Comunismo, europeísmo, liberalismo: tres modelos ante el coronavirus

Geopolíticamente hablando, la epidemia de Covid-19 ha puesto a prueba los tres modelos mayores de nuestro mundo actual: el comunismo chino, el europeísmo y el liberalismo transnacional. Ninguno de ellos ha demostrado ser muy eficaz para contener rápidamente la pandemia.

En primer lugar, el Partido Comunista Chino tiene una responsabilidad mayor y muy pesada en la génesis y primera expansión del virus. La China de Xi Jinping, que pretende ser el motor económico y tecnológico del siglo XXI, no ha estado a la altura de algo tan elemental como la regulación del comercio de animales. Pekín no ha aprendido la lección a pesar de que la epidemia del SARS en 2002 también tuvo como origen un mercado chino de animales vivos.

La China comunista tampoco fue capaz de reconocer en un primer momento la verdadera gravedad del problema, escondiéndose durante semanas e incluso reprimiendo a los médicos del hospital de Wuhan que fueron los primeros en hacer sonar la alarma.

Por si fuera poco, China no ha dudado en recurrir a las noticias falsas para acusar a loa Estados Unidos de estar detrás del virus. El 13 de marzo, Zhao Lijian, portavoz del ministerio de asuntos exteriores, afirmó por Twitter que «el ejército estadounidense podría haber llevado la epidemia a Wuhan».

La incapacidad política, la mentira y el disimulo no compensan en ningún caso la gestión ciertamente eficaz de la epidemia por parte de China, una vez reconocido el problema.

El segundo modelo que está saliendo mal parado del Covid-19 es el europeísmo. Europa ha demostrado que su máxima de abrir fronteras puede no responder a las necesidades de un momento dado. El espacio Schengen convertido en dogma de fe y no en solución pragmática al servicio de los europeos ha permitido la rapidísima propagación del virus por el Viejo Continente.

El 13 de marzo, cuando ya estaba claro que la epidemia se estaba propagando por toda Europa, la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen todavía criticaba la decisión de varios estados miembros de cerrar fronteras. Un día más tarde era su propio país, Alemania, quien decidía cerrar las suyas.

Bruselas, pues, tiene que entender que cerrar fronteras puede ser útil a pesar de ser contrario al funcionamiento del mercado único. Por ejemplo, la epidemia ha llegado con mucho retraso a Estados Unidos (y lo ha hecho sobre todo a través de Europa) precisamente porque el presidente Donald Trump decidió a finales de enero no dejar entrar a los Estados Unidos a los viajeros procedentes de China.

El europeísmo también ha fracasado en actuar como un factor de cambio para contener la pandemia en Italia, país que lleva semanas en una situación muy complicada.

Incluso antes de que la situación se convirtiera en crítica, los otros socios europeos prefirieron acumular stocks para ellos mismos o, simplemente, mirar hacia otro lado.

Finalmente, se ha demostrado que el liberalismo transnacional, basado en el principio de la economía clásica de la división del trabajo, puede terminar siendo contraproducente si no se tienen en cuenta otros factores de tipo no económico. La actual dependencia europea y estadounidense de materias primas y medicamentos fabricados en los países asiáticos demuestra que la deslocalización industrial puede tener consecuencias muy graves para nuestras economías, y también para la seguridad nacional.

En definitiva, aplicados al pie de la letra, ninguno de los tres modelos ha demostrado proteger a sus ciudadanos de forma eficaz ante el nuevo coronavirus. Está claro que el que sale peor parado es el comunismo chino, pero no podemos dejar de observar que, a pesar de sus virtudes, ni el europeísmo ni el liberalismo se pueden elevar como dogmas de fe. Estos modelos deben ser pragmáticos y saber adaptarse a las necesidades de las poblaciones.

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