Desde hace unos días corre la noticia que el rector de una parroquia de Barcelona será el nuevo obispo de Girona. Ahora, cuando todavía no se sabe quién es, es el mejor momento para que todos los católicos de la diócesis, laicos y ordenados, se adhieran al que debe ser su nuevo pastor y se propongan ofrecerle el afecto, la obediencia y la colaboración que se le debe.

Es muy de nuestro tiempo moverse por sensibilidades personales, por filias y fobias. Los católicos, desgraciadamente, no estamos vacunados de esta percepción egocéntrica y emocional de la realidad, que acentúa la división en grupos, grupitos y clanes, entre los que suele haber indiferencia y frialdad, cuando no hablan mal los unos de los otros, o se enfrentan directamente. Eso sí, siempre con las buenas maneras propias de la gente bien formada.

Las personas inteligentes y con autodominio de sus inclinaciones interiores no deberían caer en estas trampas. A los cristianos directamente no nos está permitido por mandato de Jesucristo, que rogó al Padre por la unidad de todos los suyos:

“Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me has dado, para que sean uno como nosotros somos uno. Que yo esté en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno. Así el mundo reconocerá que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.” (Jn 17, 21-23).

Los cristianos en general, y los católicos dentro de la Iglesia, nunca seremos lo suficientemente conscientes del mal que provoca el escándalo de la división y de las batallitas internas. Si estas nunca tienen justificación, ahora que somos una minoría con una presencia menguante en la sociedad ya resultan más bien ridículas

La Iglesia ha superado sus momentos de grave dificultad a lo largo de la historia siendo fiel a Jesucristo. Los grandes santos han entendido la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia como una sola cosa, porque ésta es el cuerpo que tiene a Aquel como cabeza. San Benito, San Francisco, Santa Teresa de Jesús eran plenamente conscientes de los males que sufría la iglesia de su tiempo, y del amor y fidelidad que le tenían surgieron sus grandes proyectos reformadores. Y así se declara hoy en el preámbulo del documento alemán ¡Nuevo comienzo! Manifiesto de la Reforma:

“Nunca ha habido una renovación real y profunda sin la conversión y redescubrimiento del Evangelio, por la transformación de nuestras vidas”. Éste es el camino que siempre ha tenido la Iglesia para regenerarse, y no rendirse a las modas o ideologías cambiantes del mundo.

Por otra parte, la actitud servil al poder de Putin y el ortodoxismo nacionalista manifestados por Cirilo I, Patriarca de Moscú, en la guerra de Ucrania nos recuerda lo importante que es que la Iglesia católica sea universal y jerárquica, con una única autoridad independiente de los estados y del poder político. Así el número 2035 del Catecismo de la Iglesia Católica, con referencias a la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, establece:

“El pontífice romano y los obispos, como «maestros auténticos, o sea, investidos de la autoridad de Cristo, predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que deben creer y aplicar a la vida». El Magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que hay que creer, la caridad a practicar y la bienaventuranza a esperar.”

Los católicos de Girona necesitamos más que nunca la maestría y el liderazgo de la única persona que ostenta la autoridad de Cristo sobre toda la diócesis. Que tenga la valentía y el acierto de cambiar todo lo que se tenga que cambiar, y de mantener lo que sea necesario conservar. Esto es lo que esperamos del nuevo obispo, que ejerza la autoridad y el liderazgo que le corresponde. Y que todos le mostremos la máxima obediencia y colaboración, sea quien sea.

Publicado el 21 de junio en el Diari de Girona

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