El catalanismo no es bueno porque se llame así, sino por si lo son sus contenidos. Exactamente al igual que todas las concepciones políticas, no está dotado de infalibilidad. El catalanismo favorece al pueblo en la medida en que realmente le sirve a la vida de las personas concretas y a la continuidad como país.
Catalanismo significa que el pueblo catalán debe poseer una memoria compartida, porque el futuro sólo existe con lo que hemos sido, gestionado por cada generación. Una comunidad de memoria en la que te reconoces un pasado al que te sientes vinculado de forma sensible y razonable, o tratas de estarlo. No hay memoria sin tradición, ni expresión cultural de aquella sin clasicismo.
Pero la tradición está hoy liquidada, enviada al gulag, gaseada, reducida al folclorismo marginal, mientras el clasicismo es el gran desconocido de nuestra propia cultura. Hoy somos un país en el que culturalmente sólo prosperan fugaces vanguardias. Pero sin clasicismo con el que romper, toda vanguardia es impostura; es nuestro caso. Historia, tradición, costumbre, espacio y tiempo humanizado, porque las fiestas y lugares significan mucho más que nuestra presencia, aunque sólo ella les da sentido y vivifica.
Esto es Cataluña. Cuando se manipula su memoria y se destruye la tradición, el futuro se torna confuso y el presente se degrada. Aaron Ciecchanover se definía, en una entrevista en “La Contra”, como “ateo, pero judío por la religión de su pueblo”. Ésta es la fuerza de los judíos y ésta es la debilidad de Cataluña. ¿Quién se atreve a decir lo mismo con el cristianismo? Éste es uno de nuestros problemas grandes del que el catalanismo huye.
Este país debe ofrecer una comunidad de vida favorecida por los poderes públicos. Quien haya leído “El Principito”, en su diálogo con el zorro contempla la narración de la vida humana entendida como la creación de lazos entre yo y las cosas, los lugares, las leyes y especialmente las personas. Esto es el vínculo, la persona vinculada, la única forma de sociedad buena. Entonces sí, cuando esto sucede, el hombre es capaz de morir, de entregarse para salvar el nudo invisible que convierte a las personas en rostros queridos y las cosas en patria. Pero la sociedad catalana vive entregada a lo opuesto, a la cultura de la sociedad desvinculada, porque el gobierno de los individuos aislados es más complaciente con el poder que la exigencia de una comunidad responsable que da y, por tanto, interpela y requiere. Nuestra comunidad de vida está maldita por eso. Así, y entre otras miserias, nuestra capacidad de integrar es menor hoy con tanto aparato administrativo que cuando el franquismo, cuando Cataluña como tal no existía; sólo cuatro provincias. Porque no se integra sólo por el dinero, o la coacción blanda, y quizás tampoco si es dura, sino por el ejemplo que aporta la comunidad de llegada, su way life . El bienestar atrae, pero no integra si no tiene espíritu. ¿Dónde está nuestro espíritu colectivo? El catalanismo de ahora no sabe responder.
Debemos ser una fuerte comunidad de proyecto que desde el presente propone un futuro, señala una dirección, promueve un modelo de sociedad, que nos enaltece en lugar de degradarnos. Lo hace además de forma que podemos pensar que se desarrollará aceptablemente bien, o de forma extraordinaria, nuestro propio proyecto. Si la polis, la vida pública del país, no es la comunidad en el bien para lograr una vida virtuosa, como la definía Aristóteles, no existe proyecto.
¿Pero a qué partido, qué cultura política, qué poder le interesa debatir sobre el bien y la virtud? ¡Qué antigualla! Y como no hay virtud cívica, se engendran insignificantes o grandes monstruos como la ideología de género o la ideología queer . Y el catalanismo, como en tantas otras cosas, acobardado, calla y otorga.
Comunidad de proyecto está hoy ante el reto de la globalización la excelencia económica y social con ambición, capacidad de realizar y objetivos exactos. Sin embargo, desde nuestra realidad debemos aspirar a ser como Dinamarca, donde la flexibilidad del mercado se combina con la seguridad en el empleo. Obtener el resultado educativo de Polonia por su eficiencia, o como Singapur o Estonia en los resultados absolutos. Las inversiones en investigación y desarrollo de Suecia. La eficacia de la administración pública de Nueva Zelanda. Una vida digna y decente para todos, pero que no evite la recompensa a quienes más se esfuerzan porque la ecuación inmigrantes más fracaso escolar y titulados superiores que emigran, es un desastre. ¿Que no podemos? Claro que sí. Empecemos con la Generalitat. Presupuesto Cero y desde él volvemos a construir las prioridades sin perversiones ideológicas ni depredaciones partidistas. Los resultados no serán para mañana y por eso es necesario ponernos en camino ahora.
Ahora, el catalanismo debe responder a los problemas que, por su radicalidad, nos amenazan con dejarnos al borde del camino o más allá con la liquidación como pueblo y cultura. Un libro nos sirve de ilustración. “Un Mundo sin Nosotros” escandalizó a Estados Unidos al asumir un planteamiento del sector más panteísta del ecologismo. El Movimiento para la Extinción Voluntaria (VHEMT, en inglés), que propone que cada familia sólo tenga un hijo. De esta forma, los últimos humanos se sentarán a ver la puesta de sol y el triunfo de la naturaleza. En realidad, estos «últimos» no tendrían un final dulce, serían un puñado de viejos buscando desesperadamente cómo subsistir. Pero, antes de llevarse las manos al frente de la idea, recuerde la propuesta central del libro: Un hijo por pareja. Pues eso exactamente es lo que estamos haciendo con entusiasmo en Cataluña y en España. Lo del exterminio de la humanidad es exactamente lo que estamos haciendo.
En Cataluña, la tasa de fecundidad ha disminuido de 2,72 hijos por mujer en 1975 a 1,39 en 2022 En España, de 2,8 hijos por mujer en 1975 a 1,19. La agonía de la extinción sólo es algo más lenta que la propugnada por los VHEMT. Y si consideramos sólo a la población autóctona, la natalidad es aún más pobre.
Que nadie se llame a engaño. A ese ritmo, sin catalanes no existirá Catalunya, sin españoles no habrá España. Pero el catalanismo de ahora, que teme lo políticamente correcto, hace como si nada y se entretiene en los márgenes del camino mientras nuestro pueblo, comunidad de memoria, vida y proyecto, naufraga.