La reflexión sobre a dónde nos lleva la dinámica política española es ahora urgente y necesaria.
Tenemos un presidente de gobierno que se dedica a predicar, en sede parlamentaria, que hay que levantar muros y pedir que le protejan de la oposición, y declara en un diario tan afín como La Vanguardia “que hay una «fachoesfera” que trabaja para echarlo del gobierno”.
Es evidente la actitud polarizadora y frontista de Sánchez que se acentúa en la medida en que aumentan sus dificultades para gobernar con sus aliados electorales. Se liquida así la necesaria centralidad política. Y esto tiene muchos puntos de contacto con lo ocurrido durante la II República. Habría que detenerse a reflexionar cómo nos encontraríamos si no existiera el poder moderador y económico de la Unión Europea, si España como en los años treinta sólo estuviera entregada a sus propios impulsos. Asimismo, Núñez Feijóo ha decidido que la política también se hace en la calle, y las manifestaciones y concentraciones se han convertido en un instrumento habitual del repertorio de la oposición.
No existe ningún otro país con una democracia bien establecida en el mundo occidental que necesite mediadores extranjeros para sus conflictos internos. Lo asumió Sánchez por imperativo de Puigdemont y además negociar fuera de España. Y después lo han repetido el PP y los socialistas para resolver el desacuerdo en el poder judicial. ¿No se dan cuenta de que es una manifestación de impotencia absoluta de las instituciones españolas? ¿No se han detenido a pensar las consecuencias de estas decisiones?
El Congreso, primero, y el Senado, después, se han convertido, no en representantes del pueblo, sino en dos bunkers enfrentados dirigidos por el gobierno, uno, y por la oposición, el otro, pervirtiendo así todo el sistema representativo. ¿En qué estado de cosas vamos a superar este conflicto si es que se llega a superar?
El enfrentamiento entre el ejecutivo y el Congreso con los jueces es también algo insólito en un sistema democrático y resulta insostenible y, si además, se añade la degradación partidista del Tribunal Constitucional, el panorama no puede ser más tétrico. Los tres poderes están enfrentados, polarizados y fragmentados sin contrapesos ni factores de reequilibrio, porque el jefe del Estado, a diferencia de la mayoría de los países democráticos, no tiene atribuciones para intervenir.
La hipocresía con la inmigración es escandalosa
Por un lado, y por el consumo interno, existe la alabanza desmedida de las ventajas de los inmigrantes con el criterio de que esto frena el crecimiento de la extrema derecha. Y al mismo tiempo, se les maltrata. La forma en que el gobierno aborda el problema del flujo de inmigrantes en Canarias es escandalosa. La falta de medios para quienes llegan está fuera de medida. La situación en el aeropuerto de Barajas para atender a aquellas personas que están retenidas porque no pueden entrar en España es tan extrema que, incluso, Cruz Roja ha abandonado sus labores como protesta por la situación creada.
Mientras, la inmigración crece y crece y acaba siendo una droga para estimular a los sectores de baja productividad.
Mientras, la natalidad sigue en caída libre sin que el gobierno se sitúe al menos al nivel de Europa en cuanto a ayudas y cuidados a las familias con hijos.
Los extravagantes equilibrios que las alianzas obligan a realizar a Sánchez, conllevan una división y ruptura con el bloque occidental. Ha pasado primero con la negativa a formar parte, incluso simbólicamente, del grupo de países encabezados por EEUU que intentan garantizar la navegación segura por el Mar Rojo, y ahora mismo declarando enfáticamente el ministro de Asuntos Exteriores que continuarán con la ayuda al UNRWA, cuando toda una serie de países occidentales, empezando por EEUU, han dicho que suspenden esta colaboración hasta que no se aclare la colaboración del personal de esta agencia con Hamás.
Los acuerdos con el independentismo, sobre todo en cuanto a JxCat, cada vez parecen más difíciles mientras van emergiendo como novedad asuntos que ya se sabían, que parecían poco más que pintorescos, como la ayuda de 10.000 soldados rusos, generando un panorama que tiene al menos una grave consecuencia: nunca como ahora la crispación en el resto de España contra Catalunya, no contra el independentismo, sino contra Catalunya, había sido tan grande. De ser vistos con admiración y respeto durante la transición, hemos llegado a la situación actual y esto tiene y tendrá aún más coste en todos los órdenes.
Ante esta situación, el PSC revela su incapacidad para resolverla, mientras que PP y Vox contribuyen a atizar el fuego que alimenta el problema.