La ómicron es una nueva variante que presenta múltiples mutaciones de la espícula (S), que es la clave que abre la puerta a células de nuestro cuerpo. Por tanto, facilita el contagio. De hecho, la transmisión actual ahora está muy alta, 1,4, hay científicos que consideran que podría llegar a la astronómica magnitud de 7 de no ser por las vacunas. Éstas se basaron en la proteína S de la variante original del virus y, por tanto, no tiene las mutaciones presentes en las nuevas variantes. También, como analiza el investigador Salvador Iborra Martín, de la Universidad Complutense de Madrid, a causa de un virus respiratorio sufre el cuerpo humano a través de las mucosas. En ellas sólo puede ser neutralizado por un anticuerpo muy específico, inmunoglobulinas A. Las vacunas al ser inyectadas por vía intramuscular no facilitan que generen estos anticuerpos en las mucosas.
Si a todos estos hechos se le añade la caída de los anticuerpos de los vacunados con el paso del tiempo, 3 meses para Astra Zeneca y de 5 a 6 meses para las demás, tenemos la explicación de la capacidad de contagio que tiene y mantendrá Ómicron y lo urgente que es recibir una tercera dosis, que tanto se ha retrasado en Cataluña. Hay que añadir, además, el hecho bien conocido de que las personas infectadas también pueden contagiar. Todo ello y la falta de una política sanitaria consistente, explica la explosión actual que, de hecho, como ya ocurrió en la primera ola -en ese caso con Italia- nos era anunciada por la multiplicación de casos en la mayor parte de Europa, pero el gobierno no ha hecho caso y una vez más no ha adoptado las medidas necesarias. Y entonces oscilamos entre la insuficiencia y el nerviosismo que Aragonès y el conseller de Sanidad han demostrado en Cataluña.
Cabe recordar, sin embargo, que el proceso inmunitario humano es más complejo y presenta varios niveles de defensa, uno de ellos son los llamados linfocitos T asesinos. Éstos presentan un nivel de persistencia mucho más alto si bien no neutralizan el virus cuando éste se hace presente, sino que actúan contra las células cuando ya están infectadas. En otros términos, si la persona vacunada se infecta, puede transmitir la enfermedad, pero su organismo reacciona mucho mejor gracias a la vacuna, lo que explica que a pesar del elevado número de casos, las personas graves y la mortalidad sean mucho menores.
Por ejemplo, si comparamos la situación actual de la sexta ola, con 563.260 casos, con los 560.688 casos de la cuarta ola, una cifra prácticamente equivalente, constataremos que mientras en aquélla se produjeron 5.338 muertes, en a actual se han producido 2018, menos de la mitad. Entonces se hospitalizaron 45.076 personas y ahora hay ingresadas en los hospitales sólo 5.726. También la diferencia en los ingresos en las UCI es muy grande. 5.691 en la cuarta ola, por 1.140 en la actual. La combinación de la vacuna hace que Ómicron contagie mucho menos y tenga mucho menos impacto.
Los datos disponibles en Dinamarca y Reino Unido señalan que esta variante es de menor gravedad, pero se multiplica 70 veces más rápido que la Delta y parece preferir las células de los bronquios en lugar de las del pulmón.
En un futuro podremos disponer de vacunas más adaptadas a esta variante y se calcula que el plazo será de 100 días. Si bien los científicos señalan que dadas las 32 mutaciones de la proteína S sería necesario antes evaluar la seguridad de la nueva vacuna para su comercialización. Esto hace que lo más probable sea que utilicemos dosis de recuerdo de las vacunas actuales más que aplicar la nueva vacuna.
Todo ello señala el gravísimo error de Sánchez, reiteradamente anunciado, sobre la inmunidad de grupo. No se ha producido y es difícil que se produzca y, por tanto, toda la política y el discurso que ha estado llevando a cabo en este sentido es un error o un engaño. Hoy, con más del 80% de la población vacunada, se ve que los contagios están disparados, y en un futuro las nuevas mutaciones y la rápida pérdida de eficacia de la vacuna ha hecho que ésta sea una vía que conduzca a una falsa confianza. La vacuna es necesaria, pero lo que hace falta es lo que no tienen ni España ni Cataluña: una verdadera política de sanidad pública.