La derecha, entendiendo como tal a tradicional y la nueva derecha, que unos denominan extrema, otros ultra y otros radical, se está incorporando a la mayoría de los países europeos. Los resultados están muy claros. En relación con el año 1980 y el año 2000, punto de referencia, la suma de la derecha tradicional y nueva ha crecido en Finlandia, Suecia y Dinamarca; es decir, países que en el pasado fueron emporio de la socialdemocracia. También lo ha hecho de forma importada en Francia, Italia, Austria y Holanda en un proceso prácticamente generalizado. Sus votos alcanzan o superan la mayoría absoluta en todos los países citados. La única excepción, como veremos, es Alemania. Esta evolución positiva se debe, sobre todo y en la mayoría de los casos, pero no en todos, al crecimiento de la nueva derecha. Es lo que ocurre en Alemania.
En Austria, por ejemplo, en las actuales encuestas el primer partido corresponde a esta fuerza y el tercero al tradicional Partido Popular Austriaco, mientras que en segundo lugar, con poca diferencia con el tercero, se ubica la socialdemocracia.
El caso alemán es diferente en el sentido de que en 1980 la hegemonía de la derecha clásica, los partidos democristiano y social cristiano era arrolladora y obtenían el 55% de los votos. Ha habido un progresivo declive de la democracia cristiana, que Merkel no logró detener y más bien acentuó alguno de sus problemas, y en el 2020 ese 55% había quedado reducido en 20 puntos. Es el añadido de la nueva derecha con 10 puntos que porcentualmente sitúa a este bloque en primera posición, pero no electoralmente porque en el caso alemán funciona de forma muy estricta un cordón sanitario sobre la extrema derecha que también practica la democracia cristiana.
El caso de Italia es distinto. Allí también la democracia cristiana ocupaba la primera posición en los 80, pero con un peso notablemente inferior con el 36% de los votos. Era uno de los pocos casos en los que la extrema derecha ya estaba presente en el parlamento con el Movimiento Social Italiano que llegaba al 7%. Desapareció la democracia cristiana, que se fragmentó en varias opciones de distinto signo y hoy esa derecha significa sólo el 20% de los votos. Mientras que la derecha radical, sobre todo a causa de los Hermanos de Italia, alcanza el 35% de los votos y en su conjunto significa el 55% del electorado.
En Holanda , un país tenido como progresista en muchos aspectos, la emergencia de un nuevo partido, el PPB, que se presenta como una alianza entre la gente del campo y la ciudad, y que es una reacción a las políticas ambientales del país, se ha situado en primera posición y junto a otros partidos de derecha tiene porcentualmente una clara mayoría.
¿ Y el caso español ?
Presenta singularidades. En 1977, las elecciones constituyentes, el PP más UCD lograron una clara mayoría de 182 escaños. El año 2000 fue el del gran éxito de los populares porque ellos sólo obtuvieran 183 escaños. Ahora el interrogante es si en las actuales elecciones Vox y PP superarán o se acercarán mucho a esa cifra. Y este hecho situaría la dinámica española, que de momento no tiene el grueso de la evolución europea. Hay encuestas que otorgan esa ventaja y otras que ni siquiera prevén que lleguen a los 176 diputados de la mayoría absoluta. El 23J lo veremos.
¿Por qué obtiene estos resultados?
Porque son fuerzas por lo general muy transversales en el caso de la nueva derecha desde el punto de vista de la estructura social. Alcanza resultados que no se apartan de su promedio, tanto en la clase alta como en la baja pobre y la clase media. Y en cualquier caso con la excepción, sobre todo, de Francia y en parte de Italia. El punto más débil lo tienen entre quienes se autodefinen como clase trabajadora. Esto no significa que no tengan penetración entre los trabajadores, sino que esa parte de la población en las encuestas tiene conciencia de que pertenece a esa clase social y no se identifica con una definición de clase media. Sí que es remarcable que por lo general es un partido que tiene más opciones entre la gente joven que en los mayores. Sus votantes se sitúan por debajo de los 44 años mayoritariamente, son una opción destacada en el rango de los 18 a los 24 y tienen un peso decreciente en la población de más 65 años.
Estos partidos, con excepciones, Hermanos de Italia es un caso, son fruto de amalgamas reactivas que a menudo reúnen posiciones diferentes. Por ejemplo, un rechazo más o menos intenso a la inmigración, no tanto o no siempre por razones racistas, como por lo que se llama en términos políticos nativismo o por prevención cultural.
Este hecho hace, en caso de Francia, que su penetración en el ámbito católico sea mucho menor que en los demás lugares, porque su radicalidad antiinmigración no es bien asumida para aquel sector de población que en contrapartida valora mucho sus posiciones claras en relación a la familia, lA ayuda a la natalidad, que tienen en el modelo húngaro una referencia, las posiciones restrictivas con el aborto y una concepción cultural y política contraria a la ideología de género.
Desde la izquierda estas actitudes son descalificadas porque consideran que no asumen los “nuevos derechos”, sin reparar en que lo que se está produciendo en los países europeos, y también en EE.UU., es una fuerte ruptura cultural y antropológica forjada precisamente por éstas ideas, que tienen su origen en la cultural política surgida de Mayo del 68 y que han hecho eclosión políticamente en el presente siglo.
Cuando se habla de guerra cultural se está refiriendo precisamente al conflicto que determina esta ruptura tan profunda que llega a afectar a la concepción sobre la naturaleza humana. Mientras estas dinámicas prosigan, es muy posible que la respuesta reactiva siga creciendo y con ella la polarización.
El hecho de que las poblaciones jóvenes y los trabajadores se inclinen cada vez más hacia estas formaciones debería hacer reflexionar a aquellos políticos que se definen como progresistas, porque es difícil entender que pueda haber un sentido de progreso que es rechazado por una gran parte de la juventud, la más politizada, y por los propios trabajadores. La realidad es que toda la izquierda se ha ido desplazando desde los conflictos y las políticas relacionadas con el modo de producción y la forma en que los trabajadores participan en él, a un estadio muy diferente que emergiendo aquella cuestión sitúa en el primer plano modo de vida que, en último término, siguiendo el hilo, tiene como núcleo común la sexualidad en alguna de sus vertientes. Todas las dimensiones más conflictivas de esa guerra cultural y polarización política nacen de haber transformado el sexo en una categoría política determinante. Él está en el trasfondo del aborto y llega al extremo de pretender que la forma en que se practica determina una identidad colectiva receptora de derechos especiales.
En resumen, el problema que tiene planteado con matices locales, Europa y EEUU, es muy grave porque afecta a su propia cohesión y naturaleza como sociedad. Al otro lado del Atlántico, el potencial económico, militar y demográfico atenúa el estropicio interno. Pero en Europa, un mosaico de lenguas, estados y naciones, demográfica y militarmente débil, las consecuencias a medio o largo plazo pueden ser demoledoras para la entidad europea. Y sobre todo para la de esos estados que demuestren menor capacidad para superar la guerra cultural interna y el gran rasgo social.