Finalmente, el presidente francés Emmanuel Macron se ha decidido y después de semanas de interminables entrevistas durante las que descartó a la candidata de la extrema izquierda, Lucie Castets, ha nombrado a Michel Barnier para el trabajo más peligroso de Francia: ser primer ministro de un presidente en minoría en la cámara parlamentaria.
Barnier, de 73 años, es un político veterano de la derecha gaullista que recibió su primer mandato en 1973 – antes del nacimiento del actual presidente Emmanuel Macron.
En 2021 Barnier ya fue noticia porque se presentó a las primarias de la derecha tradicional (partido bajo el nombre equívoco de los Republicanos) de cara a las elecciones presidenciales del año siguiente.
Unas elecciones que perdió ante Valérie Pécresse, presidenta de la región de Isla de Francia y que obtuvo el peor resultado de la historia de su familia política al no llegar ni siquiera al 5% de los votos en la primera vuelta en abril del 2022.
Barnier vuelve a la primera línea política con un posicionamiento complejo ante Macron, que “respeta” según él mismo afirmó recientemente, al tiempo que admite “numerosas oposiciones” con sus políticas.
Pero el principal problema de Macron y Barnier no será la cohabitación (fenómeno que se produce cuando el presidente y el primer ministro no comparten signo político), sino que el gobierno de este segundo colgará de un hilo hasta el final del actual mandato presidencial en 2027.
Y sin gobierno, Macron, por más presidente que sea, no puede sustituirse en el trabajo que realiza el Consejo de Ministros, encargado de dirigir la política interior del país.
Con el reparto de escaños actual de la Asamblea Nacional, Barnier necesitará el apoyo más o menos constante de las siguientes fuerzas políticas: los macronistas (que suman algo más de una cuarta parte de la cámara), los Republicanos (entorno del 11%) y atención, el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen y sus aliados escindidos de los Republicanos, que suman otra cuarta parte del hemiciclo.
Que Macron escogiera a Barnier llevaba implícita la constitución de mayorías a geometría variable, pero en general escoradas a la derecha.
En cambio, un perfil que hubiera llevado una etiqueta de centroizquierda habría implicado la formación de alianzas similares, pero orientadas a la izquierda, basadas en el 31% de escaños del Nuevo Frente Popular y el cuarto que suman los macronistas, devenidos la bisagra del sistema parlamentario. Eslabón clave y a la vez la más débil de todos.
Sin embargo, el Nuevo Frente Popular, excitado por sus elementos de extrema izquierda, propuso un perfil inaceptable a los ojos de Macron y de la mayoría de los franceses, la ya referida Castets.
El partido de Le Pen y del joven Jordan Bardella, líder del grupo parlamentario, ya ha expuesto sus condiciones para dar un apoyo implícito a Barnier: reforzar el poder adquisitivo de los franceses, incrementar la seguridad y reducir la inmigración, respetar a los diputados de su partido y, atención, introducir medidas para garantizar la proporcionalidad parlamentaria.
En efecto, el sistema de doble vuelta y mayoría simple francés penaliza elección tras elección el Reagrupación Nacional.
El gran desafío del Reagrupación Nacional en los próximos dos años y medio será encontrar un equilibrio entre apuntalar la gobernabilidad, deseo de la gran mayoría de franceses, y por tanto forjarse una reputación como futuro “partido de gobierno” ; y por otra parte, mantener las distancias con Emmanuel Macron y «el extremo centro» que este político ha representado desde que llegó al poder en 2017.