Nos miramos la sociedad en que vivimos, y tenemos todo el derecho de preguntarnos, que nos gusta y que no. Da la impresión de que no sabemos hacia dónde vamos. Como si estuviéramos faltos de ilusión para alcanzar un mundo mejor. Sí, hay personas ilusionadas con este objetivo. Pero otros, quizás una mayoría abúlica, está pensando continuamente, en la moda que vendrá, que se llevará, que nos compraremos … como si viviera un tiempo faltado de utopías.
Pero hay que ser realistas, hay unos valores por los que habría una gran unanimidad.
El respeto a los derechos fundamentales de la persona, es uno. En segundo lugar, la valoración de la paz, tratando los conflictos por vías estrictamente pacíficas, con el rechazo de toda forma de violencia. En tercer lugar, un decidido respeto por el medio ambiente y el mundo animal, y finalmente un respeto por los valores personales y colectivos, por razones de historia, lengua o identidad, de forma que la gente pueda ser lo que quiere ser.
Pero para alcanzar estos rasgos mencionados, el papel de la educación es imprescindible. Dos espacios, como son la familia y la escuela, deben ser el sustrato de esta tarea.
La familia como espacio de relación afectiva, donde si todo va como tiene que ir, será un espacio de aprendizaje a una convivencia de calidad, de respeto mutuo y de ayuda. La escuela puede hacer el refuerzo de este trabajo, de una forma sistemática con los jóvenes, para dar unos referentes de comportamiento que marquen un camino a seguir. Nunca los jóvenes han tenido tantas cosas como ahora, pero en cambio, no tienen muy claro que es lo que deben hacer o no hacer. En este sentido se encuentran solos.
Por eso la presencia del buen educador es vital. Debería ser aquella persona en la que el joven puede confiar, a la que puede hacer preguntas ante la duda. Ahora con la revolución tecnológica, el joven puede explorar el futuro desde el presente, sabiendo qué sociedad se quiere alcanzar. Es un trabajo que necesita estos valores vitales que hemos mencionado antes, pero si no van acompañados de unos hábitos instrumentales de realización, como el esfuerzo, el compromiso, la constancia, el gusto por el trabajo bien hecho, quedará reducido a un discurso muy bonito, pero sin consecuencias ni resultados.
Una educación como es debido propondrá, estrechamente relacionados, los valores vitales y los instrumentales, que eduquen a los jóvenes a pensar y hacer, y también a saber decir «no», a toda propuesta banal, aunque sea de su grupo de amigos . Y un «sí» abierto y decidido a toda propuesta en favor de un mundo más justo y solidario.