Un punto clave de nuestro futuro radica en la capacidad de superar la crisis demográfica. Ya hemos apuntado en anteriores ocasiones en Converses algunos de sus perfiles estilizados. Porque es evidente que sin un rejuvenecimiento natural de la población, la economía y la cohesión de la sociedad catalana sufrirá cada vez más.
Esta constatación obvia no significa el rechazo a la inmigración, sino situar ésta en el plano que le corresponde, que es el de, por un lado, complementar el crecimiento demográfico y, por otro, dar respuestas a exigencias humanitarias que son evidentes. Lo que es un error trágico es seguir manteniendo el discurso de que la inmigración por sí sola resolverá el problema de que los catalanes no tengan el número mínimo de hijos necesarios para tener continuidad y bienestar.
Cuando se plantean estas cuestiones, a menudo se sitúa en primer plano la dificultad de la recuperación demográfica presentándola casi como imposible. Las evidencias demuestran que no es así. Francia y Suecia están a años luz de la situación catalana, con políticas muy distintas una de otra, pero que convergen en un mismo punto: facilitar que la maternidad y la descendencia no sean una carga insoportable.
Sin embargo, existe un ejemplo más reciente y más brillante de los resultados que se obtienen cuando se lleva a cabo una política correcta, que necesitamos más que nunca, porque que nuestro país se aproxima deprisa y corriendo a una media de edad de 45 años, que deja fuera de juego el período de mayor capacidad y creatividad de la población. El caso de éxito es el de Hungría .
Este país tenía una tasa de natalidad similar a la española en el 2010. Era de 1,25 hijos por mujer. Una década más tarde había ascendido ya a 1,55, y seguía en pleno proceso de recuperación. En este mismo período la tasa española se ha reducido de 1,34 a 1,24 y sigue bajando. En Hungría el número de abortos se redujo a la mitad, las bodas, que habían disminuido, han aumentado desde 2010 en casi un 90%. Los divorcios han caído un 57% y todo ello con una sensible mejora del empleo femenino, que en una década ha pasado del 54,6% al 67%.
Esto ha sido así porque en realidad la mayoría de jóvenes quieren tener hijos y formar una familia. El problema es que les resulta muy difícil alcanzarlo por razones laborales, económicas y sociales. Cabe decir que en Hungría la tasa de empleo total alcanza el 75% y es el sexto país de Europa con menos paro, mientras que la situación española ya es bien conocida. En este aspecto existe la gran asignatura pendiente de Cataluña y España de resolver el paro estructural y la elevadísima ocupación juvenil.
Pero, más allá de esta cuestión, Hungría puso en marcha una serie de medidas para apoyar a la familia. Su idea fue muy clara. No se trata de dar dinero para tener hijos porque no es necesario crear la mentalidad de que haya personas que vivan de ellos, sino crear las condiciones para que puedan vivir para sus hijos. Las medidas que establecieron son sobre todo subsidios a los matrimonios jóvenes, préstamos para la vivienda avalados por el propio Estado, disminución del coste de los créditos hipotecarios ligados a la llegada de los hijos y una reducción progresiva del impuesto sobre la renta también vinculado a este hecho. Esta reducción es tan importante que la mayoría de familias que tienen 3 o más hijos, lo que aquí serían familias numerosas, no pagan ningún impuesto sobre la renta personal.
Hay también ayudas para la compra de vehículos para las familias numerosas, apoyo financiero a las madres que se dedican a cuidar a sus hijos y, por tanto, no pueden trabajar, y al mismo tiempo una amplia red de guarderías para facilitar el trabajo a aquellas mujeres que quieren hacerlo. Existe incluso una modalidad que otorga una remuneración a los abuelos que se dedican al cuidado de los nietos, lo que permite una mayor facilidad laboral de la pareja. Y para completarlo una cuestión muy importante para las mujeres: la reducción fiscal a las empresas que contratan madres.
Con todo este paquete bien definido, los jóvenes saben que disponen de un horizonte previsible que es el que ayuda de forma decisiva a tener hijos. Naturalmente, esto tiene un coste, pero es un coste muy fructífero. El gasto del gobierno húngaro en familias se sitúa casi en el 5%, a años luz de lo que dedican Cataluña y España.