El caso Errejón ha profundizado la crisis de la coalición de fuerzas que componen Sumar y otros partidos de izquierda. Este escándalo, como un cuerpo radiactivo, está extendiendo su impacto más allá del propio Errejón, afectando a todas las formaciones que integran lo que se autodenomina gobierno progresista y feminista de Pedro Sánchez.
Los excesos del feminismo promovido por estas fuerzas han transformado la caída de figuras públicas en verdaderas tragedias. El caso Errejón no es más que una confirmación, llamativa por la notoriedad del personaje, de los errores intrínsecos en los que se basa la ideología de género que estas fuerzas políticas defienden.
La contradicción fundamental
Desde 2004, cuando se aprobó la Ley Integral contra la Violencia de Género impulsada por Rodríguez Zapatero, se ha defendido un enfoque según el cual los hombres persiguen a las mujeres por su propia naturaleza, basando la explicación de la violencia en un supuesto patriarcado que es necesario combatir ferozmente. Este planteamiento ha conducido a una política centrada en el castigo y la reeducación de los hombres, sin abordar las verdaderas causas culturales y sociales de estas conductas: la concepción moral y religiosa y la práctica relacional sin disponer de las virtudes necesarias para ello, que la cultura occidental -como hacen otras culturas- ha construido a lo largo del tiempo basada en la cultura y la moralidad; esto es la mentalidad moral cristiana.
Feminismo y liberación sexual
La ideología feminista dominante también se conecta con una concepción de liberación sexual que se remonta a la década de 1960 en Estados Unidos. Las mujeres de clase media, cansadas de la soledad del hogar y de los roles asignados por la sociedad, adoptaron una versión del feminismo que abogaba por la libertad sexual sin miedo a las consecuencias del embarazo. Esto marcó el paso del feminismo de igualdad de derechos al de empoderamiento sexual. Creyeron descubrir de la mano de algunas feministas, como Betty Friedman, que la respuesta a sus problemas era el feminismo de la liberación sexual. No el de la igualdad de derechos civiles y políticos, que ya tenían desde hace años, sino poder mantener relaciones sexuales hoy sin miedo a las repercusiones del embarazo.
Desde entonces, el feminismo promueve la idea de que la emancipación de la mujer está ligada a la satisfacción de su deseo sexual sin restricciones. Este enfoque no sólo ha contribuido a la promoción del aborto como garantía de esta libertad, sino que también ha llevado a la normalización de comportamientos promiscuos y a la pérdida de valores como el respeto, la consideración y la fidelidad, que son condiciones necesarias para el hombre y la mujer, para construir vínculos sólidos y estables.
La paradoja del deseo y sus consecuencias
En lugar de promover valores como la templanza y la prudencia, el feminismo de género ha optado por glorificar la liberación del deseo, presentándolo como la vía hacia la realización personal. Esto ha contribuido a lo que se denomina «sociedad desvinculada», donde las relaciones sexuales se conciben principalmente como una forma de satisfacer el propio placer.
El resultado de esta mentalidad es que los protocolos y leyes punitivas no son suficientes para controlar el impulso humano hacia el deseo. Hombres y mujeres, alentados por la búsqueda del placer, se encuentran a menudo en situaciones que acaban mal. La concepción ilimitada del deseo, incentivada por el mercado y los medios de comunicación, acaba llevando a comportamientos desordenados.
Un ejemplo de ello se encuentra en el uso masivo de la viagra por parte de los hombres para mantener su capacidad de erección, y en la exaltación del deseo femenino, sin que exista una sincronización entre ambos sexos. Sólo cuando se pasa del deseo egoísta al amor y la atención hacia el otro, es posible una relación sana y equilibrada.
Pornografía y perversión de las relaciones
La promoción de la liberación sexual también ha llevado a la normalización de la pornografía, que muchos adolescentes y jóvenes consumen como modelo de lo que son las relaciones sexuales. En lugar de limitar este acceso, algunas voces progresistas defienden acompañar a los menores para que distingan entre una “pornografía sana” y una que no lo es, lo que contribuye a la perversión de las relaciones entre hombres y mujeres y despoja de todo carácter amoroso a la sexualidad .
El resultado es un tipo de relación que recuerda a los animales en época de celo: encuentros fugaces sin compromiso, en los que el deseo está presente en todo momento y no se busca ningún tipo de trascendencia emocional. En el ser humano, el deseo está siempre latente, y por eso la cultura y la moral deben jugar un papel importante para dominarlo, porque a diferencia de los animales, donde el celo sólo existe en un corto período de tiempo, en el ser humano está siempre presente.
Aumento de la violencia sexual y fracaso de la justicia
La consecuencia más evidente de ese enfoque basado en el deseo y la liberación sexual ha sido el aumento de la violencia sexual. Pese a las leyes y mayores penas, la violencia sexual no ha disminuido, al contrario, ha crecido y se ha hecho más dura; más violaciones, aparición de las violaciones en grupo, lo que lleva a cuestionar la eficacia del modelo de justicia actual y la arbitrariedad de algunas medidas.
El feminismo de género ha construido un aparato judicial cada vez más represivo, centrado en el castigo, hasta el extremo de considerar positiva la exclusión de la presunción de inocencia en este tipo de delitos. Como señala la expareja de Errejón, Rita Maestre: «un político de primera línea nacional ha caído sin que nadie hable de la presunción de inocencia». Este enfoque ha erosionado el sentido de justicia y uno de los pilares del estado de derecho.
La epidemia oculta: violencia sexual contra menores
Peor aún que el aumento de la violencia sexual contra las mujeres es el incremento de la violencia sexual contra menores, especialmente adolescentes y niñas menores de 17 años.
En el período 2013-2023, el número anual de víctimas ha pasado de 8.923 a 21.825, lo que significa un aumento del 144,6%, a pesar de la reducción experimentada en 2020, en el año de la COVID-19. Entre los menores han aumentado de 3.364 víctimas al año a 9.185, lo que supone un crecimiento del 173%. La conclusión es obvia: la violencia sexual en España ha aumentado considerablemente, y más aún la que afecta a los menores. Esta situación, que podría considerarse una auténtica epidemia, permanece en gran medida oculta y sin prioridad en la agenda política. La probabilidad de que un menor sea víctima de una agresión sexual es el triple que en el caso de los adultos, con especial vulnerabilidad en las adolescentes.
Conclusión
La relación entre el feminismo de género, la liberación sexual y la normalización de la pornografía ha contribuido al aumento de la violencia sexual. Éste no es un planteamiento teórico, sino que se basa en hechos y cifras concretas que indican que las políticas actuales han fracasado.
El caso Errejón es sólo un ejemplo más de las contradicciones y problemas generados por una ideología que no ha logrado mejorar la consideración de la mujer ni ha disminuido la violencia sexual. Por el contrario, ha contribuido a erosionar valores fundamentales del estado de derecho y a empeorar la situación de los más vulnerables: las mujeres y los menores.