El recién consumado Brexit deja al Reino Unido partido por la mitad. Si sus partidarios lo saludan como la recuperación de la libertad, sus detractores lo consideran un suicidio geopolítico, que no ofrece otras alternativas que convertirse en el estado número 51 de Estados Unidos o en una pequeña isla sin proyección global. Un mes antes del Brexit asumió sus funciones la nueva Comisión Europea. La nueva presidenta, Ursula von der Leyen, ha prometido una Comisión “geopolítica”, y Josep Borrell, vicepresidente y alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ha dicho que Europa “debe aprender a utilizar el poder”. La UE no se conforma con su peso económico, sino que aspira a traducirlo en poder geopolítico, de modo que pueda incorporarse a la mesa de las grandes potencias, en la que hoy sólo se sientan Estados Unidos y China.
Trump no sólo ha iniciado una desconexión económica de China, sino también una desconexión geoestratégica de Europa: rechazando el libre comercio, el multilateralismo representado por las Naciones Unidas, la lucha contra el cambio climático y el acuerdo nuclear con Irán. Además, acaba de presentar un “plan de paz” rechazado de plano por los palestinos y gran parte de la comunidad internacional. También ha utilizado el poder del dólar para sancionar a las empresas europeas que hacían negocios con Irán. Esta actitud ha sido objeto de acerbas críticas en Europa.
Macron pide una defensa autónoma europea “para poder defendernos de Rusia, de China e incluso de EE.UU.”. Merkel, cuyo teléfono fue intervenido por el espionaje norteamericano, se ha quejado amargamente de que Trump quiera gravar con aranceles, “por razones de seguridad nacional”, las importaciones de coches alemanes, cuando la principal fábrica de BMW en el mundo está en Carolina del Sur, y ha concluido que “ya es hora de que Europa tome su destino en sus manos”. El ministro de Asuntos Exteriores alemán, Heiko Maas, escribió en una revista norteamericana: “Una Europa fuerte y soberana es la respuesta a la hostilidad de Trump. No hay alternativa a una Europa autónoma”.
En cuanto a China, la UE la considera, a la vez, un socio con el que cooperar, un competidor económico y un rival que promueve un sistema de gobernanza alternativo. La UE comparte con EE.UU. una larga lista de agravios económicos contra China: la insuficiente apertura del mercado, el trato desigual que da a las empresas extranjeras en comparación con las chinas, el escaso respeto a la propiedad intelectual, las limitaciones para participar en las subastas públicas, etcétera. Pero mientras EE.UU. ha optado por los aranceles punitivos, la UE considera que las diferencias con China deben resolverse con el diálogo en el marco de la Organización Mundial de Comercio.
Entre estos dos colosos, EE.UU. y China, la UE no es un Estado, sino una asociación de estados que retienen su soberanía salvo en aquellos campos específicos en que la han cedido a Bruselas, como la política comercial internacional o, para los países del euro, la política monetaria. En materia de política exterior y de seguridad, los estados retienen su soberanía, de modo que sólo hay políticas comunes previo acuerdo, por unanimidad. Si aparece una cuestión relativa a esas materias, no se sabe de antemano si habrá o no posición europea. Es decir, la UE, a diferencia de los estados, es incapaz de hablar con una sola voz y actuar con una sola voluntad con relación a cualquier cuestión de la política internacional.
Jean Monnet, uno de los padres de Europa, dijo en sus Memorias , publicadas en 1976, que los países europeos son demasiado pequeños para poder competir con otros de las dimensiones de EE.UU. o China. Esta verdad evidente quedaba reflejada en el viejo chiste sobre el viaje del president Pujol a China: “Catalunya, seis millones, ¿y en qué hotel están?”. Vale para cualquier país de la UE: “Alemania, ochenta millones, ¿y en que hotel están?”. Alemania, por cierto, será, según las previsiones, la única economía europea entre las diez mayores del mundo en el 2050, en el puesto número siete. La única alternativa a la unión política, concluyó Monnet, es la creciente irrelevancia en los asuntos mundiales.
Enrico Letta, ex primer ministro de Italia y actualmente decano de la facultad de Asuntos Internacionales en la Universidad de París, dijo el pasado verano en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander: “Si no avanzan hacia la unión política, los países europeos, dentro de diez o quince años, sólo tendrán, uno a uno, la opción de decidir si quieren ser colonia de China o de Estados Unidos”.
Para evitar cualquiera de ambas opciones y poder ser una potencia autónoma, de acuerdo con las acendradas declaraciones de nacionalismo europeo de algunos de sus principales dirigentes recogidas más arriba, Europa debe avanzar decididamente hacia la unión política. No será fácil, pero si Alemania y Francia se pusieran de acuerdo para lograrlo, sería posible. Es el ser o no ser para Europa. El Brexit refuerza el papel de España, máxime dada la deriva antieuropea de una parte importante de la sociedad italiana. Deseemos suerte a la nueva Comisión.
La Vanguardia, 7 de febrero de 2020