Pagar la Covid-19

La rastrera de tragedias económicas que está dejando el paso de la pandemia está afectando muy profundamente nuestras pautas de convivencia. Si en una primera etapa las desgracias siempre generan sentimientos de solidaridad y de resignación, la intensidad y la duración del problema hacen que se hagan más evidentes las diferencias en el reparto de las consecuencias negativas y aumenten las críticas a la acción pública. Las desigualdades no comprendidas siempre son una fuente de conflicto tanto si se refieren a la distribución de la riqueza como de la desgracia.

Estos días los nervios ya han salido a la calle y los diferentes sectores que se consideran afectados y especialmente desatendidos por las medidas de confinamiento empiezan a utilizar los mecanismos de presión habituales: manifestaciones, demandas judiciales y acciones de lobby sobre los gobernantes. Las diferencias entre los gobernantes y el eco mediático correspondiente amplifican, como siempre, estas acciones. La verdad es que los aspectos económicos de la pandemia cada vez son más relevantes, más presentes, y más discutidos.

Las afectaciones económicas son muy graves.

En primer lugar, por las consecuencias directas sobre los sectores relacionados con los desplazamientos por turismo y por negocios, hoteles, aerolíneas, transportes, agencias de viajes … A continuación, por la reducción en la actividad impuesta por las medidas contra la expansión del contagio, con los cuatro sectores finalistas de servicios (cultura, restauración, comercio y deporte) casi clausurados. Añadamos ahora la repercusión indirecta en todas las demás actividades económicas relacionadas. Mucha gente que ha dejado de tener algún ingreso. Por otra parte, han sido necesarios incrementos de gasto más que notables en áreas como la sanidad (personal, material e instalaciones), protección, vigilancia, ayudas a familias, refuerzo de la enseñanza, gastos por desempleo, programas como ERTE, y otros.

¿Cómo se paga todo esto? ¿De dónde podemos sacar los recursos para hacer frente a este descalabro? No hay muchas alternativas. En la esfera privada, a falta de ingresos, tirando de los ahorros o de la pequeña capacidad de endeudamiento, además de la solidaridad pública o privada que pueda haber. En el campo público, descartado el incremento de impuestos que no entendería nadie, o bien se reorienta drásticamente la distribución del gasto, desnudando santos para vestir a otros, o bien el Estado busca recursos adicionales a través del aumento del endeudamiento y del déficit.

La palabra «déficit público» genera un gran temor entre los que consideran que un Estado responsable no se puede gastar más de lo que es capaz de ingresar a través de los impuestos o de su propia actividad productiva. Detrás está la idea de que el Estado no es más que una familia grande o una empresa que tiene que vivir con sus propios recursos, y todo lo que pida de más tendrá que devolverlo un día u otro, mediante el pago de impuestos de las generaciones futuras.

De hecho, el Estado no es exactamente como una familia o empresa, sobre todo si tiene la posibilidad de emitir su propia moneda (España no puede, pero la Unión Europea sí). En principio puede gastar lo que quiera, si bien debe velar porque el gasto no genere una inflación descontrolada. Es uno de los conceptos que enfatiza la Teoría Monetaria Moderna, una corriente económica que cada vez me hace más gracia.

Entre las funciones que hemos dado al Estado entendido como estructura, y a sus Gobiernos como gestores de esta estructura, está la de promover un nivel de bienestar compatible con nuestras posibilidades. En las actuales circunstancias, la primera condición es restituir las condiciones de trabajo para los que lo han perdido por la pandemia y procurar de forma regular un empleo digno para los que todavía no lo tenían. Los medios existen si los sabemos utilizar con prudencia.

La primera condición es restituir las condiciones de trabajo para los que lo han perdido por la pandemia Share on X

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