Ha vuelto a suceder. Ya pasó cuando Sánchez anunció el pasado verano que empezaba la nueva «normalidad» creando unas expectativas irresponsables porque el virus continuaba presente. El resultado fue una segunda y dura ola que conllevó un largo estado de alarma e importantes limitaciones a la movilidad, que derrumbaron la economía del último trimestre del año pasado.
Ahora Sánchez lo ha vuelto a hacer, ha presentado la supresión de las mascarillas y la vacunación masiva como un anuncio exagerado cuando entrábamos en una época en que parecía que la Covid-19 dejaba de ser un problema, creando unas expectativas fuera de lugar. Lo hizo en un consejo de ministros extraordinario, insólitamente dedicado sólo a retirar la obligación de la mascarilla en la calle la misma semana que aprobaba los indultos. Una vez más el marketing político y la venta de su imagen por encima de la responsabilidad de gobernar. El resultado está en el gráfico que acompaña la información.
Como se puede observar el número de casos positivos ya supera a los de la tercera ola, cuando había confinamientos municipales y se mantenía el estado de alarma y con toda certeza superará dentro de unos días a la segunda ola, cuando había serias restricciones en la movilidad. No ha cogido de sorpresa a nadie porque cuando se ha iniciado el relajamiento de las medidas se temía que la variante Delta estaba provocando estragos en el Reino Unido y había hecho retroceder la situación en Israel, el país con más vacunados del mundo. Además, teníamos al lado a Portugal, que ha tenido que cerrarse por el crecimiento extraordinario de la nueva variante, que se propaga con una facilidad espantosa.
El resultado es que, como la primera y la segunda ola, España vuelve a estar situada en los peores lugares de Europa, sólo por detrás del Reino Unido y Malta, con el inconveniente de que el nivel de vacunación español es más bajo.
Las consecuencias empiezan a hacerse sentir. Alemania y Bélgica ya recomiendan a sus ciudadanos no viajar a Cataluña, y esta actitud se extenderá por toda Europa porque iremos a peor.
Los factores que describen el actual escenario se pueden resumir en estos términos:
Ya no es suficiente tener vacunada al 70% de la población, que es lo que se pretendía alcanzar a finales de agosto para conseguir la inmunidad de grupo, es decir, cuando de manera natural la epidemia se va extinguiendo. Es así porque ese 70%, estaba calculado sobre el número reproductor R del patógeno. Esta cifra estaba estimada entre 2,5 y 3 en la variante original de Wuhan, que era la que impactó sobre nosotros. Esta cifra significa el número de personas a las que cada portador del virus puede llegar a contagiar. Si no se alcanza una magnitud inferior a 1, el virus continúa expandiéndose. El problema comenzó con la variante inglesa, denominada alfa , que resultó un 60% más contagiosa, y que tuvo un gran impacto entre nosotros. Pero ahora estamos sufriendo la variante india que es un 60% aún más contagiosa que la inglesa. Es la que se denomina la variante delta. Esta tiene un índice reproductor entre el 6,25 y el 7,5. Este es el número de personas a las que cada portador puede contagiar, y explica el crecimiento repentino y potente de la enfermedad entre nosotros. Con esta cifra de contagio ya no es suficiente el 70% de la población vacunada, sino que se necesita prácticamente el 100%. Y ese es el problema.
Por tanto, en el mes de agosto estaremos lejos de haber alcanzado la protección necesaria y esto repercutirá en todas las actividades del verano. Además, la variante india es más resistente a la vacuna, por lo que de cada 10 personas teóricamente inmunizadas, 2 pueden contraer la enfermedad. Las cifras absolutas a que dan lugar esta combinación en las semanas que vienen, provocarán un aumento de los contagios, más cuando esta variante del Sar-Cov-2 aunque sólo representa el 40 o el 50% del tipo de virus que corre por Cataluña.
Hasta ahora se veía con poco sentido de responsabilidad y con no mucha preocupación este crecimiento exponencial, porque la mayoría de contagiados son asintomáticos o presentan síntomas leves, pero, claro, en la medida que se multiplica el número de portadores también crece en términos absolutos las personas que necesitan tratamiento hospitalario. De entrada, como ya hemos apuntado, los primeros afectados son los CAPs que se encuentran ya saturados a las puertas de las vacaciones de verano. Este hecho tiene consecuencias muy negativas sobre los enfermos de otras patologías. Por lo tanto, la mortalidad total de este periodo del año aumentará por el efecto indirecto de la Covid-19.
Por otra parte, el número de ingresos hospitalarios empieza ya a crecer. El 7 de julio llegaban a 669, con un súbito incremento a partir del 2 de julio. Esta cifra representa 226 enfermos más de los que había a mediados de junio y también, más lentamente, repuntan las plazas en las Unidades de Críticos. En esta contabilidad no aparece un problema que cada día afecta a más personas y tiene importantes consecuencias para la salud y la economía, como son los enfermos persistentes de Covid. No acaban de ingresar en el hospital, pero tampoco pueden recuperar la plena normalidad. Todo esto sucede cuando estamos a las puertas las vacaciones de verano, cuando en principio los hospitales como cada año adoptan medidas para cerrar camas a fin de ahorrar, y cuando crecerá la movilidad interior a consecuencia de las vacaciones.
Mientras se constata la inutilidad plena una vez más del ministerio de Sanidad, que es incapaz de establecer una planificación sanitaria mínimamente decente que nos proteja, y Sánchez vuelve a repetir lo mismo de siempre, ha vuelto a desaparecer y seguramente no dirá nada hasta que pueda anunciar el enésimo regreso a la «normalidad».
Cataluña es en el conjunto del estado una de las peor situadas y hay que preguntarse por qué. Es totalmente exigible de una vez por todas que el gobierno encargue a las sociedades científicas la creación de una comisión independiente que pueda iluminar las causas que producen estos reiterados fracasos de la Generalitat. Y también es necesario que el Parlamento recupere su normalidad y en lugar de seguir siendo una especie de taberna en la que se discute de mala manera, se constituya una comisión que, con todo el rigor posible, examine qué se ha hecho en Cataluña y en España a lo largo de todo este periodo para evitar que una y otra vez se sigan reiterando errores terribles. El resultado de todo ello es que el verano, si nada cambia, puede volver a ser demoledor y que Barcelona entre en una situación crítica.