La mayor parte de los análisis del impacto económico del nuevo coronavirus chino se centran en las caídas de la bolsa en todo el mundo. Varias instituciones han comenzado ya a la revisar a la baja sus previsiones de crecimiento económico nacional y mundiales para 2020.
Pero más allá de una desaceleración o incluso retroceso de la economía, el nuevo coronavirus también está contribuyendo a otro fenómeno: la desvinculación económica.
Según la columnista Rana Foroohar del Financial Times, la crisis del coronavirus está acelerando la desvinculación de las economías globales. Con fábricas cerradas o funcionando a medio gas, empresas multinacionales de todo el mundo se están viendo obligadas a alterar sus cadenas de producción y suministro.
La desvinculación no es un fenómeno debido al coronavirus, desde hace años que empresas multinacionales deciden abandonar China como epicentro de su producción. Es el caso de Samsung, que ha cerrado varias plantas chinas para sustituirlas por otras en Vietnam. También se observa un retorno al país de origen. Apple, por ejemplo, anunció con orgullo el pasado septiembre que su nuevo ordenador sería producido en Texas.
La desvinculación consiste en la eliminación de vínculos económicos que contribuían a unificar la economía mundial en una especie de «sistema de sistemas» compatibles unos con otros. Este modelo ha sido el imperante desde antes del fin de la Guerra Fría, cuando el capitalismo ya se imponía claramente a la economía comunista, pero parece haber llegado a su punto álgido con las nuevas tecnologías en el siglo XXI.
Para entender la desvinculación, la imagen más sencilla consiste en imaginar dos aparatos incompatibles, incapaces de comunicarse, complementarse y, en definitiva, interaccionar. Lo que parece imposible cuando el sistema operativo por excelencia en todo el mundo sigue siendo Windows, cuando cada vez más aparatos se pueden cargar o conectar por USB o cuando se observa la cadena de producción, extremadamente diversificada, de un iPhone.
Pero la desvinculación ya amenaza también el mundo de las tecnologías de la información, que ha sido en buena parte el promotor de la última fase de globalización económica. Un ejemplo: bajo la presión de Estados Unidos, Huawei lleva meses realizando un esfuerzo titánico para desarrollar un sistema operativo alternativo a Android. Otro ejemplo: hace poco, Rusia anunció el inicio de las pruebas de una red nacional, desvinculada de Internet.
Como explica Foroohar, la desvinculación conlleva riesgos geopolíticos importantísimos. Taiwán, por ejemplo, sigue siendo el primer productor mundial de semiconductores. Sus multinacionales suministran chips electrónicos tanto a empresas chinas como estadounidenses. ¿Pero, por cuánto tiempo podrá Taiwán navegar las aguas entre estas dos superpotencias?
La otra área donde la desvinculación se está haciendo sentir son las telecomunicaciones por 5G. La competencia feroz entre los Estados Unidos y China en este ámbito podría dejar a Europa indefensa y dependiente de Washington o Beijing. Si se llega al extremo de desarrollar sistemas de telecomunicaciones incompatibles entre sí, un viaje entre Nueva York y Shanghái podría conllevar la necesidad de llevar no sólo un adaptador de corriente, sino dos teléfonos en el bolsillo.
El problema de la desvinculación es que en el actual contexto de competencia tecnológica y de la cuarta revolución industrial, las incompatibilidades se podrían multiplicar en todos los sectores económicos. Habría que volver a concebir un mundo donde los bancos transfronterizos, el comercio electrónico o la compartición de datos tendrían lugar sólo dentro de un par o tres de sistemas herméticos.
Según el Financial Times, la crisis del coronavirus está acelerando la desvinculación de las economías globales Share on X