La coalición de gobierno se define como progresistas. No tiene nada de especial, prácticamente todos los partidos del Parlament de Catalunya se definirían en estos términos. De hecho, no hay pocas ideologías que no acepten esta etiqueta, por otra parte, cómoda, por su amplitud de significado.
Progresismo significa ser partidario del progreso. Un progresista también puede entenderse como contrario a un conservador, y aquí surge la primera objeción. ¿Acaso no hemos de conservar lo bueno, la naturaleza, por ejemplo; la familia? ¿La tradición, y las costumbres no han de ser una de las fuentes del derecho? ¿Qué es realmente progresar? Llamarse progresismo es definir muy poco, es la última expresión de la izquierda rendida a la hegemonía capitalista, el único sistema económico que hoy existe en el mundo. Desde el punto de vista político es fácil reconocerlos reducen la igualdad a un tema sexual, entre hombres y mujeres, en relación con el polimorfismo sobre el que adoctrina la perspectiva de género y la multitud de identidades sexuales LGBTI. No existen hombre y mujeres, solo géneros fluidos, pero ay de aquel que aplique esta teoría de la fluidez a la homosexualidad, será perseguido y castigado. El progresismo es confusión y contradicción.
También porque preconizan a piñón fijo que lo último es siempre mejor, y si puede hacerse debe hacerse. Todo esto lo convierte en una mentalidad peligrosa. Para empezar, porque como explica Charles Taylor en Las Fuentes del Yo, LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD MODERNA, ninguna época puede responder a sus retos con los únicos recursos de su tiempo. Requiere de la historia, de las fuentes culturales, de la tradición. De la tradición tal y como la reclama Alasdair MacIntyre necesaria para reconocer y trasmitir las virtudes, un concepto extraño al progresismo.
Progresar es necesario, pero no siempre ni de cualquiera manera. Hay también que conservar y transmitir. Contemplar como característica única el progreso es construir un ser humano unidimensional. Este es el gran error de nuestro tiempo: desvincularse de los criterios del valor de la conservación, de la tradición y la costumbre porque forman parte de los que nos da raíces, sentido, identidad, nos encauza y por ello nos limita, porque todo necesita un cauce para poder construir. Un río sin cauce es una inundación, una catástrofe. Por esto, en una época como la nuestra, marcada por el progresismo, el tiempo y el lugar carecen de sentido, o como mucho se refieren en relación a la producción y así un día es igual a otro, excepto si no se trabaja.
El domingo es un día de no trabajo y de ocio, pero ya no es una celebración. La única celebración que acepta el progresismo es la del consumo. Por eso, la máxima celebración es consumir en bares y discotecas, en restaurantes, y las vacaciones cuanto más exóticas, mejor. Es muy pobre, tanto que los más jóvenes para celebrar necesitan un consumo compulsivo de alcohol, necesitan alienarse, porque la celebración sola es vacía. Por eso cuesta tanto esfuerzo evitar los contagios de la Covid-19.
Hay multitud de ejemplos concretos del error de pensar solo en términos progresistas. En el urbanismo, pongamos por caso. Hasta ahora mismo hemos celebrado la ciudad densa como la culminación del progreso. La Covid-19 se ha encargado de explicarnos que no es así. La ciudad es donde el virus y demás patógenos se ensañan con mayor facilidad con nosotros. Hay una muy buena correlación entre tamaño y densidad urbana y afectación por el SARS-Cov -2. Tampoco es una novedad. Ahora sabemos que uno de los virus más mortales sin inmunidad de rebaño y fáciles de transmitir, el sarampión, saltó de las vacas al ser humano en el 528 aC. Es muy contagioso, pero también confiere una inmunidad de larga duración. Esto significa que necesita de un número suficiente de personas susceptibles de ser infectadas en la población, requiere de poblaciones de entre 250.000 y 500.000; es decir, de ciudades. No fue solo el salto a la especie humana que lo hizo peligros, sino la ciudad.
Otro ejemplo de progreso es la energía nuclear, sobre la que ahora ya sabemos que incluso el uso pacífico que proporciona electricidad limpia, pero de producción poco modulable, es un problema, no solo por el riego de un accidente, sino porque no existe una buena solución para tanto residuo radiactivo.
El aborto generalizado, que de mal menor circunstancial se ha convertido en un derecho masivo, incluso con derivadas, con usos científicos y económicos de los fetos, ha introducido un triple daño: genera una visión utilitarista del ser humano, ha reintroducido la eugenesia de manera generalizada y daña la natalidad.
El progreso por si solo no puede ser una definición política, porque es solo una parte del todo, lo mismo que lo sería una visión política economicista. Necesita del equilibrio con la capacidad para discernir lo que hay que conservar, y adecuarse a lo que hay que trasmitir, la tradición.
La historia está plagada de ejemplos. ¿Quién era progresista Cesar que instauró el imperio después del genocidio galo, o el conservador senador republicano? ¿Quién es más progresista un rey constitucional que no se debe a ningún partido, o un presidente republicano, aupado por una fracción del país? Y es que en muchas ocasiones lo que entendemos popularmente por progreso, es decir, sinónimo de ir mejor, significa conservar. Pero conservar, no porque ya existe, sino porque sabemos que es bueno para los seres humanos.
Progresar es necesario, pero no siempre ni de cualquiera manera. Hay también que conservar y trasmitir Share on X