Recordemos telegráficamente los estragos de la pandemia de la Covid-19, que todavía tiene pendiente, por parte del gobierno, un rendimiento de cuentas. Sánchez y su equipo ministerial nunca ha comparecido para decir las muertes directas y colaterales y los costes económicos que ha tenido la pandemia para nosotros. Prefieren no explicarse, no vaya a ser que alguien levantara la mano y preguntara cuáles eran sus responsabilidades en el desastre.
Porque, de desastre se trata. Han muerto directamente 100.000 personas y 162.000 como exceso de mortalidad, lo que significa un índice de 186 fallecidos por 100.000 habitantes, que es una cifra realmente trágica. Ha costado 184.000 millones en ayudas, es decir, algo más de un millón por muerte. Y además tenemos un millón adicional de pobres, lo que indica que las ayudas han sido claramente insuficientes.
De hecho, España ha salido como uno de los países más afectados de la crisis y con una menor recuperación, por lo que, antes de la guerra de Ucrania y las sanciones, ya nos íbamos al año 2023 para recuperar el nivel económico que teníamos en 2019. Esto es consecuencia de que el gasto que aplicó el gobierno fue de los más bajos de Europa, inferior incluso a la italiana, y naturalmente esta carencia contribuyó al retraso de la recuperación de la Covid-19, que ha comportado que 50.000 empresas cerraran.
Pero, evidentemente, no aprendemos y, ahora España, mejor dicho el gobierno, se ha precipitado una vez más a declarar otra vez la “nueva normalidad”. Puede tener sentido que no se contabilicen el número de personas infectadas, en definitiva esta variable depende del número de pruebas y si éstas se reducen, la cifra tiene poca significación. Por tanto, situar el foco sobre las camas hospitalarias y las UCI es racional.
Lo que no lo es, sino que resulta muy peligroso, es haber puesto fin al aislamiento de los asintomáticos. Se puede considerar que un porcentaje importante de éstos vienen de los insuficientes controles a los que ya se saltaban el aislamiento. Pero ahora, al oficializarlo, lo que se hace es abrir la puerta a que portadores del virus se muevan con absoluta tranquilidad en el seno de la sociedad, propagando la enfermedad. Se puede confiar en que el elevado grado de vacunación y las muchas personas que ya se han inmunizado de forma natural constituyen un freno, pero es jugar a la ruleta rusa.
Por dos razones muy importantes. Una parece que hemos olvidado que el virus muta y que el hecho de que pueda circular con facilidad sólo hace que estimular estas transformaciones que pueden dar lugar a variantes más agresivas o más contagiosas. El otro factor que señala la escasa responsabilidad del gobierno es que la red de vigilancia centinela está insuficientemente dotada y, por tanto, podemos encontrarnos con que cuando los hospitales detecten una nueva subida de las infecciones, ésta ya resulte otra vez imparable.
En realidad, el gobierno, que gasta dinero en el crecimiento de la burocracia o en ministerios como el de la Igualdad, que van a consumir 2.000 millones de euros no se sabe bien porque, lo que intenta es quitar presión a la asistencia primaria de modo que ésta pueda volver a la función de tratamiento del conjunto de las enfermedades que tenía hasta la Covid. Hay que pensar, por ejemplo, que 1 de cada 5 pacientes con cáncer no ha sido diagnosticado, o lo ha sido tarde, durante ese período de tiempo. Pero esta sobrecarga de la primaria, que tiene raíces previas a la Covid, no se resuelve así, sino incrementando las dotaciones de médicos y de más personal sanitario. Hay que considerar que ahora hay un 3% más de profesionales de la salud que en 2018, y que se va a producir una ola de jubilaciones por edad y también porque este factor se combinará con la fatiga que ha sufrido la profesión.
Esta falta de medidas de vigilancia y prevención se combina además con un segundo factor que es la nueva ola de gripe. Cabe remarcar un hecho nada habitual que es que en el transcurso de una misma temporada habremos sufrido dos oleadas de este tipo, la primera en otoño, muy moderada, y la segunda esta primavera, una estación menos propicia para la gripe, que además se ha desatado con mucha intensidad, dando lugar a configurar una verdadera epidemia en términos clínicos. Seguramente que una de las causas es que los virus gripales que se han aislado son en buena parte de un tipo distinto al que se incluye en la vacuna antigripal de este año. Es una mala noticia porque significa que la efectividad de la vacuna está siendo inferior.
Esta doble combinación de una Covid que no ha desaparecido y una gripe que emerge con fuerza plantea un panorama de salud pública complicado, y no estamos viendo que ni el gobierno español, con la singular ministra de Sanidad en el frente, ni el departamento correspondiente de la Generalitat, estén adoptando medidas a la altura de la situación.
Es escandaloso, pero es necesario constatar que una vez más la trivialidad y el oportunismo en lugar de la preocupación por la salud de los ciudadanos, preside las respuestas gubernamentales.