Para empezar, los «famosos» refugios climáticos son, como otras acciones de la política municipal, «fer volar coloms» y su principal finalidad es salir en las revistas internacionales hablando del gran éxito de disponer de 227 de estos recintos.
Pero, ¿cuál es la realidad?
Una es obvia, se trata de poner el cartelito de refugio climático en parques y zonas verdes de cierta entidad. El ciudadano ni se ha enterado de esa etiqueta, pero suma.
La segunda consideración es más grave. La gente no sabe dónde están. En una encuesta llevada a cabo por el propio Ayuntamiento sólo respondieron que conocen la iniciativa, no el refugio, 1 de cada 5 encuestados. Y lo que es peor, sólo un 7,4% dijo que los utilizaba. ¿Cómo es posible dado los estragos que han causado las elevadas temperaturas en el pasado verano y aún más éste, con sucesivas oleadas de calor desde junio hasta prácticamente ahora mismo? La respuesta ya dice mucho de la realidad de los refugios climáticos.
Por un lado, los ciudadanos no saben dónde están, como ya hemos dicho, aunque el ayuntamiento presuma que todo barcelonés tiene uno a menos de 20 minutos de casa. Harían bien en decir cuáles son.
El otro es que parte del día no son accesibles porque se trata de escuelas, centros cívicos, casales de barrio, que tienen su horario. Esta importante limitación ha llegado al extremo de que en agosto, cuando el calor deshacía el asfalto, la mitad de estos refugios estaban sencillamente cerrados.
Por último, existe una razón decisiva para cuestionar, tal y como están planteados, su utilidad. Ninguno de ellos es accesible de noche y precisamente el problema más grave de Barcelona es el de las elevadas temperaturas diurnas durante las olas de calor, que evidentemente también castigan, sino el número muy elevado de noches tórridas que sufre la ciudad y que impide el descanso. Para perfilarlo aún más, el problema número uno de Barcelona en la crisis climática son las noches.
¿Qué necesitaríamos?
Pues una política muy importante sería que hubiera refugios climáticos de verdad accesibles en todo momento, al menos en los períodos de ola de calor y de noches tórridas.
También necesitaríamos medidas dedicadas a reducir los efectos de la burbuja de calor que genera toda gran ciudad a consecuencia de la densa superficie construida de color oscuro que absorbe el calor a lo largo del día y lo desprende por la noche.
Varios tipos de medidas, que no emprendieron el ayuntamiento de Colau y Collboni, son necesarias.
Una es favorecer la vegetación, generar muchas más zonas de arbolado y espacios verdes dotados de una potente superficie hojar. Por ejemplo, lo que han hecho en el llamado eje verde de Consell de Cent no sirve de nada porque ha consistido en plantar una vegetación de desarrollo muy raquítico. De hecho, la protección más importante, los árboles, ya existían por lo pronto.
El ayuntamiento dice tener un plan para aumentar el arbolado, pero tiene las características de estos planes que tanto gustan a los políticos, consiste en comprometerse a que pasarán del paupérrimo 5% actual, que ya es una cifra bien pobre, al 30% que estaría bien, pero atención, para el 2034, en más de una década.
Es un proyecto escandalosamente inadecuado a las necesidades de la ciudad. Debe ser una prioridad y, por tanto, una urgencia transformar todas las plazas duras y los espacios sin vegetación o con un bajo nivel de superficies hojar en zonas arboladas que tienen el efecto, no sólo de reducir la temperatura de su entorno, sino además mejorar la calidad del aire.
Una segunda medida fácil y económica de implementar es pintar de blanco o de colores claros las azoteas y el máximo de superficie de la ciudad. La experiencia llevada a cabo en el mercado de frutas y verduras de Madrid, de dotarlo de una cubierta blanca y reflectante ha tenido como consecuencia reducir 7°C la temperatura en su interior.
También es importante, pero ésta ya es una acción más a medio plazo, pero que debe iniciarse de forma inmediata, sustituir los pavimentos de color oscuro por otros de colores claros que tengan una menor capacidad de absorción calorífica.
Aprovechar mejor el agua de lluvia que cae, más cuando el régimen de pluviosidad ha aumentado su torrencialidad, es una necesidad no solo para disponer de más agua, sino de procurar multiplicar las fuentes, manantiales y láminas de agua en el conjunto de la ciudad, porque la elevada densidad de Barcelona, considerada por la mayoría de urbanistas como una ventaja, es ahora en el marco de la crisis climática un serio inconveniente. Y esto implica la necesidad, a largo plazo, para llevar a cabo una planificación urbana sostenible que introduzca la variante de las temperaturas nocturnas y diurnas y la torrencialidad de las precipitaciones.
Ciertos barrios de Barcelona de gran densidad necesitan aplicar medidas que ya se llevan a cabo desde hace años en ciudades del sur de la península, básicamente toldos que impidan que llegue luz solar preservando así una mejor temperatura en la calle. Ciutat Vella, parte de la Barceloneta, Gràcia serían los primeros candidatos a este tipo de solución, que también tiene la virtud, de acuerdo con los estudios practicados, de rebajar la temperatura de los interiores de los edificios, lo que favorecería el descanso nocturno porque la calle y la casa se habrían calentado mucho menos a lo largo del día.
Las personas vulnerables por edad, por condiciones de la vivienda, por renta deberían ser especialmente ayudadas para mitigar este fenómeno. La localización de los hogares sensibles y un programa sencillo, ventiladores, mejoras de las condiciones térmicas debería estar a la orden del día.
Es mucho lo que se debe hacer en Barcelona, es urgente y en muchos casos no es caro. El problema es sencillamente que Collboni en estos momentos no hace otra cosa que continuar las políticas de Ada Colau.
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