Hoy en día, cuando hablamos de un “cisne negro”, nos referimos a un hecho imprevisible, improbable y de grandes consecuencias, ya sean positivas o negativas. Se trata de eventos atípicos, para los que no existe un precedente que los anticipe claramente. Sin embargo, en el caso de la dimisión de Iñigo Errejón, nos encontramos ante un falso cisne negro: aunque su renuncia sorprendió a muchos, hay indicios claros de que no era tan imprevisible como parece a primera vista.
La dimisión de Errejón, uno de los rostros más reconocidos de la izquierda española, vinculado a partidos como Podemos y Sumar, ha sorprendido a la opinión pública. Pero parece que ciertos comportamientos suyos, especialmente en el ámbito de sus relaciones personales y sus problemas de adicción al sexo y a las drogas, eran conocidos por la cúpula de Sumar y Podemos desde hace tiempo. Según informaciones publicadas en La Vanguardia, la dirección de Sumar sabía desde el verano que Errejón estaba recibiendo ayuda psicológica para tratar estas adicciones. Sin embargo, se mantuvo como portavoz en el Congreso, siendo uno de los referentes del partido.
Este conocimiento previo hace que la dimisión de Errejón deje de parecer un suceso inesperado y lo convierta en algo más previsible, consecuencia de problemas mal gestionados. Resulta irónico que una organización como Sumar, que defiende un discurso feminista y progresista, haya permitido que alguien con estos problemas personales ocupara un lugar tan relevante sin actuar hasta que la situación se volvió insostenible.
La gota que colmó el vaso fue una serie de mensajes difundidos en las redes sociales el 19 de junio de 2023 por una mujer de Castellón, que acusó a Errejón de propasarse con ella en un bar durante un concierto feminista organizado por el colectivo Tremenda FemFest. La mujer relató cómo Errejón empezó agarrándola por la cintura y luego le tocó el trasero. Aunque el incidente no fue más allá, la falta de respeto mostrada por Errejón fue clara. Parece que, después de abandonar el lugar, intentó disculparse a través de un amigo común. Más tarde, ya con los tuits publicados, una diputada de Más Madrid, amiga de Errejón, contactó con la afectada para pedir disculpas e intentar mediar en la situación.
El asunto cogió fuerza cuando Cristina Fallarás, una feminista vinculada a Podemos, decidió denunciar a Errejón en las redes sociales, calificándolo de “maltratador psicológico” y acusándole de ser un “monstruo” tras su fachada de normalidad. Este acto desató una serie de testigos anónimos de otras mujeres que afirmaban haber sufrido humillaciones o trato machista por parte de Errejón, aunque ninguna de ellas presentó una denuncia formal. Además, la presentadora de televisión Elisa Mouliaá afirmó haber sido víctima de acoso sexual por parte de Errejón, aunque tampoco existe una denuncia oficial al respecto.
La reacción de Irene Montero, también dirigente de Podemos, fue calificar los sucesos como una manifestación de la “cultura de la violación”. Este hecho revela varias cuestiones que ya no resultan sorprendentes: por un lado, la incoherencia entre el discurso feminista que defiende la izquierda y los comportamientos de algunos de sus dirigentes, que no traducen sus palabras en acciones; por otro, la demostración del poder del feminismo actual, capaz de derribar a un personaje público con una serie de tuits, sin necesidad de una denuncia formal.
Los ambientes en los que se mueven algunos de estos grupos, incluso en su tiempo de ocio, están impregnados de cierta toxicidad moral. Intentan resolver esta contradicción con exigencias morales que a menudo exceden el ámbito de la responsabilidad penal. En el fondo, la solución podría ser más sencilla: en lugar de complicar el debate con conceptos como machismo, microviolencias o patriarcado, deberíamos centrarnos en educar en la virtud fundamental del respeto hacia los demás, independientemente del género o la circunstancia.
El problema de fondo es un déficit de virtudes morales, como el respeto. No se puede ser respetuoso en algunos ámbitos, como la relación con las mujeres, y carecer de respeto en otros, como el debate político. Las virtudes morales no son elementos que puedan separarse y tomarse a conveniencia; forman un todo integral. Ese déficit es el que explica que algunos dirigentes políticos queden atrapados por adicciones y comportamientos autodestructivos. En última instancia, el problema reside en el rechazo a una moral de la virtud, y el caso de Errejón no es más que una manifestación de la crisis moral que atraviesa la política y, en gran medida, nuestra sociedad.