La situación en Europa, sobre todo en Austria y Alemania, señala que sí. Desde el punto de vista técnico, Austria está en alerta naranja y Viena se mantiene en muy alto riesgo, si bien desde el punto de vista político se define la situación como en modo de observación.
En cualquier caso, los casos diarios por millón de habitantes confirmados a 7 días son 1.500, lo que representa, para poder compararlo con las cifras españolas, que suelen darse por 100.000 habitantes, 150. Es un umbral mucho más exigente que el español porque el ministerio, que flexibilizó los indicadores, sitúa el riesgo muy alto cuando se sobrepasan los 2.500 por cada 100.000 habitantes. Parece una cifra temeraria porque querría decir que hay 2,5 casos por cada 100 personas y esto es mucho.
En el caso Alemania el sindicato de médicos ha alertado a los estados federales para que actúen con rapidez y que allí donde se disparen el número de casos se reaccione inmediatamente obligando al uso efectivo de la mascarilla FFP2 en el transporte público y en las áreas interiores de acceso público. La alerta no puede separarse de la convicción de que cuando llegue el frío todo irá a peor. Expertos en epidemiología señalan que posiblemente junto con la obligación de utilizar mascarillas sea necesario implantar nuevas medidas, como la del mayor dispersión en los grandes eventos, así como una aceleración de la vacunación.
En Europa, Austria, en primer lugar, seguida de Alemania son los países en los que los casos se han multiplicado más rápido. Les siguen a distancia, Francia, Italia y Finlandia. Éste último habiendo registrado un crecimiento acelerado a partir de finales de septiembre. En contrapartida, Reino Unido registra un nivel de incidencia muy bajo. En el caso de España, las comparaciones son difíciles porque el ministerio decidió limitar el seguimiento a las personas mayores de 60 años. Por tanto, en este momento no se tiene ninguna idea de cómo se está propagando en el conjunto de la población. Se considera que los indicadores más fiables de la evolución son los ingresos hospitalarios y en las UCI, y éstos presentan, en el caso español, una situación tranquilizadora en el sentido de que no registra ninguna presión especial sobre las unidades de cuidados intensivos ni en los ingresos hospitalarios. Pero este indicador, que tiene la ventaja de la precisión, tiene el inconveniente de que es una señal atrasada de la evolución de la pandemia porque la registra con posterioridad a la evolución de los contagios entre la población.
En los mayores de 60 años, el indicador no alcanza los 200 casos por 100.000 habitantes, y se considera que es una cifra baja, pero que nos situaría en los 2.000 por cada millón de habitantes. Está claro que como es en un sector limitado de la población no se puede extrapolar al conjunto. En todo caso lo que sí es evidente es que la última semana ha subido 27 puntos.
En las UCI la ocupación media está en el 2% y éste es seguramente el factor que marca más la tranquilidad que se respira en ámbitos oficiales, pero atención, porque nos hemos acostumbrado al continuo goteo de muertes, que es muy importante. En la última semana han muerto otras 173 personas en toda España. Incluso en períodos de baja actividad, como es éste de salida del verano, la mortalidad en términos comparativos es importante y eso significa que no se puede menospreciar el problema de la Covid. Por desgracia los fallecidos sólo hacen impacto cuando se registran en el entorno más inmediato y este continuado goteo ha perdido, por su persistencia, toda la espectacularidad trágica que la novedad siempre incorpora. Pero, basta pensar cómo reaccionaríamos si nos dijeran por primera vez que hay un virus evolucionando por la calle que ha matado a 173 personas en una semana. Sin duda nos alarmaríamos mucho más que ahora que la cifra se repite una y otra vez.