Consideración de Cataluña (5) Sin el catalán no hay Cataluña

La política catalana moderna no comienza con partidos ni instituciones, sino con palabras. Más exactamente, con un poema. Cuando Bonaventura Carles Aribau publica La pàtria en 1833, inaugura simbólicamente una nueva etapa: la lengua catalana, arrinconada al uso oral y popular, reaparece como vehículo de cultura e identidad. De ese resurgimiento literario nace un movimiento colectivo que, a lo largo del siglo XIX, acabará fundamentando el catalanismo político. La cultura es el primer terreno de la nación. Sin lengua, Cataluña no existe.

El siglo XIX: nacimiento de una conciencia

Aribau abre el camino, pero pronto Antoni de Bofarull y Manuel Milà i Fontanals impulsan la recuperación histórica y literaria. En 1859, la restauración de los Juegos Florales de Barcelona da carta de naturaleza al catalán como lengua culta y de expresión artística. Poco después, Mn. Cinto Verdaguer, Àngel Guimerà y Joan Maragall le otorgan dimensión europea: Verdaguer, con L’Atlàntida y Canigó, convierte la lengua en epopeya espiritual; Guimerà, con Terra baixa, demuestra su vitalidad teatral en todo el mundo; Maragall encarna el modernismo y el compromiso cívico que une cultura y política.

En 1871 aparece la revista La Renaixença, que dará nombre a todo este proceso. Lo que había degenerado en un habla desordenada se transforma en instrumento literario y de cohesión nacional. Las bases del catalanismo político quedaban así sentadas.

Lengua, demografía y el peso de los vecinos

Pero el renacimiento no se explica solo por entusiasmo cultural. El peligro de desaparecer como comunidad lingüística estaba siempre presente, agravado por la debilidad demográfica y por la potencia expansiva del castellano y del francés. Francia, con su centralismo implacable, aplasta al catalán en la Catalunya del Nord como lo hace con el occità. No es anecdótico: incluso una lengua tan importante como el occità, capaz de dar un Premio Nobel de Literatura a Federico Mistral, acaba prácticamente liquidada. Solo sobrevive en el Vall d’Aran; en Cataluña.

Sin embargo, antes se ha defendido con éxito el derecho civil propio y este resultado espolea la recuperación. Un derecho específico que ni la dictadura franquista se atreve a derogar; es más se hace una compilación actualizada en este período. A finales del XIX, la lucha por el proteccionismo económico -tan central en Cataluña entonces como hoy lo es el concierto en el País Vasco- refuerza la conciencia colectiva. En 1892, las Bases de Manresa asientan las primeras formulaciones políticas del catalanismo moderno: el autogobierno como horizonte. Figuras como Prat de la Riba, Francesc Cambó y Francesc Macià marcarán las grandes líneas del movimiento, desde el regionalismo hasta el republicanismo federal.

Si es necesario retener un esquema, cuatro nombres resumen el catalanismo:

Prat de la Riba, el constructor del autogobierno moderno con la Mancomunidad; Cambó, el pragmático puente con Madrid; Macià, que imprime carácter nacional a la izquierda y que de enarbolar la bandera del secesionismo asume el federalismo al llegar al gobierno; y, más tarde, Jordi Pujol, que en democracia fruto de la Transición da cuerpo al nacionalismo comunitario.

Del franquismo a la transición

La Mancomunidad fue una cima, la Generalitat republicana una esperanza truncada por la Guerra Civil y, sobre todo, por el franquismo. Cataluña queda reducida administrativamente a cuatro provincias, más descabezada que el País Vasco, que conserva el concierto económico en Álava y para quien la división en provincias no descuartizaba demasiadas cosas dada la fuerte connotación provincial del nacionalismo vasco.

Sin embargo, la cultura catalana resiste. Joan Triadú llama aquel siglo XX de “oro” por la calidad literaria. El PSUC y Comisiones Obreras incorporan la lengua como reivindicación propia, hecho clave para su normalización. A pesar de las oleadas migratorias y la ausencia de enseñanza en catalán, la lengua mantiene una posición sólida: es hablada en los hogares, vista como vehículo de promoción social por los inmigrantes y preservada como lengua de cultura y de alta cultura.

Con la Generalitat restaurada y los gobiernos de Jordi Pujol, el salto es de gigante: escuela pública con el catalán como lengua vehicular, medios de comunicación públicos, instituciones culturales fuertes. Por primera vez, la amenaza secular de desaparición parecía desvanecerse.

Resistencias y asimetrías

Pero la presión externa nunca desaparece. Parte sustancial de la prensa madrileña ha visto siempre cualquier medida a favor del catalán como una amenaza. El discurso del bilingüismo, presentado como neutral, esconde una asimetría flagrante: el castellano es un derecho garantizado, mientras que el catalán es un mérito opcional. Esta visión reduce las lenguas no castellanas a “complicaciones” locales.

El caso vasco se tolera por el poder económico; el gallego, diluido en el castellano, pasa desapercibido. El catalán, en cambio, es demasiado fuerte y demasiada entidad cultural para no ser percibido como rival. Pero el objetivo final es el mismo: España con una sola lengua.

El Procés y la fractura interna

Hasta hace poco tiempo, este conflicto externo no había impedido que la lengua mantuviera consenso interno. El catalanismo de la transición, con el lema «Un solo pueblo», consiguió integrar las oleadas migratorias y extender el catalán entre castellanohablantes. El Procés lo ha dañado.

Convertir al catalán en bandera política del independentismo ha tenido un efecto devastador: una parte de la ciudadanía, que se había acercado a la lengua con normalidad, se ha vuelto en contra. El Procés ha reducido la conciencia nacional y ha destruido buena parte del trabajo de décadas.

Así, un inmenso capital, construido con paciencia y consenso, ha quedado erosionado. Hoy solo una tercera parte de los habitantes de Barcelona tienen el catalán como primera lengua. El impacto de las nuevas oleadas migratorias, especialmente la más reciente, agrava aún más la situación.

Nuevos retos: política débil y prestigio en crisis

A todo esto se le suma un tercer vector: la falta de interés real de la clase política catalana. Los partidos independentistas, inmersos en debates ideológicos, menosprecian a menudo la cultura y la historia catalanas, que consideran demasiado “conservadoras” o poco adaptadas a su concepción progresista. Los actuales liderazgos, con escasa formación cultural, contrastan con la solidez de la generación de la transición.

Por otra parte, el prestigio social del catalán retrocede. El inglés ocupa el espacio simbólico de lengua de futuro, mientras que el catalán se convierte en asignatura obligatoria pero poco atractiva en la ESO. Las políticas educativas han tenido parte de responsabilidad, junto con un bajón preocupante de la comprensión lectora entre los jóvenes catalanes, hoy por debajo de la media española y europea.

La débil natalidad, aún más acusada entre catalanohablantes, sitúa la tasa de fertilidad en niveles mínimos, en torno a un hijo por mujer, menos de la mitad de lo necesario para el relevo generacional. Es un factor demográfico devastador para la continuidad de la comunidad lingüística.

Un cruce histórico

Cataluña afronta, pues, una situación crítica: debilidad demográfica, inmigración masiva, fractura interna y desinterés político. El catalán, que había resistido siglos de adversidad, corre hoy el riesgo de convertirse en lengua residual en su propia tierra.

La historia nos muestra que la lengua ha sido siempre la raíz del catalanismo. Ha sobrevivido a guerras, dictaduras y exilios gracias a su fuerza cultural y al compromiso de la sociedad. Pero ahora el reto es diferente: es necesario rehacer consensos, prestigiar el uso social del catalán y reconectarlo con la ciudadanía, especialmente con los recién llegados.

Si no se hace, el diagnóstico es claro: sin el catalán, no habrá Catalunya.

Consideración de Cataluña (4) Demografía y pobreza: el obstáculo estructural que castiga a Cataluña

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La lengua catalana es el origen del catalanismo político. Sin ella, no hay Catalunya. #Catalán #Catalunya #Identidad Compartir en X

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