El futuro se vuelve turbio cuando pensamos que solo podremos recobrar la normalidad cuando se encuentre una vacuna efectiva y se haya aplicado masivamente, o bien, hasta que de forma natural – y peligrosa- el 60 o 70 por ciento de la población se haya inmunizado. En ambos casos además con la duda, nada menor, del tiempo que puede durar la inmunidad, y la capacidad de mutar en términos significativos del Covid-19. Todo esto que es público y notorio nos conduce a finales del 2021, incluso más allá.
Pero hay otro camino mucho más accesible y para nada incompatible con la vacuna, como es el del tratamiento médico con fármacos que proporcionen éxitos claros y verificados. Esta vía de solución todavía ofrece más ventajas si los tratamientos que se llevan a cabo parten de medicamentos ya conocidos, con todo lo que significa de rapidez de aplicación, conocimiento de sus implicaciones, y economía.
En realidad, bastaría encontrar un fármaco o una combinación de ellos, que pudiera atajar la expansión del virus en las primeras fases, en los primeros 4 o 5 días, cuando todavía no se producen las complicaciones graves.
Este sería el caso, si acaba teniendo éxito, de la solución que propone y aplica el doctor Didier Raoult, Microbiólogo de prestigio, director del Instituto Hospitalario Universitario de Marsella, que utiliza una combinación de hidroxicloroquina, un derivado de la cloroquina y un antibiótico la azitromicina, para combatir la enfermedad, si se actúa en los primeros días.
Bastaría encontrar un fármaco o una combinación de ellos, que pudiera atajar la expansión del virus en las primeras fases Share on XEste enfoque no está exento de polémicas, como todo lo nuevo. Sin duda requiere de una mayor verificación, pero si funcionara tendría la ventaja de utilizar recursos farmacológicos ya conocidos. Sean estos u otros los remedios efectivos, ahí se encuentra claramente una gran parte de la solución que exigiría para su realización una detección rápida, un diagnóstico inmediato de la Covid-19, para poder utilizar la medicación con garantías de éxito. De esta manera, se estaría desarrollando una estrategia que combinaría la medicación eficaz con una buena logística y diagnóstico médico. El papel de los Centros de Asistencia Primaria sería todavía más decisivo de lo que es ahora.
Pero para dominar por completo el SAR Covid-2 haría falta disponer de una segunda respuesta farmacéutica, la de los medicamentos que evitaran la reacción inmunológica del propio organismo, que es la que conduce a los desenlaces fatales. Dispondríamos así de una segunda y decisiva línea de contención para aquellos casos que escaparan al tratamiento en primera instancia, y que serían objeto de dispensación en los hospitales. Estos, gracias al aligeramiento de la carga de enfermos de la pandemia, podrían trabajar en condiciones de normalidad, alejando de los sanitarios y médicos, el estrés por sobrecarga de trabajo, y reduciendo el riesgo de quedar también afectados por el coronavirus.
En esta estrategia, que en una primera instancia partiría sobre todo de medicamentos ya conocidos, el resultado sería mucho más rápido, y podríamos entrar en el 2021 con un dominio notable de la pandemia, sabiendo que podemos tratarla de inmediato y que existe solución para los casos más agudos. Habríamos reducido el impacto social y, por tanto, económico, con un control que se aproximaría mucho al que disponemos sobre otras enfermedades infecciosas, la más extendida la gripe.
Avanzaríamos también en el proceso de inmunización natural, más o menos completo, y podríamos esperar la presencia de la vacuna en unas condiciones infinitamente superiores a las actuales. Todo esto permitiría relajar, que no hacer desaparecer, las prevenciones, y sin duda facilitaría una más rápida recuperación de las relaciones sociales y económicas. La disponibilidad de este tipo de fármacos no debería llevar al estado a disminuir su actuación, para facilitar pruebas masivas de contaminación por el coronavirus, porque sin ellas el problema continuaría siendo grave por falta de detección a tiempo.
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