El preocupante declive de la fertilidad mundial

Desde alrededor de 2020, el año de la fatídica pandemia de Covid, varios estudios y artículos alertan de un fenómeno hasta entonces poco esperado: la desaceleración del crecimiento y posterior declive de la población mundial, incluidos los países actualmente en vías de desarrollo.

La propia Organización de Naciones Unidas ha tenido que dar marcha atrás en sus previsiones demográficas a largo plazo, desdiciéndose de su pronóstico de que la Tierra alcanzaría casi los 11.000 millones de habitantes antes del 2100.

Actualmente, la tasa de fecundidad mundial se sitúa ya en torno a los 2,3 hijos por mujer y tiene una tendencia claramente a la baja.

Incluso la India, país que acaba de tomar la plaza en China como primera potencia demográfica mundial, se situaba en el 2021 en torno a los 2 hijos por mujer ( datos del Banco Mundial), esto es, ya por debajo del umbral de reemplazo o equilibrio demográfico en los 2,1.

Si bien en los países en vías de desarrollo la fertilidad real se sitúa todavía por encima de la “fertilidad querida” , un indicador del Banco Mundial que intenta medir el número de nacimientos que se producirían en un país si sólo nacieran todos los niños deseados por los padres, en los países desarrollados el fenómeno es exactamente el contrario.

Esto es, en Occidente las parejas tienden a tener menos bebés de los que declaran querer.

Los costes financieros cada vez mayores de hacer crecer y educar a los hijos son sin duda el factor explicativo más comentado y comúnmente aceptado para explicar la falta de nacimientos, particularmente en Europa.

El gran factor explicativo es el incremento del coste de la vida, empezando por la vivienda y en particular en las grandes ciudades. Pero es que otros gastos también se han incrementado de forma importante, como el coste de tener un coche propio o las actividades extraescolares de los hijos, vistas cada vez más como necesarias para que los hijos triunfen en la vida.

También se habla del coste de oportunidad, que implica invertir todo el tiempo necesario en sus hijos en vez de dedicarlo a perseguir objetivos profesionales o puramente de ocio en una sociedad que ha hecho de la carrera profesional, el dinero y el ocio, fines en sí mismos.

Y es aquí donde se desvela el factor explicativo velado de la baja natalidad, que no es de tipo económico sino culturalEn realidad, la razón última de la crisis demográfica occidental es la ruptura con las fuentes de nuestra cultura, que ha roto la cadena de la voluntad de transmitir de generación en generación. Una cosa es declarar querer tener dos o tres hijos y otra muy distinta es estar dispuesto a efectivamente tenerlos y educarlos, renunciando, en la mayoría de los casos, a muchos placeres y a un mayor grado de confort.

Quienes esperan compensar la caída de la natalidad con la inmigración proveniente de países pobres van bien errados. En primer lugar, por las dificultades productivas, educativas, de recaudación fiscal y las diferencias culturales, a veces prácticamente insalvables, que Converses ha expuesto en repetidas ocasiones. Pero, en segundo lugar, porque a largo plazo los países de emigración agotarán también sus excedentes de población. La excepción hasta la segunda mitad de siglo será sin duda África, que se prevé que siga creciendo todavía durante décadas.

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