Collboni, alcalde gracias al Partido Popular, ha vuelto a hacer de las suyas. Gobernando con tan solo 10 concejales de 41, sufre un déficit democrático evidente, insólito en cualquier otra ciudad de Europa. Ahora ha ido un paso más allá. Primero, excluyó el anuncio de la misa de la Virgen de la Mercè del programa de fiestas, que precisamente Barcelona celebra en conmemoración de esta Virgen. Así seguía la pauta marcada por Colau.
Pero ahora, con el pesebre en la plaza de Sant Jaume ha ido aún más lejos: sencillamente lo ha eliminado del espacio público. Colau nunca se atrevió a tanto, ella se dedicó a desvirtuarlo con versiones digamos creativas de esta tradición tan catalana y barcelonesa que arranca en el siglo XVII.
Es la primera vez desde el final de la Guerra Civil, incluidos los mandatos de otros alcaldes socialistas como Serra, Maragall, Clos o Hereu, que en la plaza de Sant Jaume no habrá belén, sino una estrella cósmica con afán cosmopolita.
Lo peor de todo es la justificación que ha dado Collboni para la cancelación del pesebre: ha dicho que es para no fomentar polémicas, lo que indica una sensibilidad política propia de la escasa representatividad democrática que posee. Pero la polémica comienza ahora con esa censura insólita. Además, considerar que esta tradición tan arraigada es motivo de polémica es, de hecho, poner en cuestión la propia tradición, como ya hizo antes con la Mercè.
Esto afecta a las entrañas de la ciudad, sus barrios y sus hogares, que siguen celebrando el pesebre, como bien lo explicita la feria dedicada a este fin, que se celebra año tras año con tanto éxito de asistencia en la plaza de la Catedral, a pocos metros de la plaza Sant Jaume, donde el pesebre está censurado. Es una contradicción mayúscula: existe una gran celebración ciudadana a favor del pesebre en la feria, mientras que el teórico representante de la ciudad considera que esta práctica solo comporta conflictos.
Collboni es la expresión de este cosmopolitismo de mesa rasa que está liquidando la ciudad, la cultura catalana y, de paso, la lengua, que ya solo es utilizada como primera opción por un tercio de los habitantes de Barcelona. Somos una ciudad colonizada por el turismo y por los intereses inmobiliarios de negocios internacionales, donde el ciudadano medio, de toda la vida, va quedando como un reducto, siendo cada vez más observado como una reliquia, pese a ser quien contribuye decisivamente a mantener viva la ciudad.
En esta acción contra el pesebre existe el intento de reducir la fiesta de Navidad a una orgía de compras. Sustituyen el nacimiento de Jesús por la idolatría del consumo, una celebración vacía de sentido. Son los mismos que, en las escuelas, sobre todo en las públicas, vetan también el pesebre, sustituyéndolo por anodinos “no lugares” que intentan celebrar un solsticio de invierno absolutamente alejado de toda participación popular, tradición y cultura propia.
La alcaldesa de una pequeña población, Sant Salvador de Guardiola, Anna Llobet, ha tenido el acierto de dejar en evidencia a Collboni con una sola frase: “Habrá un pesebre tradicional (a nosotros no nos molesta ni nos ofende) y dos «Tios» gigantes por el pueblo. También hacemos los Pastorets, que son un éxito. Barceloneses que no reconoce su ciudad: ¡estás invitados a venir!”
Es exactamente eso: los barceloneses ya no nos sentimos reconocidos en nuestra propia ciudad ni en quien pretende ser nuestro alcalde. La solución es evidente: o cambiamos de ciudad o cambiamos de alcalde.