El nuevo virus chino se reproduce a un ritmo de 2,5 individuos por cada persona infectada. Esto es, cada enfermo lo transmite de media a dos y media. No se trata de un índice muy alto, pero cobra toda su relevancia cuando el número de casos detectados llega a algunos cientos.
De momento, las autoridades chinas han decretado una prohibición de viajar y puesto en cuarentena varias ciudades, que suman en total una población de unos 42 millones de personas. Según el informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), un 25% de los pacientes que padecen el virus han requerido hospitalización.
Se han confirmado casos del virus en Tailandia, Singapur, Corea del Sur, Japón, Taiwán, Hong Kong, Macao, los Estados Unidos y Francia. Hay casos sospechosos en México, Rusia, Irlanda del Norte, Escocia y Ruanda.
De momento, la OMS no ha decretado el nuevo virus como una emergencia de salud pública de preocupación internacional (PHEIC, por sus siglas inglesas). El director de la organización, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha añadido que se trata, de momento, «de una emergencia en China, pero todavía no se ha convertido en una emergencia de salud global». La OMS ha, por otra parte, felicitado a las autoridades chinas por la rapidez y eficacia de su respuesta.
Sin embargo, hay una diferencia importante entre la China que sufrió en 2003 una epidemia similar, el SARS, y la China del coronavirus de Wuhan de 2020. Hace 17 años se trataba aún de un país muy cerrado al mundo exterior. Pero en 2013, 10 años después de la epidemia del SARS, Pekín hizo de la apertura al extranjero la piedra angular de su política a través del programa conocido como «Iniciativa del Cinturón y la Carretera» (Belt and Road Initiative).
La iniciativa tiene como pieza central un inmenso programa de préstamos para la construcción de infraestructuras comerciales y económicas que van desde el corazón de la China hasta Alemania a través de dos redes: una terrestre, al norte, que atraviesa Rusia y Asia Central, y otra marítima, que enlaza los diferentes puertos del Océano Índico desde Indonesia hasta África oriental. El proyecto incluye 70 países y quiere llegar a dos terceras partes de la población mundial.
China sigue construyendo a un ritmo frenético puertos y aeropuertos, autopistas y vías de tren, y está creando una especie de «red de redes» de transporte que acerca tanto las ciudades chinas entre ellas como estas con los países extranjeros.
Todos estos proyectos hacen que haya miles de trabajadores chinos desplegados no sólo en todo el macrocontinente euroasiático, sino también en numerosos países africanos. Estados que carecen de las capacidades materiales y organizativas que han valido a Pekín las felicitaciones de la OMS. Si la epidemia llega y se propaga en África, el número de víctimas mortales y de contagios podría aumentar mucho más rápidamente.
Wuhan es conocido con el apodo de «autopista de China», ya que es un hub de transportes crucial. Cada día hay más de un millón de pasajeros de tren que entran y salen de la ciudad, y su aeropuerto ha visto pasar más de 27 millones de pasajeros, la mayoría por negocios. Más de la mitad de las empresas del índice Fortune 500 tienen oficina en Wuhan.
Tanto el tráfico aéreo como el terrestre se han interrumpido, pero quizás sea demasiado tarde para evitar que la OMS tenga que acabar declarando el coronavirus 2.019-nCoV como una PHEIC. Hay que considerar que más de 300.000 personas consiguieron salir de Wuhan antes de que el gobierno impusiera la prohibición de entrar y salir.