Del instinto a la razón

La historia de la humanidad nunca ha sido lineal ni homogénea, sino que las sacudidas han estado presentes de forma reiterada, desde catástrofes naturales, hambre, epidemias, guerras … Basta con abrir un libro de historia.

Y uno tiene todo el derecho de preguntarse: si las guerras tienen un coste tan alto en vidas, en sufrimientos, en desgaste económico, para luego recoger como fruto, la desolación, el odio, el resentimiento, el dolor por las personas perdidas, y por el contrario, vivir benévolamente y en paz, nos genera una vida apacible y agradable, ¿por qué optamos tantas veces por el enfrentamiento y la agresión, en lugar de hacerlo con la cooperación y el abrazo? No es fácil una respuesta simplista.

Ya desde los inicios de la humanidad, tanto los animales como los hombres, luchaban por sobrevivir, para tener cubiertas las necesidades vitales primarias, así como defenderse de los peligros externos. Este instinto de supervivencia, que era regulado por el sistema límbico del cuerpo, requería la violencia para sobrevivir. Con la aparición progresiva del neocórtex en el cerebro, el comportamiento se ha ido modificando, y el instinto va quedando más controlado por la razón.

Aun así, el sistema límbico de nuestro cuerpo, sigue presente, y la violencia también. Y este tipo de lucha entre instinto y razón, deberá ir dando paso, poco a poco, a un instinto más controlado por la razón, a una inteligencia con su forma más lúcida, que es la «sabiduría». Se trataría de aquella capacidad para ir al fondo de las cosas y saber escoger la mejor opción para generar una convivencia de calidad.

Saber convivir empieza por saber escuchar al otro, saber transmitir y entender las emociones y sentimientos.

La mala gestión del universo emocional, lleva a fracasos relacionales y violencias incontroladas, especialmente en las relaciones de pareja. Aprender a tener sensibilidad hacia el otro, se opone radicalmente al egoísmo. Es vivir en actitud de atención permanente, conocer lo que quiere, lo que espera, lo que desea.

Hay que afianzar y valorar en el mundo educativo, los conceptos de «diálogo» y «empatía». Empatizar es identificarse con la situación del otro, es ponerse en su lugar, para entender su manera de pensar y actuar.

Por todo ello, hay que activar la inteligencia existencial, para saber encontrar el sentido más profundo de la vida, para poder relacionarnos positivamente con los demás, conscientes de que formamos parte de un todo, y si hacemos daño a este todo, nos hacemos daño a nosotros mismos.

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