de rodearse de aduladores y de actuar como autócratas.
Saben cómo hablar con confianza y elocuencia, incluso cuando pronuncian una prosa ambigua y sin compromisos. Esta presentación es intencionada. Y nadie se esforzó más por dominarla que Justin Trudeau. Trudeau es la personificación arquetípica de este modelo, tanto por su atractivo inicial como por sus hondas debilidades. Además, tenía la ventaja de su apellido.
Trudeau ofreció a los canadienses la oportunidad de escoger su propio casi-Obama: con turbantes en el extranjero y banderas del arco iris en casa. Trudeau se presentó como el anti-Trump, y los liberales en Canadá y en Estados Unidos se lo tragaron. Era fervientemente pro-LGTB y proaborto, e impulsó un experimento nacional de suicidio asistido que se transformó en eutanasia aconsejada por el estado.
El cesarismo de izquierdas logró mostrar la irrelevancia del conservadurismo de los años ochenta.
Trudeau nunca cumplió su promesa de 2015 de mantener los déficits anuales por debajo de los 10.000 millones de dólares. Pero, cuando llegaron las elecciones del 2019, Trudeau presidía un escándalo, una economía débil y unos votantes de clase trabajadora enojados.
En el paradigma marxista, la ideología de la clase dominante distrae de la explotación económica. Si esta crítica funciona en algún país occidental, está en Canadá. En la era Trudeau, la ideología de la culpa blanca distrajo la atención del aumento del coste de la vida, un gobierno disfuncional y unos servicios públicos y de salud deficientes. La ideología multicultural del gobierno canadiense tampoco engañó al número sin precedentes de inmigrantes que Trudeau estaba dejando entrar.
Hoy, Trudeau está dimitido y las perspectivas de su partido, el Liberal, son de las peores de su historia. Las Jacinda Ardern y Sanna Marin, en lugares tan distintos como Nueva Zelanda y Finlandia, que fueron estrellas del firmamento progre, fueron en realidad flores de un día, arrastraron A sus partidos a la derrota y hoy la derecha gobierna en ambos países. Macron ha llevado a Francia a una crisis extrema, no sólo política, sino institucional —los mecanismos de la V República están profundamente cuestionados, en lo social la fractura interna es muy grande, y en la económica su deuda pública ya supera a la española.
Solo Sánchez , con una minoría mayoritaria, que vive a expensas de cortar el jamón en el que han convertido al país a rebanadas y repartirlo en cada votación, aguanta, rodeado de un grupo de fieles, donde como nunca resulta evidente que abundan las personas con malos instintos, aquellas para las que el fin justifica los medios, y el fin resulta sólo su propio provecho.
¿Es Sánchez el último guaperas ? ¿Está cercano su final político? ¿O continuará años y años cortando el jamón?